De este tema, del turbio proceso de adopciones internacionales, se ocupa la directora argentina afincada en España Daniela Fejerman. Y para ello parte de su propia experiencia personal cuando hace unos años viajó a Ucrania para adoptar un niño y tras haber sufrido toda la burocracia previa al viaje (que puede prolongarse hasta varios años), una vez allí se vio sometida a una nueva burocracia tejida a base de corrupción, mentiras y falsas esperanzas que machacan la estabilidad emocional de cualquiera.
Y para ello ha escrito un inteligente guión junto a Alejo Flah y se ha rodeado de una pareja de intérpretes, Nora Navas y Francesc Garrido, que a pesar de no haber trabajado juntos previamente, desprenden una química y una autenticidad que convierten La Adopción en un sólido drama que resulta tan aleccionador en su desarrollo como conmovedor en su factura final.
La película, producida por Gerardo Herrero con coproducción lituana, se sitúa en un país indeterminado de la antigua Unión Soviética, la película no ofrece referencias temporales (aunque es obviamente actual) ni espaciales. Los organismos que aparecen en la película están exentos de una identificación estatal pues deliberadamente no ha querido situarse la acción en ningún país concreto. Salvo los citados Nora Navas y Francesc Garrido y el padre del personaje de Nora Navas (Jordi Banacolocha), el resto de intérpretes son lituanos o rusos, lo cual aporta una dosis extra de credibilidad a una película ya de por sí muy verosímil.
El guion, que como se ha dicho surge de la vida personal de Daniela Fejerman ha sido completado con las experiencias de otras parejas en trances similares y con la correspondiente dosis de ficción, la dirección de Fejerman es atinada, lleva la trama con solvencia y resuelve las situaciones más comprometidas con acierto. Lástima que en un par de momentos próximos al final, se le vaya la mano con un excesivo subrayado que resulta un poco incómodo al espectador (sobran, en mi opinión, unos cuantos planos de los padres jugando con el niño o la escena del baile en el bar que no aporta nada a unos personajes que a esa altura de la película están perfectamente definidos por los actores).
Francesc Garrido y especialmente Nora Navas están soberbios. A lo largo de la película atraviesan una auténtica montaña rusa de emociones, y en cada una de ellas resultan creíbles. Nora Navas es una de esas actrices que expresan cada emoción desde la autenticidad, con una naturalidad tan pasmosa que parece no esforzarse en interpretar, como si fuera ella misma la que estuviera viviendo cada momento. El arco de emociones de Garrido es si cabe más extenso, pues va desde la felicidad hasta la ira pasando por la desesperación, el dolor, la impotencia y un socarrón sentido del humor perfectamente administrado.
Los vaivenes emocionales de ambos, como no podía ser de otra manera, se traducen en las correspondientes fluctuaciones de la relación de pareja, que de nuevo están magníficamente interpretadas y ofrecen momentos de un doloroso desgarro.
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