martes, marzo 19, 2024

Cómeme, bébeme: El redimensionamiento humano en el cine

Hay una frase tranquilizadora que afirma que el tamaño no importa. No obstante, esta aseveración no se aplica en Hollywood; el espectador siempre pide al cine más y más grande. El tamaño importa, a veces hasta el punto de convertirse en cimiento de un argumento, por eso y aprovechando el próximo estreno de Una vida a lo grande, desde «No es cine todo lo que reluce» os invitamos a un paseo a través del redimensionamiento del ser humano en la gran pantalla.

Nos sentimos irremediablemente atraídos por otros mundos, aquellos que nos ofrece la ciencia ficción o la fantasía, pero a veces la aventura está en el nuestro, solo hay que cambiar la perspectiva cincuenta pies por encima de la estatura media o hacerse pequeño hasta alcanzar dimensiones microscópicas. Un jardín se convierte en una inhóspita trampa selvática si tu altura se mide en centímetros y una ciudad puede ser una granja de hormigas si te conviertes en un gigante. La idea es tan seductora que la ficción la ha explotado en infinitas ocasiones. Lewis Carrol consigue hacer crecer y disminuir a Alicia en ese mundo de maravillas en el que un simple sorbo de una botellita o el bocado de una galleta te permite cambiar de tamaño a placer, y en El alimento de los dioses H.G Wells se anticipa cien años a la modificación genética de los alimentos y al uso de fertilizantes al servicio de la sobre explotación con la “heracleorforbia”, un nutriente que incrementa el crecimiento y que puede suponer un antes y un después en el abastecimiento de alimentos, pero que termina creando insectos y animales gigantes que ataca a los hombres y, finalmente, una raza de gigantes enfrentada a la humanidad que conocemos.

El cine, que permite que la imaginación se convierta en imágenes proyectadas, ha jugado con el redimensionamiento humano desde prácticamente sus inicios. George Melies, el padre de los efectos especiales, el mismo que nos llevó a la luna más de sesenta años antes de que lo hiciera el Apolo 11, rueda en 1901 El hombre de la cabeza de goma, un cortometraje de dos minutos y medio en el que un científico, interpretado por el propio Melies, logra clonar su cabeza y hacerla crecer gracias a un fuelle hasta que ésta explota. El efecto se consiguió de un modo tan rudimentario como brillante: Melies se grabó acercándose hacia una cámara estática y después lo superpuso sobre el plano del laboratorio. Seis años después, el turolense Segundo de Chomón, otro genio del ilusionismo cinematográfico, rodó Satán se divierte, donde el demonio ejecuta una serie de trucos frente a la cámara, llegando a meter en tres botellas a tres partenaires miniaturizadas.

La doble exposición de película y la construcción de decorados que crearan ese entorno gigante para el humano diminuto fueron fundamentales para el desarrollo de todos los títulos que siguieron a esos ejercicios de ilusionismo fotográfico que llevaron a cabo nombres como Melies, Segundo Chomón o Thomas Edison. En 1936, el director Tod Browning los combinó para su película Muñecos infernales que adaptaba la novela del escritor de literatura fantástica Abraham Merritt y reunía en su elenco de actores a Lionel Barrymore y a Maureen O’Sullivan como padre e hija. Barrymore, en el papel protagonista, es Paul Lavond, un convicto que, junto a su compañero de fuga, un científico, diseña un plan para vengarse de aquellos que le encarcelaron injustamente: utilizarán una técnica secreta desarrollada por su compañero de prisión para miniaturizar a dos asesinos que venderán a sus víctimas haciéndolos pasar por muñecas. La película no funcionó económicamente como se esperaba, pero es una muestra de cómo Browning entendía el cine; como una máquina capaz de hacer realidad los mundos más extraños.

El redimensionamiento encuentra su media naranja en el género de la ciencia ficción. En 1940 Paramount Pictures estrena Doctor Cíclope, la adaptación del relato homónimo que Henry Kuttner publicó en la revista Pulp «Thrilling Wonder Stories». Dirigida por Ernest B. Schoedsack, director de la primera versión de King Kong junto a Merian C. Cooper, Doctor Cíclope puso toda la tecnología de la época al servicio de su argumento. Una expedición de científicos viaja al Amazonas para unirse al equipo del Doctor Thorkel. Sin embargo, al llegar allí, descubren que Thorkel ha encontrado el modo de reducir el tamaño de cualquier ser vivo utilizando la radiación de radio y uranio. Cuando los recién llegados se enfrentan a él, son miniaturizados, convirtiéndose en presas fáciles del propio doctor y del entorno. Doctor Cíclope fue nominada a mejores efectos especiales en la ceremonia de los Oscar de 1941 y, aunque perdió frente a El ladrón de Bagdad, que introdujo el ahora archiconocido croma en el cine, la superposición de imágenes para integrar a los personajes miniaturizados en un fondo a tamaño natural sigue siendo bastante impresionante.

