Cuando en 2003 Disney puso su maquinaria a trabajar para hacer una película basada en una de las más célebres atracciones de sus archifamosos parques temáticos (proceso inverso a lo habitual, pues la mayoría de sus atracciones están basadas en sus films), les salió una divertidísima película de corte clásico de esas que lo tenían todo, un poco de romance, un mucho de aventuras y unos personajes entrañables con los que uno simpatizaba comandados por un tronchante Jack Sparrow con el que Johnny Depp que, no lo olvidemos, fue nominado al Óscar al mejor actor por su trabajo, incorporaba un nombre más a su extensa galería de personajes inolvidables. Aquella película: Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra fue un gran éxito de taquilla, fue bien tratada por la crítica y tuvo en total cinco nominaciones al Óscar. Es decir, puso de acuerdo a todo el mundo.
El problema surgió cuando en lugar de poner en marcha la maquinaria de hacer películas se puso en marcha la maquinaria de hacer churros o de hacer películas como churros que viene a ser lo mismo, el público incondicional ya estaba ganado, los personajes creados y el aparatoso marketing puesto en marcha, no hacía falta más que darle a la manivela y ponerse a hacer dinero. Los guiones se acomodaron en una repetición casi mecánica del argumento, los personajes originales se fueron poco a poco desdibujando o repitiendo mecánicamente y los nuevos personajes que cada película incorporaba no tenían el encanto de los primeros. Las películas que no bajaban de dos horas y media se fueron progresivamente haciendo más pesadas, vacías y aburridas. El sentido del ritmo de la primera película se convirtió en ruido y afán por filmar todo atropelladamente. Y así se hicieron tres películas más en el plazo de ocho años.
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