Se presenta en la décima edición del Atlàntida Film Fest el debut en la dirección de la joven cineasta francesa Jessica Palud que fue estrenado en la sección Horizontes de la Mostra de Venecia de 2019. Con su título inglés Back Home (supongo que se ha evitado un título en castellano pues la traducción literal del título original francés, Revenir, vendría a ser Volver y, como sabemos, es un título ya conocido en la cinematografía internacional desde la película homónima de Almodóvar) se hace referencia al retorno de Thomas (Niels Schneider) a Francia, a la granja familiar en la que creció junto a sus padres y a su hermano trágicamente fallecido. El motivo del regreso tras doce años en Canadá no es otro que la grave enfermedad de su madre (Hélène Vincent) que, ingresada en el hospital, no espera ya nada de la vida salvo, tal vez, la reconciliación de su marido (Patrick d’Assumçao) y su regresado hijo con el que apenas se dirige la palabra.
Con guion de la propia directora en colaboración con Diastème y el veterano director francés Philippe Lioret (Welcome, El hijo de Jean), Back Home adapta la novela «L’amour sans le faire», de Serge Joncour trasladando la trama al medio rural para ahondar en temas como la pérdida, el desarraigo, los rencores familiares o las dificultades de comunicación entre padres e hijos.
La indagación sobre el pasado, la oscuridad en torno a la muerte de su hermano, la grave crisis que obligó a sus padres a vender las vacas ocupa la mayor parte del escueto metraje en el que Schneider comparte protagonismo con Adèle Exarchopoulos (La vida de Adèle) que interpreta a Mona, la pareja de su hermano fallecido y con el niño Roman Coustère Hachez que da vida a su pequeño sobrino de seis años que, a efectos dramáticos, funciona como fuerza motriz para que ambos personajes, Mona y Thomas puedan salir adelante.
A pesar de la permanente sensación de “ya vista” que me acompaña durante toda la película consigo interesarme por la vida de estos personajes atenazados por una melancolía que barniza todo el metraje. Ciertos apuntes sociopolíticos como el auge de la extrema derecha, la crisis del medio rural sin perspectivas para los jóvenes o los problemas financieros a los que se enfrentan las formas tradicionales de economía como la ganadería quedan apenas esbozados como mar de fondo en un largometraje cuyo propósito no es otro que contarnos la historia de los personajes con agradecible brevedad (apenas 77 minutos). Palud maneja las piezas narrativas con concisión y no recurre a fatigosos flashbacks ni a pesadas conversaciones sobre el pasado, con el relato anclado en el presente, emplea a los personajes secundarios (fundamentalmente los amigos de Thomas) para esclarecer el pasado. La interacción de Thomas con Mona y su sobrino ofrece alguna secuencia notable y varias un tanto rudimentarias.
Palud se sitúa estilísticamente más en la línea de cierto cine francés de finales del siglo XX (hay algunos ecos de Techiné, Leconte o del propio Lioret que firma el guion) que del que marca ahora la línea predominante en la cinematografía del país vecino. No hay fuegos de artificio en la puesta en escena ni ínfulas autorales precoces (lo cual es de agradecer salvo genialidad manifiesta) y sí mucha solidez en la dirección de actores y en el manejo del tempo narrativo. Esta historia en manos de alguien menos escrupuloso con el tiempo de los demás se habría ido a los cien minutos y en las de un plasta (que los hay) a los ciento cuarenta. Palud demuestra que 77 son suficientes.
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