Es 1957 el año en el que el cine ofrece uno de los títulos más legendarios dentro de la ciencia ficción y del tema del cambio de tamaño en un humano. El increíble hombre menguante tiene una excelente tarjeta de presentación: Richard Matheson, autor de Soy leyenda y El diablo sobre ruedas, adapta su novela homónima, mientras que Jack Arnold, uno de los reyes de la ciencia ficción con títulos como La mujer y el monstruo o Llegó del más allá, se hace cargo de la dirección. Arnold ya había jugado con el redimensionamiento, esta vez de animales, dos años antes con Tarántula, donde un científico busca terminar con el hambre en el mundo experimentando con la hormona de crecimiento en animales. Uno de sus conejillos de india, una tarántula, escapa del laboratorio tras inyectarle la fórmula que consigue hacer de los animales monstruos gigantescos.

Si en Doctor Cíclope los humanos miniaturizados se enfrentaban por primera vez a predadores casi inofensivos para el hombre en escala normal, en El increíble hombre menguante su protagonista, Scott Carey, descubre como el mundo que conoce se convierte en un entorno hostil cuando ve como su tamaño se reduce debido a la exposición a la radiación. Para un gato, no es más que una presa fácil y para una tarántula, un insecto delicioso. Los charcos, son océanos, y el hueco entre el mostrador y el cubo de la ropa sucia parece un precipicio. La película mantiene además la lectura existencial que Matheson hace en la novela y que en la cinta queda reflejada en el soliloquio final, un grito desesperado a seguir siendo, a no desaparecer, a pesar de no ser visible. Tan genial como sus efectos especiales es ese guion que busca ir más allá de la ciencia ficción de la época, al servicio únicamente de lo visual.

A la escenografía y las imágenes superpuestas se suman objetos gigantes para crear un entorno aumentado que sea tangible para el espectador. El resultado consigue que El increíble hombre menguante no se quede solo en uno de los títulos más célebres de la ciencia ficción, sino que sus escenas formen parte ya de la historia del cine y de los efectos especiales. No dejó la misma huella el pseudoremake que en 1981 dirigió Joel Schumacher en su debut en el cine y que se tituló La increíble mujer menguante. Tanto el cambio de guion a comedia ligera, como el descuido en sus efectos especiales, no hicieron más que sumarle piedras a una barca agujereada condenada a hundirse.

Tras El increíble hombre menguante, la ciencia ficción y el terror de serie B encuentra todo un filón en el cambio de escala humano o animal. Incluso la primera versión de La mosca, estrenada en 1958, cuenta con la legendaria escena hacia el final de la película en la que François Delambre (Vincent Price) y el inspector Charas (Herbert Marshall) observan a André Delambre, con la mitad de su cuerpo convertido en mosca, pidiendo auxilio en la tela de una araña que está a punto de devorarlo.  

Pero las dimensiones de un hombre también pueden crecer hasta hacer de él un coloso. Al contrario que en los casos anteriores, en El ataque de la mujer de 50 pies, el crecimiento monstruoso de Nancy Fowler (Allison Hayes) no es resultado de un experimento científico, ni se debe a la exposición a la radiación, sino que un ser extraterrestre le concede ese poder que Nancy utilizará para vengarse de su marido. La película fue un éxito tras su estreno y se ha convertido en un clásico de la serie B por su estrafalario guion que termina convirtiendo, de modo no intencionado, esta historia de terror en una comedia absurda. Una vez más, el intento de remake que en 1993 produjo para televisión HBO, con la actriz Daryl Hannah como protagonista, no logró el mismo nivel de culto.

Pero si se trata de gigantes, Bert I. Gordon es sin duda el director que más veces ha jugado con el aumento de dimensiones en la pantalla, hasta llegar a ganarse el apelativo cariñoso de Mr. B.I.G. The Cyclops, estrenada en 1957, sobre una expedición que encontraba un extraño mutante gigante con un solo ojo, sirvió de entrenamiento para El asombroso hombre creciente, donde un miembro del ejército norteamericano queda accidentalmente atrapado en las pruebas de una bomba de plutonio. Las quemaduras en su cuerpo son el menor de sus problemas cuando este empieza a crecer inexplicablemente hasta que la falta de riego al cerebro le hace enloquecer, convirtiéndose en un coloso enajenado dispuesto a atacar Las Vegas.

Los gigantes regresarían a la filmografía de Gordon con La guerra de la bestia gigante, Eath Vs Spider, El pueblo de los gigantes, El imperio de las hormigas o la versión que en 1976 dirigió de El alimento de los dioses, la novela de H.G. Wells. También cuenta entre sus títulos con una historia de miniaturización, Attack of the Puppet People, que recuerda vagamente a Muñecos infernales de Browning, pero donde la miniaturización es la respuesta a la soledad de un fabricante de muñecos. 

