martes, marzo 19, 2024

De lágrimas, narices rojas y cuchillos: el payaso en el cine

Hay una famosa cita, atribuida al actor de cine mudo Lon Chaney en la que dice que un payaso es divertido en la carpa de circo y pregunta después «Pero ¿cuál sería su reacción al abrir la puerta de su casa y encontrar a ese mismo payaso allí a medianoche?». Los payasos, herederos de los bufones de corte, creados para hacer las delicias de pequeños y mayores con su torpeza, su lastima y su malicia, han llegado a convertirse en elementos tan aterradores que se han ganado su propia fobia, la coulrofobia. Para aquellos que la padecen, este mes de septiembre les gasta una mala broma, porque por fin llega a las pantallas It, la adaptación cinematográfica de la famosa novela de Stephen King en la que un malvado payaso llamado Pennywise comienza a atacar a los niños del pueblo de Derry, en el estado de Maine.

«Ríete del dolor que te envenena el corazón»

Aunque el origen del payaso nos puede llevar hasta las civilizaciones más tempranas, a través de personajes destinados al disfrute y burla de faraones, emperadores y reyes, la imagen del payaso actual es heredero de la Comedia del arte que nació en Italia en el siglo XVI y pronto se estableció en toda Europa. Este tipo de teatro nos ha dado personajes que ya forman parte del imaginario colectivo como Arlequín, Colombina, Polichinela o Pierrot (versión francesa del italiano Pedrolino). Este último, llamado también «enharinado» o «el de la cara blanca», es quien otorgó al payaso actual su fondo de maquillaje característico. Más tarde, a este payaso de cara blanca se le buscó un compañero, Augusto, que se caracterizaba por su nariz roja y sus grandes zapatones.

Con el siglo XIX la imagen del payaso infeliz se refuerza. Joseph Grimaldi es considerado el padre del clown moderno. Grimaldi maquillaba su rostro con crema blanca, añadiendo toques de rojo en las mejillas y la boca y cejas gruesas de color negro. Vestía ropa extravagante con gola rígida al cuello, y su cabeza estaba coronada por una cresta de color azul. El éxito del payaso fue tal que se decía que todo Londres lo había visto en escena al menos una vez. Sin embargo, las risas que despertaba Grimaldi poco tenían que ver con su vida fuera del escenario. En lucha continua contra la depresión, el payaso sobrevivió a un padre tirano y perdió a su mujer en el parto de un hijo que moriría poco después de cumplir los treinta víctima del alcohol. Los golpes y cabriolas de sus espectáculos le llevaron a sufrir terribles dolores hasta que, finalmente, murió en 1837 sin blanca y alcoholizado. Aún en sus días de gloria, el mismo bromeaba «Im GRIM ALL DAY, but I make you laugh at night» (Soy desgraciado todo el día, pero te hago reír por la noche), un juego de palabras a costa de su nombre. Charles Dickens se aseguró de que nadie olvidase el nombre del desdichado artista, escribiendo su biografía y alimentando así el vínculo en la ficción entre la figura del payaso y la tragedia. El mejor ejemplo de ello es la ópera Pagliacci, que en 1892 estrenó Ruggero Leoncavallo, donde la melancolía se torna criminal en el personaje de Canio, un payaso director de una compañía que termina asesinando en plena función a su esposa y al amante de esta.

Pero más siniestra es la realidad. Contemporáneo de Grimaldi, el Pierrot de Jean Gaspard Deburau cosechaba el éxito y los corazones de toda Francia. Sin embargo, Deburau era un hombre malhumorado, muy distinto al melancólico y mudo personaje que interpretaba. Una mañana de 1836, mientras paseaba con su familia, un niño osó llamarlo «Pierrot» y Deburau, furioso, le golpeó la cabeza con su bastón. El niño murió al instante, y, aunque el payaso fue absuelto, pudo dar su carrera por terminada. Tanto Grimaldi como Deburau mostraron la diferencia entre el hombre y el personaje y nos invitan a preguntarnos qué se esconde bajo el maquillaje. Y tal vez sea en ese maquillaje dónde resida nuestro miedo. En ese rostro pintado para mantener un gesto eterno, ya sea sonriente, malhumorado o triste, que nos impide leer cuáles son sus intenciones, incluso cuando estas no buscan más que el hacernos reír.

«¡Qué triste oficio el hacer reír!»

