jueves, marzo 28, 2024

Crítica de ‘La por’ (‘El miedo’): Presos del terror doméstico

Las críticas de Carlos Cuesta: La por (El miedo)

Creo que desde Te doy mis ojos (Icíar Bollaín) nadie había reflejado con un nivel tan alto de realismo y de forma tan equilibrada las terribles situaciones que genera el maltrato a las mujeres y su consecuencia en las familias. Jordi Cadena (Elisa K) asume en El miedo el máximo riesgo para contar la desgarradora, tensa y terrorífica realidad de las personas que son víctimas del maltrato físico y psicológico y que se sienten rehenes en su propia casa.

Desgraciadamente el suceso que presenciamos en este relato ya lo habíamos visto en nuestro día a día; lo habíamos ojeado en las líneas planas de un periódico; las consecuencias de El miedo las habíamos visto saliendo en el vehículo del forense en las noticias del mediodía en imágenes tristes y deplorables que ya empiezan a sonarnos a más del mismo. Ésta es una película sobre ese problema al que la sociedad no está sabiendo dar una respuesta ni política ni ciudadana. 

La película es tan concluyente en cada escena que podría haber terminado con la primera secuencia y ser un un cortometraje en el que la familia despierta con los sonidos del aseo matutino de un padre cuyo rostro aún no vemos: Sí contemplamos la cuchilla de afeitar chocando contra el lavabo, el repiqueteo de la ducha, los pasos y el abrir de cajones, pequeños gestos que en un principio no deberían ser amenazadores, pero que lo son en una dinámica de angustia diaria sin horizonte de solución.

Cuando el padre (Ramón MadaulaIsabel) abandona la casa para ir a trabajar, los dos hijos menores de edad y la madre salen tímidamente de sus cuartos como hervíboros que se relajan cuando se ha marchado el depredador. Pero la bestia vuelve y les pilla a todos en el pasillo; y los ignora. Se quedan quietos por el pánico o porque le consideran un monstruo que no les puede ver si no se mueven o no hacen ruido. El director se ha referido en alguna ocasión a este título como una película «tensa» pero no de miedo ni de terror, pero mentía. No hay nada que dé más miedo que las cosas que pasan de verdad. Podría haberse detenido en la primera secuencia y habríamos entendido el mensaje pero Jordi Cadena se ha atrevido a ir hasta el final.

En comparación con Te doy mis ojos el personaje del marido no está tan desarrollado porque es más una presencia, el fantasma que preside un hogar atemorizado y esclavo. No se atiende tanto a la psicología del maltratador pero se nos ofrece todo lo necesario para que el personaje sea creíble y omnipresente. Ramón Madaula se encarga con su gran interpretación de que además sea temible y detestado. 
El miedo no disecciona la figura del maltratador sino que se vuelca en mostrarnos las consecuencias de los actos y omisiones de este hombre en la vida de los hijos y cómo condiciona así sus relaciones con los compañeros, su concepción del amor, sus expectativas vitales y su autoestima. Además revisa de forma inteligente y sin perderse en ese enfoque el temor a perpetuar el maltrato, un aspecto muy bien representado por el joven Igor Szpakowski): la violencia que engendra más violencia. 
Esta adaptación de la novela de Lolita Bosch acude a la crudeza pero no comete el error, ni siquiera involuntario, de ser morbosa o sensiblera. Roser Camí interpreta a una madre cariñosa, eficiente y preparada para ser madre y profesional al mismo tiempo, que vela por sus hijos y que teme por ellos porque ellos se han convertido en una especie de fianza, en propiedades del padre. Ella teme la reacción del marido ante la mera insinuación de una fuga.
La película no es muy larga, una hora y cuarto aproximadamente, pero la duración es perfecta; más metraje propiciaría el regodeo morboso. Y aquí, si quieren, no sigan leyendo, porque debo hablar del final. El miedo termina, último aviso, donde acaba el artículo ese del periódico, donde después no hay más. En la pantalla, el rostro tembloroso y ensangrentado de la madre es el rostro terrible de la vergüenza. Antes de eso todos los personajes han mirado directamente a la cámara, con mirada firme y apelativa, a nuestros ojos, preguntándonos qué vamos a hacer ahora, porque esto es ficción, cuando volvamos a la realidad. Esa mirada parece asumir que cuando salgamos de la sala volveremos a nuestras casas y fingiremos que esto no está pasando cada mes.

Nota: Crítica recuperada y editada de su primera publicación con motivo de su proyección en la 58 SEMINCI.

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