martes, marzo 19, 2024

Crítica de ‘El jardín de Jeannette’: Cuando el estilo se come el relato

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: El jardín de Jeanette

Hace apenas unos años caí rendido ante una película de apabullante sencillez que contaba, con la sutileza y la pulcritud narrativa como bandera, una emocionante historia de amor apoyada en su excelente pareja protagonista. Se titulaba Mademoiselle Chambon, los dos protagonistas eran Vincent Lindon y Sandrine Kiberlain y estaba dirigida por un hasta entonces, para mí, desconocido Stéphane Brizé del que años después tuve ocasión de ver la más que notable La ley del mercado sobre la que escribí en esta misma página.

No es por eso de extrañar que tuviera una justificada expectación por ver su más reciente película a la que en nuestro país, para no faltar a las malas costumbres, algún iluminado ha puesto el desafortunado título El jardín de Jeanette que nada tiene que ver con el original Une Vie que no es ni más ni menos que el título de la novela “Una vida” de Guy de Maupassant sobre la cual el propio Brizé y Florence Vignon adaptan el guion.

El jardín de Jeanette o, más bien, “Una vida” no deja de ser una novela en la línea de «Madame Bovary» (no en vano Flaubert fue el mentor de Maupassant) con la que guarda demasiadas similitudes argumentales como para obviarlas. Una ingenua joven de provincias (Normandía para más señas) a principios del XIX se casa con un noble y comienza a sufrir el desvanecimiento de sus sueños de juventud con las infidelidades de su marido (aquí, a diferencia de Bovary, el infiel es él) y el tedio de la vida en una granja cuyo jardín es su refugio personal.

Mi desilusión como espectador comienza nada más iniciarse un film que se sitúa en la antítesis de las virtudes que derrochaba Mademoiselle Chambon, lo que allí era sencillez narrativa aquí se torna en una farragosa fragmentación del relato apoyada en un aparatoso abuso de las elipsis que se intercalan con gratuitos planos postales mucho más al servicio de un pretendido estilo visual epatante que de la limpieza del relato y, lo que es peor aún, la sutileza con la que era tratada la fuerza de los sentimientos románticos en la pareja protagonista Lindon-Kiberlain es sustituida por una exhibición de desgarros emocionales que resultan incómodos cuando no chirriantes, lo cual no quiere decir que no estén bien interpretados como aclararé al final de estas líneas.

Brizé ejerce una dirección ensimismada en su envoltorio, empezando por el formato cinematográfico 4:3 con el que distinguirse del más predominante actualmente (si algún espectador conserva un televisor antiguo de pantalla no panorámica cuando salga el DVD agradecerá no tener barras negras arriba y debajo de la película), pero no acaban aquí las veleidades en la realización, Brizé cae continuamente en la tentación esteticista, resultan excesivas las ensoñaciones poéticas, y no solo las más obvias mediante la voz en off de la protagonista recitando, hay demasiados planos de transición desmesuradamente largos en muchos de los cuales la protagonista aparece obnubilada mirando por la ventana o extasiada ante el mar.

También resulta abusivo el manipulador uso de la música no diegética a conveniencia de las imágenes y no de las emociones y la torpe reiteración de pasajes narrativos que vienen a decir lo mismo y lo único que consiguen es alargar innecesariamente el metraje que, sin llegar a las dos horas, termina pesando en la paciencia del espectador que no haya sido deslumbrado por el preciosismo visual o cautivado por la evocadora música y el delicado naturalismo de la dirección de fotografía. No es mi caso. El caos narrativo me exaspera, el afán por resultar genial en cada plano me resulta demasiado evidente y el abuso de la música y la evocación de la naturaleza me parece cargante.

Reconozco que puede ser un problema de conectar o no con la particular puesta en escena que Brizé adopta para su película, el caso es que únicamente la desgarradora interpretación de Judith Chemla, una actriz cuyo parecido con Juliette Binoche no se reduce al físico, consigue conmoverme en algún momento de una película cuyo fondo queda siempre supeditado a la forma. En cuanto al resto del reparto, son muy de agradecer las siempre solidas presencias de Jean-Pierre Darroussin y Yolande Moreau en unos papeles sin demasiado peso en el conjunto del film.

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