No es de extrañar que la figura del payaso llegue al cine cuando este se encontraba casi en pañales.  El vaudeville, ese género que seguía ofreciendo un lugar a los payasos fuera de la carpa de circo, fue una cantera de actores tan prolífica o más que Broadway, y ni Charlot ni toda la comedia de cine mudo se puede entender sin este predecesor o sin la pantomima de la Comedia del arte que inspiró a actores como Chaplin, Harold Lloyd, Buster Keaton o Laurel y Hardy. Patadas en el culo, tropiezos ridículos, persecuciones en círculo, nada de ello le era nuevo a un escenario y sin embargo llenó salas. Charles Chaplin, que se enorgullecía de sus comienzos en el vaudeville siendo solo un niño, dedicaría un homenaje a la vida del Music Hall y también a la figura amable y trágica del payaso en su película de 1952 Candilejas, cuyo personaje, Calvero, un viejo payaso alcohólico, recuerda a Joseph Grimaldi.

En la primera mitad del siglo XX el circo era denominado “el mayor espectáculo del mundo” y cineastas lo utilizaron de fondo en sus historias. Uno de los primeros ejemplos es el melodrama de 1924, y primera producción de la recién nacida MGM, El que recibe el bofetón de Victor Sjostrom en donde Lon Chaney interpretó a Paul Beaumont, un científico traicionado una vez por su mecenas y que ahora trabaja de payaso en un humillante número donde es abofeteado por sus compañeros para arrancar la risa del público. La película retrataba de nuevo a un payaso miserable con un pasado similar al de Pagliacci y que está destinado a la tragedia. Las surrealistas escenas de payasos alrededor de un planeta Tierra girando sin parar, despertaría la envidia del mismísimo David Lynch. Lon Chaney recuperaría la cara blanca y la gola cuatro años después en Ríe, payaso, ríe. De nuevo, el protagonista hace reír cada noche mientras sufre bajo su maquillaje por un amor no correspondido que le llevará a un suicidio disfrazado de accidente que liberará a su amor para casarse con otro. En Europa destaca Klovnen, película danesa de 1926, dirigida por A.W. Sandberg y que, una vez más recuerda a la historia del trágico Canio. En Klovnen, el exitoso payaso Joe Higgins se convierte en estrella parisina tras haber trabajado toda su vida en el circo. La sofisticada y vibrante ciudad francesa termina por perder a Daisy, la mujer del protagonista que se enamora del diseñador de moda Marcel Phillipe, despertando en Joe la desesperación, los celos y las ansias de venganza.

En todas estas viejas películas el payaso es merecedor de la compasión del espectador. Sin embargo, la película quemada, la gesticulación propia del cine mudo y la decadencia de sus protagonistas que lloran arrastrando el maquillaje, convirtiéndose en máscaras de la desesperación, las convierten en el material del que están fabricadas las pesadillas de un coulrófobo.

Con algunas excepciones, como la de Buster Keaton en Free and Easy, su primera película sonora, donde maquillado de payaso, se atreve a bailar y cantar en esta comedia musical con final feliz, la figura del payaso en el cine continuó siendo fundamentalmente dramática. En 1952 Cecil B. DeMille estrena El mayor espectáculo del mundo, un drama familiar sobre la vida en el circo. La película ganó dos Oscar, a mejor película y mejor guion, y presentó uno de los repartos más atractivos de ese año con nombres como Dorothy Lamour, Charlton Heston o Gloria Grahame. DeMille contó además con la presencia de Emmett Kelly, el creador del payaso vagabundo «Weary Willie», un personaje trágico basado en los miles de vagabundos que la Gran Depresión dejó en los Estados Unidos. Con él, Emmett Kelly se convirtió en uno de los payasos más famosos del siglo XX junto a Marcel Marceau y su personaje «Bip». Pero no es Kelly el payaso protagonista de la película, sino Botones, interpretado por James Stewart a quien no vemos en ningún momento sin su maquillaje y que guarda un dramático pasado. Botones tiene el corazón roto, pero no es debido al clásico amor no correspondido. La historia nos descubre que el buen payaso fue antaño un médico que terminó con su carrera tras practicar la eutanasia a su esposa enferma. Un año más tarde, Robert Z. Leonard, estrena The Clown, protagonizada por el cómico Red Skelton como Dodo, un payaso alcohólico y fracasado que vive con su hijo después de que su esposa los abandonase y volviera a casarse. Dodo es un personaje trágico cuyo amor por su hijo le obliga a renunciar a él para que este pueda tener una mejor vida. Como también ocurre en Candilejas, Dodo tiene una última oportunidad para recuperar la dignidad y demostrar su talento, para después morir solo y con el corazón roto.

