Digo esto para justificar que me salté El sacrificio de un ciervo sagrado y que, de no haber sido por sus diez nominaciones al Óscar, cinco a los Globos de Oro, doce a los BAFTA y demás reconocimientos, entre otros, en el Festival de Venecia, me habría saltado también La favorita, película que ha sacado a Lanthimos de los estrictos circuitos festivaleros y del cine de autor para colocarlo, nada más y nada menos, que en una butaca como nominado al Óscar al mejor director en el mismísimo epicentro de Hollywood. Y bien que me parece porque su talento dirigiendo es incuestionable y en La favorita da un auténtico recital de dirección en muchos aspectos de la misma: la planificación de las secuencias, la puesta en escena, la colocación de la cámara, la tensión narrativa y la dirección actoral de tres actrices soberbias son propias de alguien con tanto talento como oficio y tanta audacia como sentido fílmico.
Tal vez el hecho de que por primera vez se ponga a dirigir un guion que no ha escrito él hace que a pesar de que determinadas estructuras formales son perfectamente reconocibles y coherentes con sus anteriores películas, la narración avanza por encima de las veleidades morbosas y, aunque La favorita dista mucho de ser una película convencional, la turbación, la incomodidad y la transgresión son elementos al servicio del film y no, como ocurría en Canino, su razón de ser.
En La favorita se nos cuenta un drama histórico sobre Ana Estuardo, la primera reina de Gran Bretaña ya que durante su reinado se produjo la unión de los reinos de Inglaterra y Escocia en 1707. Una reina mucho menos conocida que sus antepasadas Isabel I de Inglaterra o María Estuardo reina de Escocia que han sido llevadas al cine decenas de veces, la última de ellas este mismo año en la película María, reina de Escocia (Josie Rourke, 2018) recientemente estrenada y con la que La favorita comparte cartelera. Pero a Lanthimos no le interesa tanto el relato histórico (por el que pasa de soslayo) como la recreación de la relación entre la reina Ana (Olivia Colman) con dos hermosas mujeres con las que estaba encandilada: su consejera (y gobernante en la sombra) Sarah Churchill, Duquesa de Marlborough (Rachel Weisz) y la dama de la corte Abigail Masham (Emma Stone).
A partir de este triángulo de pasión, celos, deseo, ambición y venganza, Lanthimos sirve un auténtico festín fílmico al servicio de tres actrices que ofrecen tres trabajos magistrales. Olivia Colman, ganadora del Globo de Oro, del BAFTA, del premio de interpretación en Venecia y favorita al Óscar, recrea una reina desquiciada y perseguida por la desgracia que rezuma su naturaleza humana a base de acentuar su inseguridad, su vulnerabilidad y su permanente necesidad de afecto emotivo y carnal. Carnalidad que también derrochan Rachel Weisz y Emma Stone, nominadas al Óscar como mejor actriz secundaria. Ambas componen un auténtico ensayo sobre las intrigas palaciegas estableciendo uno de los más vibrantes, sucios y tensos duelos interpretativos en mucho tiempo.
Pero a pesar del incuestionable peso de estas tres actrices en el acabado final de La favorita no cabe cuestionarse si habría película sin ellas. Sería otra película (indudablemente peor) pero es tal la atmósfera que Lanthimos consigue crear a través de una puesta en escena arriesgada y audaz que el cine acaba imponiéndose a pesar de los límites con los que permanentemente juega. No recuerdo haber visto nunca tanta libertad a la hora de utilizar los objetivos que le vienen en gana con unos angulares esquinados que nos abruman con planos casi manieristas incluyendo un ojo de pez en un pasillo de palacio recto como una pista de atletismo de 100 metros lisos. El preciosista juego con la iluminación nos brinda planos dignos de haber sido pintados por Caravaggio y la utilización alternante de piezas de música barroca con otras de regusto metálico resulta tan inquietante como inteligente en su manera de puntuar cada secuencia.
No faltan los golpes de efecto con los que Lanthimos ha creado el estilo reconocible de un cine demasiado autoconsciente, referenciado a sí mismo (esa carrera de langostas) y con cierta tendencia al exceso; pero por primera vez en una película suya, tras quince o veinte minutos en los que permanezco ajeno a lo que me están contando, demasiado aturdido por el aparato visual, consigo entrar en su propuesta y disfrutar de la película sin pensar que el dinero que he pagado por la entrada va a servir para que Lanthimos pague la factura de su psiquiatra.
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