En ese punto se encuentra Paulina (Dolores Fonzi), una joven abogada recién licenciada (o recibida como dicen en Argentina), que a punto de empezar su doctorado en Buenos Aires al tiempo que trabaja en un bufete, ve la posibilidad de embarcarse en un proyecto social de educación en una zona muy desfavorecida de la ciudad de Posadas, casi fronteriza con Paraguay y muy lejos de la capital.
El realizador argentino Santiago Mitre firma su cuarto largometraje realizando un remake de la película argentina La Patota (1961) de Daniel Tinayre. Como no he visto la película original, no puedo opinar sobre la pertinencia o no de realizar un remake de la misma, algo acerca de lo cual, salvo excepciones, suelo ser más bien escéptico.
La Patota es también el título original de la película de Santiago Mitre, aunque en España ha mutado a Paulina que es el nombre del personaje protagonista. Supongo que el cambio de título obedece a que el término Patota (algo así como “pandilla” en el bonaerense dialecto lunfardo) es demasiado desconocido fuera de las fronteras argentinas.
Los primeros diez minutos de la película son concebidos como un prólogo (de hecho, preceden a los títulos de crédito). Se trata de una conversación entre Paulina y su padre Fernando (Oscar Martínez) en la cual se plantea el punto de partida argumental del film como una especie de choque entre diferentes visiones de la vida. Por primera vez (habrá muchas más a lo largo de la película) a los espectadores se nos obliga a situarnos, a tomar partido. Y esta primera toma de partido funciona como un auténtico filtro generacional que a mí me ha hecho sentirme mayor. Hace diez años (y diez años son un suspiro) estoy convencido de que me habría sentido claramente identificado con Paulina, hoy, me he sorprendido a mí mismo alineándome con los argumentos de su padre. Esto de hacerse mayor (o de ser padre) es lo que tiene.
Y es que la esencia de Paulina como film no está en lo que nos cuenta a los espectadores, ni siquiera en cómo se nos cuenta desde el punto de vista de la narrativa cinematográfica, aunque ambos aspectos, el qué y el cómo, sean bien interesantes. Lo que hace valioso este film, aquello que lo distingue de otras muchas películas que han contado historias muy similares, es el dilema ético que nos plantea a los espectadores a partir del momento en que ocurre el hecho fundamental de la trama que aquí no voy a relatar (aunque viene en cualquier sinopsis de la película).
Mitre nos pone de frente con dicho cuestionamiento moral como asistentes a su obra, pero no nos obliga a posicionarnos, nos obliga a pensar, nos obliga a sentir, nos coloca en la incómoda situación de ponernos los zapatos de otro para (intentar) saber qué haríamos nosotros en la misma situación. Más aún, no se conforma con obligarnos a ponernos sólo un par de zapatos. Son varios los personajes cuya postura está sujeta a diferentes puntos de vista. ¿Qué haríamos nosotros si fuéramos Paulina?, ¿qué haríamos si fuéramos su padre?, ¿qué haríamos si fuéramos su novio? Paulina reflexiona en voz alta: “Si yo estuviera en tu situación es probable que hiciera lo mismo que tú, o incluso algo peor, pero no estoy en tu situación, estoy en mi situación, no la elegí, pero es la que es”.
¿Podemos tomar decisiones por otra persona por mucho que queramos a esa persona y por muy ofuscada o confundida que la veamos?, bien, supongamos que concluimos que no debemos. ¿Tenemos derecho a juzgar las decisiones de otra persona por mucho que queramos a esa persona?, ¿en qué medida nuestras opiniones (a menudo no pedidas) devalúan el vínculo afectivo que tenemos con los demás?.
Podría seguir enumerando las múltiples preguntas que se plantean a lo largo del metraje pero no puedo contestarlas porque probablemente tengan tantas respuestas como espectadores. Si acaso, trataré de encontrar las mías.
Santiago Mitre adopta una inteligente narrativa con multiplicidad de puntos de vista y a partir de ella, deja caer el peso de la película en las rotundas interpretaciones de sus actores, fundamentalmente la de Dolores Fonzi, actriz de amplia trayectoria en Argentina a la que muchos hemos tenido ocasión de descubrir recientemente gracias a su breve pero intenso papel en Truman. Fonzi afronta con gran convicción un personaje tan difícil como tramposo, se trata de un papel que en manos de una actriz menos delicada habría dado para exagerados gritos y dolientes rasgados de vestiduras. Dolores Fonzi sin embargo, construye a Paulina a base de una entereza y una frialdad que evitan que la película caiga del lado del melodrama, con lo que el film perdería su fuerza ética para sencillamente contar una historia. Podría estar bien, podría ser un buen melodrama, pero definitivamente sería una película completamente distinta.
Paulina es un sólido film que a su paso por los Festivales de Cannes y de San Sebastián (aunque en ninguno de los dos estuvo en la Sección Oficial) obtuvo importantes galardones, el de la FIPRESCI en el certamen francés y los galardones de la sección Horizontes Latinos, de la juventud y Otra Mirada en el festival donostiarra.
Descubre más desde No es cine todo lo que reluce
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
A veces me da tanta envidia no ser de allí… por cierto Posadas es un punto fascinante para conocer, capital de la región de Misiones.
Cierto, parece un lugar fascinante, uno más de los muchos que tiene Argentina. El país que más ganas tengo de conocer. Y este año, salvo excepciones, ha sido un fantástico año de cine argentino.