En nuestro país tuvimos a nuestro payaso triste. Zampo y yo supuso el debut de Pilar Cuesta Acosta que sería rebautizada con el nombre de su personaje, Ana Belén. En esta cinta de 1966 interpreta a una niña rica que se siente abandonada por su padre, hombre de negocios. Un día huye a un circo cercano y allí conoce a Zampo, interpretado por Fernando Rey. El payaso le devolverá la alegría, mientras él mismo sufre viendo languidecer la única familia que tiene, la del circo. La película fue un fracaso, y los niños españoles tuvieron que esperar hasta 1972 para encontrar a la familia de payasos que marcarían la infancia de los niños de los setenta. Los hermanos Aragón heredaban una tradición circense que databa del siglo XIX, sin embargo aquí en nuestro país se convirtieron en estrellas de la tele y en todo un fenómeno dentro del entretenimiento infantil.

También la televisión estadounidense tuvo su payaso. Basado en los audiolibros de Capital Records, Bozo the Clown, el Show de Bozo se mantuvo en antena desde principios de los 60 a nivel local hasta 2001 a nivel nacional. En ese largo tiempo, Bozo fue interpretado por varios actores, uno de ellos, Willard Scott, fue contratado por uno de los patrocinadores del programa, una franquicia de hamburgueserías llamada McDonald’s que buscaban un personaje para sus anuncios televisivos. El payaso Ronald McDonald pasó de simple copia de Bozo a icono popular de la segunda mitad del siglo XX.

Los payasos seguían siendo trágicos o felices personajes en busca de la risa de los niños, pero todo estaba a punto de cambiar.

«Un payaso puede salirse con la suya en un asesinato»

En la profusa crónica negra de Estados Unidos, destacan algunos casos por su crueldad, su notoriedad o su rareza. Uno de esos casos es sin duda el de John Wayne Gazy, también conocido como «Pogo el payaso», un asesino en serie que, entre 1972 y 1978, asesinó a unos treinta adolescentes y veinteañeros. Lo más perturbador de Gacy era su identidad publica: padre de familia, hombre de negocios, intachable vecino y activo demócrata. Gacy actuaba además como payaso en eventos, cumpleaños y en reuniones benéficas. La doble cara de Gacy es la que hace de su caso algo tan espeluznante. Gacy no solo maquilló su rostro, sino que toda su vida estuvo cubierta con una máscara de integridad y rectitud que ocultaba su instinto criminal.

Por aquel entonces Stephen King ya se había hecho un nombre dentro del género de terror con títulos como Carrie o Salem´s Lot. Se dice que el criminal Gacy sería la fuente de la que bebería uno de sus personajes más memorables, el malvado payaso Pennywise en It.

It se convirtió desde su publicación en una de las obras más destacables del escritor y en uno de los títulos favoritos para sus fans. Su magia reside en el equilibrio que consigue entre terror y aventuras. Derry, un pueblo del estado de Maine sufre desde su fundación etapas en las que niños son asesinados brutalmente o desaparecen. En junio de 1958, el joven George Denbrough muere tras haber salido a jugar con su barquito de papel. A lo largo de ese verano, un grupo de niños se unen para enfrentarse a ese mal que parece poseer al pueblo.

Pennywise, una fuerza del mal tan antigua como el propio universo, toma como forma principal un payaso porque es su preconcebida naturaleza inocente la que permite que los niños se acerquen a él sin miedo, y es eso lo que le hace aterrador. Al fin y al cabo, el miedo a los payasos comparte esencia con el miedo a la oscuridad; es no saber lo qué se esconde detrás lo que nos inquieta, y en el terror ya sabemos que ese maquillaje tan amable oculta dientes afilados.

Aunque It es un antes y un después en la visión que se tiene del payaso en el cine, los 80 ya tenían ejemplos de payasos malvados antes de la publicación de la novela. En Gira sangrienta, los miembros de una banda de rock llamada “Los payasos” se convierten en principales sospechosos de los asesinatos de varias groupies, aunque en este caso los protagonistas recuerdan más a la banda KISS que a los Payasos de la tele.

Si hay algo que dé más mal rollo que un payaso bajo poca luz, es un muñeco. Si encima te suman ambos elementos, prepárate para no dormir en días. La escena en la que el pequeño Robbie Freeling se enfrenta a su adorable payaso de peluche es una de las más aterradoras de ese clásico del terror que es Poltergeist del recién fallecido Tobe Hopper.

