Las críticas de Laura Zurita:
Las chicas de la estación
Jara y sus dos mejores amigas han crecido en un centro de menores. Quieren celebrar el cumpleaños de Jara en el concierto de su reina favorita del trap, pero necesitan dinero y Jara sabe que tienen algo que algunos hombres siempre están buscando.
Las chicas de la estación está coescrita y dirigida por Juana Macías, e interpretada por Salua Hadra, Julieta Tobío, María Steelman, Carla Gris, Elena Gallardo, Xóan Fórneas, Asier Tartás, Daniel Mantero, Saida Santana, Pepo Llopis y La Fanny. La cinta se estrena en España el 22 de noviembre de 2024 de la mano de A Contracorriente Films.
Transmite rabia y frustración
Las chicas de la estación nació como una reacción a una noticia en un periódico sobre una joven que estaba en el sistema de acogida y había sido víctima de abusos. La película se inspira en un caso real ocurrido en Mallorca, donde una menor de 13 años denunció una violación grupal. Esta denuncia destapó una red de prostitución de menores que operaba en la zona, reclutando a chicas de centros de acogida y ofreciéndoles dinero y drogas a cambio de favores sexuales. La directora se propuso investigar cómo algo así pudo suceder y quiso contar esta historia. El resultado es esta película, que transmite un tono de rabia y desdicha.
La chicas de la estación busca escandalizar y criticar, hacernos consciente una realidad que está ahí mismo y de la que el público en general sabe tan poco. Las protagonistas tienen 13 años y están en el sistema de acogida por diversas razones, muchas de las cuales están conectadas con la inmadurez de sus padres y el desamor. Esta historia podría ser una continuación de La maternal (Pilar Palomero, 2022), pero 13 años después, enfocándose en unas niñas que no parecen haber sido deseadas.
Una espiral de abuso y autodestrucción
Para Las chicas de la estación el concierto de su trap queen favorita es imprescindible. Sin embargo, el dinero representa una barrera más difícil de superar que la valla por la que escapan con frecuencia de su centro de acogida. Algo está claro: necesitan ir a ese concierto y necesitan el dinero, y parece que solo tienen una forma de conseguirlo. Recurren a la China, una antigua interna del centro que se dedica a intermediar en encuentros sexuales entre chicas jóvenes y adultos, quien lleva tiempo intentando captar a estas jóvenes para conseguir dinero aparentemente fácil, en realidad envenenado, a cambio de ciertos favores.
Vistas su historias de vida, no es de extrañar que las jóvenes estén un poco perdidas en Las chicas de la estación. Sus metas en la vida son inmediatas, lo cual no es extraño en chicas de esta edad, pero ellas no parecen tener nada más allá. Están enfadadas, frustradas y desean provocar y llamar la atención. El sexo en estas condiciones parece convertirse en una manera indolora y rápida de ganar dinero. Las chicas, en su mezcla de atrevimiento e ignorancia, creen que lo tienen todo controlado, pero este mundo tiene un efecto perverso que parece engullir a quienes se asoman a él. Poco a poco, se ven sumidas en una espiral de abuso y autodestrucción, con consecuencias fatídicas.
El tono autoral de ‘Las chicas de la estación’
En medio de esta terrible historia, la luz de Las chicas de la estación proviene de la genuina amistad que las une. Las niñas se quieren y se cuidan las unas a las otras, creando una familia alternativa a aquella de sangre que tanto las ha fallado. El dinero fácil se transforma en una carga pesada. El trabajo sexual termina atrapándolas, y la falta de límites hacia los demás se convierte en autodesprecio y autodestrucción. Los adultos tienen más recursos, experiencia y poder, y terminan ganando en este juego perverso. A pesar de que hay personas que intentan ayudar con buena fe, el sistema no las respalda ni se adapta a responder a amenazas urgentes de manera adecuada.
Juana Macías considera que es necesario transmitir un mensaje, y por eso ha creado Las chicas de la estación. La película aborda un tema difícil con sensibilidad y sin rodeos, obligándonos a confrontar una realidad que a menudo preferimos ignorar. La historia es desgarradora, brutal y terrible. Sin embargo, no se limita a ser un documental o una película de denuncia con contenido relevante pero cinematográficamente transparente. La directora subraya su demoledor contenido a través de una película con vocación autoral.
Unas actuaciones sobresalientes
La fotografía de Las chicas de la estación está cuidada al máximo, y los espacios de degradación son retratados con fría precisión, en tanto los encuentros en que la amistad predomina se retratan con una estética que resalta la belleza en medio de la desolación. Las escenas en las que las jóvenes se convierten en narradoras sustituyen a la temida voz en off, narrar la historia en primera persona otorga una fuerza extraordinaria a las imágenes. La música, cruda y áspera, es un pilar de la vida de las jóvenes, su alegría y su consuelo y por lo mismo es central en Las chicas de la estación
El vestuario y maquillaje de Las chicas de la estación caracterizan a las adolescentes como las vemos en cualquier esquina. Sin embargo, mientras su apariencia es ambigua y hipersexualizada, son las miradas de los demás las que las convierten en víctimas.
Las jóvenes protagonistas ofrecen interpretaciones en las que la falta de técnica actoral es sustituida por una actitud natural. Las jóvenes parecen comprender e intuir cómo deben comportarse, viviendo desde dentro las mentes y comportamientos de las jóvenes. Más que interpretar, parecen vivir sus personajes. Las mueve la rabia y la frustración, y parecen estar totalmente inmersas en su realidad. Y, sin embargo, brilla la luz de la vida en ellas, a pesar de las muchas capas de negación.
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Las chicas de la estación
