martes, marzo 19, 2024

Crítica de ‘Lejos del mar’: Incómoda y arriesgada

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: Lejos del mar

Creo que se cuentan por centenares las películas que el cine español ha dedicado a la Guerra Civil, sin embargo, son muy pocas las que se han realizado sobre el otro gran drama de la historia de España durante el siglo XX (e inicios del XXI) que no es otro que el del terrorismo encarnado, fundamentalmente, por la banda terrorista ETA. Supongo que durante mucho tiempo ha pesado el miedo como elemento disuasorio para quien se le pasara por la cabeza escribir y realizar un film sobre el tema; miedo a las consecuencias y represalias que pudiera ocasionar y miedo también a herir sensibilidades, fundamentalmente de las víctimas. Si en un futuro lejano alguien pretende realizar un estudio sobre cómo se ocupó del terrorismo el cine en nuestro país, encontrará indefectiblemente el nombre de Imanol Uribe como autor de las más destacadas películas que se ocuparon del terrorismo etarra.

Desde su, ya lejano en el tiempo, documental El proceso de Burgos (1979), Uribe completa con Lejos del mar su sexto film con ETA como tema argumental tras La fuga de Segovia (1981), la valiente La muerte de Mikel (1983), Días Contados que en 1994 obtuvo ocho premios Goya y Miel de naranjas (2012). Imanol Uribe vuelve a actuar como cronista del tiempo que toca vivir situando su película en el actual statu quo en el que tras varios años sin víctimas mortales, la aplicación de la doctrina Parot está poniendo en la calle a algunos presos etarras que se benefician de una reducción de penas que les  permite no cumplir el tiempo máximo de permanencia en prisión. 

En este contexto se produce la salida a la calle de Santiago Argote (Eduard Fernández) que ha cumplido 22 años de prisión por el asesinato de un comandante del ejército mientras paseaba junto a su hija de ocho años. El fortuito encuentro entre el asesino y la hija de la víctima, Marina (Elena Anaya), sirve a Daniel Cebrián e Imanol Uribe para escribir un irregular guion con algunos momentos muy brillantes y otros que ponen en peligro la credibilidad global del film. El notable arranque, con una impecable presentación de los personajes, se diluye en algunos momentos en los que Uribe estira demasiado la cuerda de la relación verdugo-víctima. Si en estos momentos, la película no se hunde, es mérito incuestionable de las portentosas interpretaciones de Eduard Fernández y Elena Anaya que están sencillamente soberbios. 

Lejos del mar es sin duda una película valiente, arriesgada y con vocación de controversia. No en vano ha sufrido continuos retrasos en su fecha de estreno (previsto inicialmente para enero de 2016) tras su pase en la pasada edición del Festival de San Sebastián donde fue presentada fuera de competición, y de esto va a hacer un año. El miedo, del que hablaba al principio, sigue funcionando en el mundo del cine, aunque al parecer no para Imanol Uribe; y esto es de agradecer en una época en la que la sociedad tiene la piel tan fina que un anuncio publicitario puede poner en pie de guerra a cualquier colectivo que se sienta insultado o menospreciado. Cuánto más puede herir un asunto tan sensible y que tantas vidas se ha llevado por delante. 

Una de las grandes virtudes de Imanol Uribe como director es que no elabora panfletos ni subraya ninguna lectura, él cuenta una historia, más o menos verosímil, más o menos emotiva, más o menos aceptable, pero en ningún momento conduce los sentimientos ni el pensamiento del espectador hacia ningún sitio. Su asepsia estilística dirigiendo Lejos del mar juega a favor de esta limpieza, no emplea música ninguna para resaltar un momento sobre otro, no hay artificios de montaje (fundidos a negro culminan la mayoría de las secuencias) ni complicaciones narrativas. Rehúye por ejemplo de algo tan tentador y efectista como realizar un flashback representando el atentado ocurrido décadas atrás o hurgar en la infancia de Marina para explicar su presente. Y esto también es muy de agradecer en un tiempo en el que el cine emplea continuamente este tipo de manidos recursos para mover (empujar) al espectador hacia donde lo quiere llevar. 

A las sobresalientes interpretaciones de Eduard Fernández y Elena Anaya (veo a ambos perfectamente nominables al Goya, aunque los dos tendrán que competir consigo mismos en otras películas) se une un potente elenco de secundarios, especialmente el infrautilizado en el cine José Luis García Pérez como el aturdido esposo de Marina que asiste perplejo a la catarsis de su mujer sin saber bien a qué atenerse. También están notables Juan Motilla, Teresa Arbolí e Ignacio Mateos componiendo a la familia andaluza que acoge a Santi recién salido de prisión.

El problema, como apunté unos párrafos más arriba, es la irregularidad del guion, su falta de credibilidad en algunos momentos y la poca consistencia con la que algunas tramas accesorias (las ausencias de Marina de su casa o del hospital donde trabaja, por ejemplo) son despachadas. Tampoco funciona argumentalmente la visita que Santiago recibe de su hermana y su excompañero en la banda terrorista, la cual, termina revelándose como clave en un final atropellado que desentona con el pausado ritmo con el que Uribe ha conducido toda su película. 

No sé si como dice Marina es más complicado olvidar que perdonar, de lo que estoy seguro es de que resulta dificilísimo (acaso imposible) entender el dolor y los sentimientos de alguien a quien le han segado la infancia sin haberlo vivido en carne propia. Como persona, la historia me resulta incómoda, como espectador, irregular. Y sin embargo no puedo dejar de apreciar algunos momentos de buen cine que hay en Lejos del mar. A veces necesitamos que nos hagan sentir incómodos. Y desde luego necesitamos directores de cine que se adentren donde otros no se atreven.

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