Con un presupuesto de dos millones de dólares, Killer Klowns (Payasos asesinos) fue el proyecto de los hermanos Chiodo, Charles y Stephen, de continuar con el subgénero terror/humor de otros títulos como Critters: ¡Ojo, muerden! (1986), película en la que fueron responsables de los efectos especiales. Ambas cintas comparten el planteamiento argumental: unos seres venidos de otro planeta aterrizan en un pequeño pueblo. Pero si en la película de Stephen Herek se trataba de una raza de monstruitos peludos, en la de los Chiodos la amenaza viene de una raza extraterrestre de payasos enviados a la Tierra a través del cometa Haley. Un argumento absurdo, sí, pero que se ha terminado ganando su lugar dentro del cine de culto hasta tal punto que se espera una secuela para el 2018.

Un año después, se estrenó Clownhouse en donde Casey, un niño con coulrofobia, y sus dos hermanos deciden pasar una noche en un circo al que también irán a parar tres psicópatas fugados de un manicomio que asesinarán y tomarán el rol de los payasos. Además de por ser el debut actoral de Sam Rockwell, la película ha ganado triste notoriedad por un hecho bastante más aterrador que un hombre vestido de payaso; el abuso sexual al que su director Victor Salva sometió a su actor principal, entonces un niño, Nathan Forrest Winters.

«Todos flotan aquí abajo»

En 1990, Tommy Lee Wallace, cuya aportación al cine de terror han sido secuelas de películas como Halloween III y Noche de miedo II, se hizo con la batuta de la adaptación televisiva de It. Algo más de tres horas no fueron suficientes para plasmar en la pequeña pantalla todo lo que encerraba la novela de King. Con interpretaciones bastante pobres y un descuido en la atmósfera y todo aquello que mantiene vivo Derry, de It solo se queda en nuestra memoria su Pennywise, interpretado por el actor británico Tim Curry, que consiguió colarse en las pesadillas de todos los niños que vimos como surgía de la alcantarilla para atacar al pobre Georgie.

El payaso se convirtió en una criatura diabólica en Funny Man, una producción británica de 1994 que pude calificarse de slasher, en la que toda una familia es víctima de un bufón maligno. Ni la presencia de Christopher Lee salva de la serie B esta película que mezcla sin discreción el humor con el latex y el jarabe de maíz, convirtiéndola en una joya para los amantes del cutrefilm.

Ni siquiera la tarjeta de presentación del genio del terror Wes Craven salvó El carnaval de las almas, un título de 1998 pseudoremake de la película de mismo nombre que en 1962 dirigió Herk Harvey. Mientras que la original ha ido ganando prestigio a lo largo de los años por los elogios que le han dedicado directores como Scorsese, Lynch o Romero, la versión del 98 queda como una pobre copia que apenas respeta la premisa del argumento y el desenlace. De hecho, el personaje protagonista comparte más con Sidney Prescott, la heroína de Scream que con su homóloga en el título del 62. En esta «nueva versión» Alex Grant intenta salir adelante con el trauma que le provocó ser testigo de la violación y asesinato de su madre. Ya una adulta, Alex lucha con las pesadillas y las espantosas visiones que ha empezado a sufrir tras la llegada del circo a su ciudad.

«Si no fuera payaso sería un asesino»

El nuevo siglo continua con una interminable lista de películas donde payasos maníacos persiguen a sus víctimas, como Killjoy en donde tres adolescentes se enfrentan a un payaso diabólico. Una película que, a pesar de sus pésimas críticas y con una puntuación de 2,5 en IMDB ha conseguido cinco entregas. No sale mejor parada 100 Tears, en donde el payaso Gurdy satisface sus ganas de sangre con un espectáculo de gore malo que se toma demasiado en serio.

Los payasos se vuelven cada vez más decadentes, su maquillaje se descascarilla, mostrándonos su maldad o su enajenación. Es el caso de Stitches, una comedia slasher que acompaña la sangre y la violencia con humor negro. Su maníaco protagonista es un payaso zombie que vuelve de entre los muertos para perseguir y acabar con todos los críos responsables de su muerte. Con un presupuesto de tan solo seiscientos mil euros, el director y guionista irlandés Conor McMahon consiguió una crítica positiva para un género normalmente minusvalorado como es el slasher.

 No tan cómica es Clown, la película producida por Eli Roth y primera inmersión en la pantalla grande de Jon Watts, quien acaba de entrar en el universo Marvel gracias a Sipder-Man: Homecoming. En Clown su protagonista es un amante padre y marido que, tras probarse un disfraz de payaso para la fiesta de cumpleaños de su hijo, queda atrapado en él, pero esa peluca y ese traje pertenecen en realidad a un demonio devorador de niños que poco a poco va poseyendo a Kent. Clown comenzó como un falso tráiler y fue Eli Roth quien, tras verlo, se ofreció a Jon Watts como productor. El resultado es un film lo suficientemente gore para espantar al espectador más sensible y no lo suficiente como para entusiasmar al fan de la sangre y las vísceras. El guion, escrito por el propio Watts y Christopher Ford no tiene problemas en mostrar el asesinato de niños, algo que sigue siendo sensible dentro del género de terror.