Lejos de la serie B y con unas críticas que le aseguran un puesto de honor en el cine de ciencia ficción, en 1966 se estrena Viaje alucinante en donde todo un equipo es miniaturizado y embarcado en una capsula que recorrerá el cuerpo del Dr Jan Benes, en estado de coma tras un intento de asesinato. La aventura queda al servicio de un entorno tan cercano como desconocido; el cuerpo humano. Viaje alucinante no solo fue un éxito de taquilla con dos merecidos premios Oscar a efectos especiales y dirección artística, sino que inspiró otro título que se convertiría en uno de los mayores éxitos cinematográficos de 1987 y en el mayor éxito del director Joe Dante tras GremlinsEl chip prodigioso. Como en la original, se trata de un viaje dentro de un ser humano, pero en este caso el comandante Tuck Pendleton (Dennis Quaid), que se presenta voluntario para recorrer el cuerpo de un conejo de laboratorio, termina en el del aterrorizado e hipocondríaco cajero de supermercado Jack Putter (Martin Short). A diferencia de Viaje alucinante, en El chip prodigioso ambos protagonistas, contenedor y contenido, se enfrentan a una aventura. Mientras que Jack Putter huye de unos hombres que pretenden vender la técnica de miniaturización a los rusos, Tuck Pendleton ha de lograr mantenerse con vida durante veinticuatro horas antes de que se le acabe el oxígeno de la cápsula y le puedan devolver a su tamaño.

Pero uno de los títulos más importantes cuando se trata de miniaturización llegó a las pantallas dos años después. Con treinta años separándolas, Cariño, he encogido a los niños comparte con El increíble hombre menguante la magia de un mundo, a nuestros ojos pequeño, pero convertido en una realidad colosal cuando se ve desde la perspectiva de un ser diminuto. 

Solo los académicos sabrán por qué la película no fue siquiera nominada a los Oscar de ese año por efectos especiales y dirección artística, pero Cariño, he encogido a los niños combina de forma genial técnicas convencionales con los avances tecnológicos de comienzos de 1990. La escenografía cuidada, la construcción de decorados que lleva a nuestra medida ese mundo pequeño y el uso de robótica unida al croma para pulir movimientos, hace que casi treinta años después Cariño, he encogido a los niños, siga siendo impresionante. No lo es, sin embargo, su secuela Cariño he agrandado al niño. Unos efectos mucho más descuidados, un bebé de protagonista que desatendía al espectador juvenil y la sensación de que estás frente a un título cuyo único mérito es continuar el filón de su antecesora, hacen de ella una producción meramente anecdótica.

También el poderoso universo de superhéroes tiene su ejemplo de redimensionamiento. Antman, estrenada hace solo dos años, es una combinación de humor, acción y efectos especiales que nos ha hecho desear el adoptar una hormiga como Anthony y poder cambiar de tamaño a placer. Peyton Reed hizo que este título de Marvel estuviese cargado de reminiscencias a El increíble hombre menguante de Arnold, como la escena en la que Lang (Paul Rudd) cae en la bañera y se enfrenta al tsunami que sale de su grifo. El equipo de efectos especiales consiguió representar el mundo a escala de insecto gracias a la macrofotografía combinada con el CGI para los fondos. El resultado es una experiencia para el espectador que parece poder ver las escenas de acción a través de un microscopio.

Fuera de Hollywood también tenemos títulos que exploran la redimensionamiento del ser humano. Nuestro director más internacional. Pedro Almodovar incluyó en su película Hable con ella un cortometraje, El amante menguante, en el que su protagonista, interpretado por Fele Martinez, veía reducido su tamaño tras tomar un elixir creado por su novia, una bellísima Paz Vega. Las escenas del actor recorriendo el desnudo de su amante antes de entrar en ella para siempre es un homenaje que hace el director manchego al bello simbolismo del cine mudo.

Explotando de manera cómica el kaiju japonés, Hitoshi Matsumoto, considerado el renovador de la comedia japonesa, estrenó en 2007 Dai-Nihonjin, identidad de Masaru Daisato, un hombre de a pie que vive solo en Tokyo tras su divorcio y que, de cuando en cuando, se convierte en un gigante de treinta metros que protege Japón de los monstruos gigantes que lo atacan.

Una vida a lo grande es el último ejemplo que nos ofrece el cine sobre el redimensionamiento humano. A pesar de lo que su tráiler anuncia, la última película de Alexander Payne no es un título en busca de su lugar dentro de la ciencia ficción. Una vida a lo grande habla de lo que significa la humanidad, del impacto que dejamos, no solo en el mundo, sino en aquellas personas que nos rozan. Demostrando que hasta lo más pequeño puede dejar una huella enorme.

Con excepciones, el hombre se convierte en amenaza cuando se vuelve coloso y en héroe de la historia si se hace diminuto, todo se reduce a pisar o ser pisado, pero lo que queda claro es que, para el cine, la aventura no entiende de medidas.

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