Las críticas de Laura Zurita:
The End
Dos décadas después del fin del mundo, una familia vive en su lujoso búnker construido en una mina de sal. El hijo, un joven de 20 años que nunca ha visto el mundo exterior, el padre y la madre, son una de las últimas familias de la Tierra. La llegada de una chica a la entrada del búnker amenazará la apacible vida familiar.
The End está dirigida por Joshua Oppenheimer, que también coescribe el guion junto a Rasmus Heisterberg. Está interpretada por Tilda Swinton, George MacKay, Michael Shannon, Moses Ingram, Lennie James, Tim McInnerny, Bronagh Gallagher y Danielle Ryan. La película se estrena en España el 25 de abril de 2025 de la mano de Avalon Films.
El búnker como escenario de la repetición
El documentalista Joshua Oppenheimer entra con The End en el terreno de la ficción musical para ofrecer otra mirada a sus inquietudes sobre historia, la culpa y el poder. The End ocurre tras la catástrofe climática, en un búnker donde una familia adinerada se ha refugiado y trata enconadamente de negar lo ocurrido.
La película se sitúa en un espacio cerrado, claramente alegórico: la familia vive en una construcción subterránea lujosa y aislada del mundo exterior, celebrando rituales diarios que imitan una vida que ya no existe, en un ahora congelado, fingiendo en varios planos que nada ha ocurrido. Por una parte, disimulan rugosidades y distracciones para no pensar en la tragedia del pasado. Por otro, padre e hijo elaboran largos textos en los que niegan la responsabilidad del negocio familiar en nada de lo sucedido, de manera cada vez más lamentablemente elaborada. La negación va más allá, como iremos descubriendo, una revelación que va a suponer el mayor conflicto en la película. Y es que los conflictos de The End, al igual que nuestros protagonistas, están enterrados bajo tierra. La imagen tiene aún más capas, ya que los protagonistas viven, significativamente, en una antigua mina de sal, con su efecto conservador.
Las canciones aparecen abruptamente, como siempre lo hacen en las películas musicales, solo que en The End a menudo resultan incómodas. En ocasiones son melodías muy agradables que van acompañadas de coreografías estéticamente interesantes; otras son más opacas, angustiosas, con letras sin rima y ejecutadas de manera somera.
Contra las convenciones del musical
Los actores cantan ellos mismos y lo importante no son ni el ritmo ni sus voces; presenciamos literalmente el canto del cisne, el de una humanidad que se nos presenta dando sus últimos coletazos. La película no es fácil de ver, tiene una melancolía reconcentrada y espesa. La intención del director no es agradar, sino presentar una dura imagen de que, cuando llegue el fin, el hombre será un lobo para el hombre, y que incluso para aquellos que aparentemente ganen, será también el fin. Las obras de arte, valiosísimas, acumularán polvo y terminarán, solitarias e inútiles, en una casa vacía.
A nivel formal, The End se subleva contra las convenciones del género musical clásico. Los colores son apagados, los movimientos coreográficos son rígidos, a veces antinaturales, y la música —compuesta por Dan Levy— oscila entre lo melancólico y lo grotesco. Este desajuste entre forma y contenido produce un efecto disonante ya que el espectador no es invitado a identificarse emocionalmente con los personajes. The End presenta una crítica feroz y sutil al imaginario neoliberal del refugio: ese deseo de inmunidad, blindaje y continuidad privada ante el colapso colectivo, sobreviviendo a la sociedad a la que se pertenece. El aislamiento de clase proporciona una forma de supervivencia y la ilusión de una capacidad de cambiar la historia, al menos en este universo diminuto que es el búnker.
Culpa y responsabilidad
The End no ofrece una narrativa tradicional, sino que funciona como una acumulación de gestos repetidos y ecos de un pasado fluido. El conflicto no se resuelve, sino que se estetiza hasta volverse insoportable. La película tiene una presentación prolongada, en la que vemos entrar un elemento que podría ser desestabilizador. Después de esto hay poca progresión, sino más bien una exposición lata de conflictos entre personajes, y un final también plano y sin emoción.
Los personajes están literalmente enterrados en sal, intentando mantener una manera de vivir como si nada pasara, como si no supieran que el fin (The End) es inevitable, ya sea por una acción exterior o por el inevitable paso del tiempo. La madre acude a todo tipo de estrategias para matar el tiempo y, al mismo tiempo, hacer como si el tiempo no pasara. Otro gran tema es la culpa y responsabilidad que la especie humana en general, y las empresas energéticas en particular, han tenido en la catástrofe que ha arrasado la tierra. La negación pertinaz del padre es un legado irónico que quedará para el hijo, nacido en cautiverio (la comparación con un zoo es casi inevitable). Cuando todo haya pasado, la culpa y la negación serán lo último en extinguirse.
Negación en el encierro
Las interpretaciones del elenco son tan frías y encorsetadas como el búnker en que transcurre The End. Michael Shannon ofrece una actuación hierática, encarnando al padre que se niega a asumir su responsabilidad histórica como magnate energético. Tilda Swinton oscila entre la madre protectora, la figura fanática que impone la repetición de un orden simbólico roto y, en una dimensión escondida, una tensión insoportable. George MacKay encarna la figura del hijo nacido en el encierro: es el cuerpo sin memoria, ajeno al pasado pero condicionado por él. Su actuación deja ver que su vida es desesperada en una edad en la que tendría que tener ilusión; es una figura dramática y sujeta a una especie de compasión horrorizada.
The End no ofrece un final al uso ni una catarsis; desafía tanto las expectativas del espectador como los marcos tradicionales del análisis cinematográfico. No ofrece una gran coherencia narrativa ni una dramaturgia al uso, pero apelará a la dimensión cognitiva del espectador como una pregunta sobre el desastre que puede estar avecinándose y sobre si merece la pena sobrevivir, bien protegidos, al resto del género humano.
En resumen, The End es un musical distópico formalmente rupturista. Con una estética opaca y actuaciones frías, ofrece una crítica al encierro neoliberal tras una catástrofe climática. Es una propuesta provocadora en su reflexión sobre la negación, la culpa y el incierto destino de la humanidad. La película no busca una narrativa al uso ni una catarsis, sino una confrontación intelectual con el espectador sobre un posible fin, no tan lejano.
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