¡Ah! Que les suena la historia… Entonces es que a lo mejor la historia de Tarzán ha sido llevada más de doscientas veces a la pantalla entre cine y televisión desde que en 1918 se hiciera la primera adaptación, Tarzan of the Apes (Scott Sidney, 1918), muda en ese caso, con Elmo Lincoln interpretando a Tarzán adulto y Gordon Griffith de niño. Más célebres fueron las doce películas protagonizadas por el mítico Johnny Weissmüller entre 1932 y 1948. Siguieron, entre otras muchas, la olvidable Greystoke, la leyenda de Tarzán, el rey de los monos con un Christopher Lambert al que resultaba difícil distinguir de los gorilas o, la notable versión animada de Disney con canciones de Phil Collins.
Sería de suponer entonces, que si más de cien años después de la aparición del personaje, con más de doscientas películas y numerosas adaptaciones al cómic y hasta al teatro, alguien decide hacer otra película de Tarzán, habría de ser para hacer la película definitiva o para por lo menos, aportar algo nuevo.
Esplendorosos paisajes fotografiados por Henry Braham, una convencional banda sonora de Rupert Gregson-Williams y espectaculares efectos visuales que a estas alturas de la historia del cine se dan por supuestos, completan la apuesta estética que dirige con mucho oficio el hombre que salvó del naufragio la saga Harry Potter dirigiendo las cuatro últimas películas, el británico David Yates de quien el próximo noviembre se estrena Animales fantásticos y dónde encontrarlos, su nueva película basada en la novela de J.K. Rowling ampliando el universo Harry Potter (me remito al primer párrafo de este escrito).
La dirección de Yates es efectista y pulcra desde el punto de vista técnico pero fría como un carámbano y en ningún momento imprime a la película el tono divertido o emocionante que la película requiere. Buena culpa de ello tiene también un reparto que resulta un verdadero fiasco. Alexander Skarsgård, de cuello para abajo presenta un físico más apto para estudiar la musculatura toracoabdominal y de la espalda que muchos manuales de anatomía que son referencia en las facultades de medicina. Hasta ahí. De cuello para arriba resulta más inexpresivo que cualquiera de los gorilas que salen en la película. No habría estado mal que los mismos animadores digitales que han dado vida a los animales de la película se hubieran puesto a trabajar con el rostro de cartón piedra de un actor que interpreta un Tarzán sin alma y sin carisma con el que resulta muy difícil empatizar.
En cuanto a Margot Robbie, lo siento pero mi opinión es la misma que después de ver El lobo de Wall Street. No soy capaz de ver una actriz detrás de su bonito rostro y solo veo a una chica guapa que sale en películas y que en unos años caerá en el olvido. Como muchas otras, ojalá me equivoque. Christoph Waltz comienza a repetirse peligrosamente, ya hemos visto en otras películas (Tarantino mediante), todo el registro que emplea en La leyenda de Tarzán interpretado con más gracia y convicción; y Samuel L. Jackson, un actor que suele encantarme, fracasa estrepitosamente en su misión de convertirse en el compañero del héroe e incorporar el contrapunto cómico (o al menos divertido) a la película. No es solo culpa suya, le han escrito un guion sin gracia, pero él parece tan incómodo como Djimon Hounsou a punto de ser pasado a cuchillo.
En conclusión, La leyenda de Tarzán no es más que un mero entretenimiento sin el carisma que cabría esperar de uno de los héroes de la infancia de muchas generaciones. Una película técnicamente irreprochable pero sin emoción ni diversión. No tengo ni idea de cómo habrán resistido el paso del tiempo las películas de Johnny Weissmüller pues no las he vuelto a ver desde que era niño, y tal vez sea mejor así, mantener el memorable recuerdo de las aventuras de un personaje admirable y querible.
Descubre más desde No es cine todo lo que reluce
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.