Las críticas de Laura Zurita:
Los últimos románticos
Irune, una mujer insegura, solitaria y con tendencias hipocondríacas, trabaja en una fábrica de papel situada en las afueras de un pueblo industrial en Álava. Su vida se limita a un reducido círculo de conocidos: sus compañeros de trabajo, una vecina con la que comparte algo parecido a una amistad y un operador de Renfe a quien consulta horarios de trenes que nunca toma. Su frágil equilibrio estallará cuando se detecte un bulto en un pecho, lo que coincidirá con un conflicto laboral en el que se ve implicada. Es entonces cuando su vida toma un giro inesperado, ofreciéndole la oportunidad que, quizás sin saberlo, siempre había estado esperando.
Los últimos románticos está dirigida por David Pérez Sañudo, y protagonizada por Miren Gaztañaga, Ignacio Mateos e Itziar Aizpuru. La película llega a los cines españoles el 15 de noviembre de 2024 de la mano de A Contracorriente Films.
Vida melancólica y decadente
David Pérez Sañudo ya nos demostró con su primera película, Ane (2020), su habilidad para crear retratos sensibles y detallados de la vida diaria. Los últimos románticos es un conmovedor retrato de una vida melancólica en un ambiente decadente, realizado con cierta distancia, pero siempre con respeto y cariño. No resulta fácil comprender a Irune, pero llegamos de alguna manera a empatizar con ella.
En Los últimos románticos se nos muestra a Irune como una mujer poco sociable, retraída e introvertida hasta el extremo. Irune sigue anclada en su relación con sus padres, fallecidos hace tiempo, y en un pueblo que depende de una fábrica ya obsoleta. El pueblo aparece moribundo y abocado a la decadencia. Aparte de sus vecinos, que parecen rehuirla, la mayor parte de la vida social de Irune transcurre dentro de su cabeza. El romanticismo al que alude el título es etéreo e íntimo, y se vincula más con el sentido original del término, el se ser una obra intima y personal, que con sentimientos amorosos de pareja.
Los últimos románticos exige concentración por parte del espectador, porque los gestos en la vida de Irune son pequeños. De hecho, los largos periodos descriptivos transmiten la sensación de una existencia en la que nada sucede, un cierto inmovilismo y decaimiento, lo que probablemente sea la intención del director.
El entorno de Irune es muy realista, con vecinos que prefieren no involucrarse en asuntos que pueden resultar dolorosos y un puesto de trabajo que se desmorona, en el que los trabajadores intentan sobrevivir como sea. Además, y desde un plano simbólico, Irune se pone obstáculos a sí misma. Hay una puerta cerrada que representa todo aquello a lo que ella se cierra, porque la protección es la otra cara de la negación. Y es que la vida que sucede en su cabeza corre el riesgo de no complementar la realidad exterior, sino de sustituirla. El inmovilismo de Irune se evidencia en los más nimios detalles, por ejemplo en que realiza una gimnasia desganada con los vídeos de Eva Nasarre, una prueba irrefutable de que vive en otro tiempo, en su tiempo mental. Solo en la última media hora se acumulan una serie de acontecimientos que precipitarán un cambio que a Irune no le gusta y que la pondrá contra las cuerdas.
La fotografía de la película es apagada y mate, mostrando un mundo en el que escasea la belleza. El pueblo está moribundo, y las figuras de papiroflexia de Irune también están hechas en tonos grises. La banda sonora es disonante y cruda, salvo algún tema que aparece cuando Irune considera la posibilidad de abrirse al exterior.
Anécdota mínima
Conviene advertir que la anécdota de Los últimos románticos es tan mínima que a veces parece a punto de romperse. Es un cine de gestos sutiles y pequeños, que exige concentración y entrega al espectador. Afortunadamente, hay un nicho de espectadores que disfruta de este tipo de cine y podrá sumergirse en una obra tan íntima como esta. Seguiremos la evolución del director y veremos a dónde lo lleva su talento para las escenas intimistas y los personajes casi invisibles.
Los últimos románticos es tan sutil y cotidiana que puede parecer banal a una parte del público. Por eso, la elección de Miren Gaztañaga como Irune es tan importante. La actriz, con su aspecto frágil, llena y suple los diálogos sucintos y los grandes silencios en el guion con una interpretación sensible y sincera, que le da carne y sangre a un personaje difícil.
En resumen, la dirección de David Pérez Sañudo, y la interpretación de Miren Gaztañaga crean una atmósfera única en Los últimos románticos. Es cine independiente en estado puro. Una obra lenta, mínima y original.