Las críticas de Carlos Cuesta en la 57 Seminci: Barbara
Vivir bajo un régimen político vigilante y opresor le amarga a cualquiera, y eso se note en el carácter de la protagonista de Barbara (Nina Hoss). Su temperamento es duro y sobrio. Su vida aislada, y aparentemente monótona, después de ser relegada desde Berlín a un hospital de provincias, castigada por pedir el traslado a la Alemania Occidental. La gran presencia de la doctora, su estado vital, su parquedad, y porque no decirlo, su atractivo, dominan la película. El espíritu del film bebe de los adjetivos que la definen a ella y a su vida.
Barbara es una película desprovista de adornos, que no de detalles, dominada por la pausa, casi la lentitud, en la que los acontecimientos fluyen de forma acertadamente natural, pero despacio. La narración contempla la cotidianeidad monótona de una mujer vigilada por agentes del régimen comunista, que no se relaciona, que es arisca en el trato, tras la que hay una mujer pasional, comprometida y afectuosa que pretende escapar del país para reunirse con su novio. El jefe del hospital (Ronald Zehrfeld) se muestra con ella amable, cercano y comprensivo, aunque ella desconfía de su actitud y sus intenciones ya que su relación con el Gobierno es estrecha.
Todo en la película nos empuja a sentirnos como ella. Vivimos sus instantes pausados, compartimos sus viajes en bicicleta, acompañados por un molesto viento casi siempre, y nos sentimos incómodos en su casa mal acondicionada; nos notamos vejados con los registros de su casa y las exploraciones corporales. Quizá incluso compartimos el júbilo de los encuentros súbitos y clandestinos con su novio. En todo caso, el interés por descubrir más acerca de su situación y de su personalidad es una constante en la película, y la intriga por conocer el desenlace de su intento de fuga se mantiene siempre en lo alto.
Nina Hoss se muestra brillante, muy convincente, en un ejercicio de contención expresiva donde las sonrisas parecen un acto prohibido, pero imprescindible para comprobar que es humana, mucho. Ronald Zehrfeld hace una buena actuación en el papel de su jefe, es la bisagra entre las dos actitudes, casi el único fuera de su ámbito privado que parece capaz de hacerla reaccionar de algún modo, debido en buena medida a su gran competencia profesionalidad. Sin embargo el personaje parece un tanto rígido, impostado, demasiado configurado para el servicio del desenlace, en vez de al servicio de la coherencia narrativa.
Rainer Bock es la tercera pieza más importante de la historia. Él interpreta un agente responsable de vigilarla, un hombre implacable, molesto, en cuya cara gobierna una media sonrisa de suficiencia y dominio. El ruido de un coche en la calle delata su presencia. Ella vive acosada por sus continuas apariciones, capaces de dar al traste con su plan al mínimo descuido. La frialdad de su personaje, fantásticamente presentado, quedará matizada en una escena que demuestra que los miserables también tienen sentimientos, aunque se abstengan de usarlos con sus víctimas.
Esta nueva película del alemán Christian Petzold tendrá un público agradecido en el espectador paciente, en el amante de las historias sosegadas, que no aburridas. Barbara no se pierde en excesos dramáticos y sabe incorporar escenas de dinamismo y suspense que compensen la falta de efusividad de los personajes. Estamos ante una película muy bien hecha, de esas que se dicen sólidas, que arriesga mucho con el tiempo que concede a cada escena y con el contenido aparentemente trivial que se permite. Tanto que está en el límite. Hay quien pensará que todo esto que digo es un eufemismo para no decir que Barbara es una película aburrida. No lo es. Es una película tan contenida que, una vez disfrutada, no me ofrece mayores argumentos para el gozo ni el entusiasmo.