Las críticas de Carlos Cuesta: Godzilla (2014)
Es decir demasiado que Godzilla (2014) es una película sobre Godzilla. Bajo ese nombre se esconde una aburrida y decepcionante trama sobre los errores medioambientales del ser humano y los esfuerzos de la naturaleza por corregirlos. Uno puede llegar a entender que el cine de monstruos (si es que existe como género) tiene sus propias reglas, como sacadas de un manual, donde se establece un misterio, un accidente o un suceso que nos deja pistas inquietantes de que algo terrorífico está ocurriendo. Se dispone la trama, se nos presenta a los personajes humanos que permitirán desarrollar la historia; aparecen las primeras víctimas y vamos viendo partes de la criatura o pasadas fugaces que van despertando nuestra curiosidad. Como plato fuerte, la segunda mitad, la conclusión de la producción, suele mostrarnos por completo al auténtico protagonista, al ser maligno o destructor que el héroe debe batir, y si hay un buen guionista incluso tendremos una explicación razonable de sus motivaciones.
Aquí estamos ante otra cosa, ante algo que yo no dudaría en llamar absoluto fraude si no fuera por el increíble trabajo de los integrantes del apartado técnico a la hora de recrear un Godzilla enorme, furioso, realista y genial que, lamentablemente, da la sensación de salir menos de cinco minutos. Su lucha contra otras criaturas incontroladas surgidas de la ingesta masiva de energía nuclear es lo único que merece la pena ser visto de una plomiza sucesión de sandeces que no interesan a nadie. Los esfuerzos por hacer pasar una película de estas características por algo sesudo, científico, intrigante o emotivo, si es que los han hecho, son un verdadero fracaso.
Si alguien no sabe quién es Godzilla y no ha visto esta película todavía tiene una oportunidad de tener una impresión, si no buena, al menos más honesta de la leyenda que rodea a esta criatura. Según pude leer en la crítica de Óscar M. en este blog hay casi 30 secuelas, algunas de ellas ciertamente irrisorias en las que el monstruo también lucha contra otras criaturas. Pero en esos casos se trataba de creaciones genuinas que han hecho escuela y no estaban pervertidas por la pretenciosidad que pudre la última de las apropiaciones indebidas de esta corriente del remake que parece que no va a terminar nunca.
Bryan Cranston (Breaking Bad) y Juliette Binoche interpretan a un matrimonio residente en Japón, trabajadores en una central nuclear que presencian en primer persona una supuesta fuga radiactiva provocada por movimientos sísmicos. Ella fallece en este accidente (se la ve incluso menos que a Godzilla) y desde ese momento la obsesión de Walter White, perdón, del personaje de Cranston, consiste en demostrar que no existió tal fuga, sino que algo o alguien provocó el desplome de la planta. Es la primera de las tramas que resta tiempo a la acción, que trata de explicar de forma metódica y aburrida algo que cualquiera que va a ver Godzilla sabe de antemano: que algo monstruoso fue el causante del suceso.
Este punto de partida fuerza una subtrama también pavorosamente sosa y artificial sobre la familia del hijo del citado ingeniero, que ve a su padre como un loco incapaz de superar aquella tragedia. Ese muchacho (Aaron Taylor Johnson, Kick Ass) es un artificiero del ejército que irá salvando todas las oportunidades de ser espachurrado y se integrará en una misión militar para hacer explosionar una bomba ultrapotente que acabe con Godzilla y con las otras criaturas que amenazan con acabar con Estados Unidos (anda que no hay planeta). Efectivamente, una de ellas está detrás del accidente de la planta nuclear que mató a su madre. ¿Pero a quién le importa eso? A nosotros no nos dio tiempo a cogerla cariño y el mozo no parece tener ningún tipo de trauma especial por la horrible muerte de su madre (aunque tampoco tiene rasgo alguno de personalidad que lo diferencie de los extras o los secundarios).
Llegados a este punto sí me permito tildar de estafa a una producción que pone en el cartel el cebo de carnaza de grandes actores a los que no se les entrega un papel decente que interpretar. Ya no hablo del cameo de Binoche, del horroroso y manido personaje de Cranston ni del insulso protagonismo de Taylor Johnson. ¿Por qué incluir a Ken Watanabe en una película para hacerle aparecer como un científico bobo y dubitativo incapaz de influir sobre la trama pese a su conocimiento del caso; incapacitado de anticipar nada o de detener nada, al que vemos deambulando perdido como un señor desorientado entre militares ociosos? En un momento dado (creo que este párrafo es spoiler) se saca de la manga la idea acertada, pero sin ningún fundamento por su parte, de que Godzilla es una fuerza de la naturaleza cuyo objetivo es restablecer el equilibrio natural. De nuevo sin ningún tipo de fundamento responde a la pregunta de si podrá ganar a sus adversarios. Ceremonioso, y con la vista perdida en el infinito buscando el sentido de todo esto, afirma: «Dejemos que se enfrenten», como si estuviera en su mano decidirlo. Había pasado el tiempo de conseguir que esta película fuera algo épico, sólo quedaba verla terminar, que los bichos se enfrentaran y sucediera lo único que realmente debía haber sucedido: la lucha espectacular y bestial entre fuerzas incontenibles a las que el hombre por sí solo no puede hacer frente.
En resumen es la historia de cosas monstruosas, gigantescas e imparables que luchan por el control contra otras criaturas similares, igual de horrendas e inexplicables. No hablo de Gozdilla, hablo de la codiciosa falta de estilo de la industria del cine y de la maquinaria del marketing puesta a funcionar durante meses para luego vomitar algo incapaz de acercarse a las expectativas que había generado. P.D: El otro día vi el Godzilla de Roland Emmerich y me pareció incluso peor que la vez que la vi en el cine, pero ahora la han hecho buena en comparación. La ilusión, la verdadera ilusión que tenía de ver esta película la han matado por completo.