Pero si hay alguien que ha sabido sacar jugo a los payasos psicópatas en lo que llevamos de siglo XXI ese es Rob Zombie. Su Capitán Spaulding se toma muy en serio su papel de payaso y maestro de ceremonias de su museo de atracciones. Interpretado por Sid Haig, Spaulding es líder del clan Firefly, una familia de asesinos necrófilos y caníbales con los que un día se cruza un grupo de universitarios. La película debe mucho a La matanza de Texas o a La última casa a la izquierda y gustó lo suficiente a los amantes del horror como para merecer una segunda parte, Los renegados del diablo. Pero como muchos payasos asustan más que uno, en 2016 Rob Zombie estrenó 31, donde unos trabajadores de feria son secuestrados y obligados a jugar a «31» cuya única regla es sobrevivir, algo difícil cuando estás rodeado por una banda de payasos asesinos.  

En el ámbito nacional nuestros payasos más terroríficos están encarnados por Carlos Areces y Antonio de la Torre en la película de 2010 de Alex de la Iglesia, Balada triste de trompeta; una retorcida historia sobre el triángulo amoroso entre dos payasos de circo y la trapecista. La película mezcla de modo brillante humor, violencia y tragedia. Según los celos y la ira se van haciendo con los dos personajes protagonistas, más grotescos aparecen frente al espectador, ganándose un puesto de honor entre los payasos más aterradores de la gran pantalla.

También la televisión ha tenido sus payasos asesinos a través de series. En el episodio «Nightmares» de la primera temporada de Buffy Cazavampiros, los miedos de los habitantes de Sunnydale se hacen realidad y es Xander quien ha de enfrentarse a su coulrofobia cuando un payaso asesino comienza a perseguirlo. Pero el payaso más escalofriante de la pequeña pantalla nos lo presentó Ryan Murphy en la cuarta temporada de American Horror Story. Twisty, interpretado por John Carroll Lynch, es falsamente acusado de haber abusado de niños. Tras perder su trabajo como payaso, se intenta suicidar con una escopeta, pero lo único que consigue es reventarse la mandíbula. Con una aterradora máscara que le condena a una sonrisa infinita, Twisty satisface su locura criminal en un intento de recuperar el amor de los niños manteniéndolos a salvo de sus padres. Ryan Murphy debió quedar contento por la interpretación de Carroll Lynch y le ofreció también el papel del criminal John Wayne Gacy en la siguiente temporada de la serie.

Psicópatas, diabólicos, zombies, da igual cuantos payasos nos presente el cine de terror, al final siempre queremos volver a Derry, a que se nos ponga la piel de gallina al pensar en el mal encarnado en un payaso que recorre las cloacas en busca de una boca de alcantarilla por la que poder arrastras a un niño. La producción del remake de It no ha estado exenta de problemas. Ocho años han pasado desde que se anunciase el plan por parte de Warner de volver a adaptar la novela de King, esta vez a la gran pantalla. El primer elegido para dirigir el proyecto fue Cary Fukunaga, director de Beasts of No Nation o la primera temporada de True Detective, pero abandonó por desavenencias con el estudio. El argentino Andrés Muschietti (Mamá) tomó el relevo. Lo mismo ocurrió con el papel de Pennywise que es interpretado por Bill Skarsgard después de que Will Poulter se replanteara su presencia en el proyecto tras la marcha de Fukunaga.

No han faltado las críticas y prejuicios tras las primeras imágenes. Pennywise ya no tenía el aspecto de Ronald McDonald de la versión de Tim Curry, sino que se había diseñado un vestuario y un maquillaje de corte renacentista que otorgaba un toque decadente y grotesco que llevaba a preguntarse qué niño se atrevería a acercarse a él. No obstante, Muschietti supo hacernos salivar a través de las fotografías de su cuenta de Instagram y más tarde con un tráiler que despertó el hype de todos aquellos que somos fans de la novela.

Es curioso como la imagen del payaso ha ido cambiando a lo largo del tiempo de ser un personaje trágico que se alimenta de las risas y la felicidad que aporta a su público, a transformarse en un ser retorcido que vive de nuestros miedos, como si se convirtiese en testigo y ejemplo de nuestra pérdida de inocencia, de ese momento en el que decidimos que detrás de un maquillaje blanco y una sonrisa bobalicona no puede esconderse otra cosa que no sea el mal puro.

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