Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
El dragón de papá
Una de las mejores cosas que le ha ocurrido al cine de animación en el siglo XXI es la aparición del estudio irlandés Cartoon Saloon que desde 1999 ha producido y realizado siete cortometrajes, cinco series de televisión animadas y cinco largometrajes, el último de los cuales, El dragón de papá, se ha estrenado directamente en la plataforma Netflix sin pasar previamente por las salas de cine. Me parece una mala noticia. Es probable que un estudio como Cartoon Saloon no tenga fácil su supervivencia de un modo independiente sin que pongan dinero las plataformas (ya en su anterior película, Wolfwalkers, contaron con la distribución de Apple TV) pero que ni siquiera haya un par de semanas de exhibición en cines antes de lanzarlas directamente para consumo doméstico es algo que me revienta.
Trece años han transcurrido desde el primer largometraje del estudio irlandés, aquella maravilla titulada El secreto del Libro de Kells que fue codirigida por dos de los fundadores del estudio: Tomm Moore y Nora Twomey y, que tras cautivar a público y crítica, se plantó entre las cinco nominadas al Óscar a la mejor película de animación, algo que han ido consiguiendo con todas sus películas posteriores: La canción del mar, El pan de la guerra y la ya citada Wolfwalkers; veremos si El dragón de papá (dirigida en solitario por Nora Twomey) mantiene el pleno.
Desde aquella primera película, el estudio ha mantenido una firme coherencia narrativa y estética alejada de los cánones habituales de la producción cinematográfica animada para consumo infantil. Fiel a esos postulados, se mantiene esta adaptación de los tres libros de la escritora estadounidense de literatura infantil Ruth Stiles Gannett que componen la trilogía de Elmer y el dragón cuyas tres novelas breves fueron publicadas entre 1948 y 1951, es decir, más de setenta años ha tenido que esperar su autora (que actualmente tiene noventa y nueve años) para ver su obra llevada al cine.
El dragón de papá tiene estructura de cuento clásico: Elmer Elevator es un niño que vive con su madre Dela quien regenta una tienda de dulces en un pequeño pueblo, cuando la crisis les obliga a cerrar la tienda y emigrar a la ciudad comienzan las dificultades para Elmer y su madre que solo consiguen alquilar un pequeño apartamento sin amueblar, lleno de averías y con una casera cascarrabias. A partir de este choque de los sueños infantiles con la dura realidad, el film se lanza a la fantasía cómo única salida posible a través del encuentro de Elmer con una gata callejera parlanchina que conoce un secreto y una ballena simpática que traslada a Elmer a una remota isla salvaje donde vivirá fantásticas aventuras embarcado en la misión de liberar a un dragón inexperto que ha sido secuestrado por los animales de la isla para que evite que ésta se hunda en el mar.
Realidad y fantasía se funden por tanto en un film entrañable y emotivo en el que la amistad que se establece entre Elmer y Boris (que así se llama el dragón) será el sustento de todas las aventuras y desventuras que ocurren en la isla y que, acaso de modo inconsciente, ayudan a Elmer a transitar de la inocencia infantil al asomo a la madurez.
El dragón de papá cuenta con un reparto de voces de auténtico postín, con Jacob Tremblay (el niño de La habitación) como Elmer, Gaten Matarazzo (Dustin en Stranger Things) como el dragón Boris, la iraní Golshifteh Farahani como la madre de Elmer, Rita Moreno como la casera cascarrabias o Dianne Wiest, Alan Cumming, Whoopi Goldberg e Ian McShane entre los muchos animales parlantes que salen en el film.
Aunque la película es ligeramente inferior a sus predecesoras, todo es contado con el sello de calidad marca de la casa, es decir, un dispositivo estético reconocible en los demás largometrajes de Cartoon Saloon y una elegancia narrativa fuera de lo común. Quizá la historia tenga menos enjundia que sus antecesoras y la parte central del film, donde ocurren las aventuras con toda la corte de animales, sea un poco rutinaria y provoque cierta sensación de “ya vista”. Es también la película más infantil de todas cuantas ha realizado el estudio irlandés con lo cual puede resultar menos digerible para el público adulto, pero la brillantez del conjunto está fuera de cuestionamiento y la música de los hermanos Jeff y Mychael Danna incorpora matices emocionales que traspasan lo meramente argumental.
Ya sé qué ver esta noche 👍