Las críticas de Daniel Farriol en el 72 SSIFF
Perlas
La sustancia (The Substance)
La sustancia (The Substance) es un filme británico de terror y ciencia-ficción que está escrito y dirigido por Coralie Fargeat (Revenge). ‘Tú, pero mejor en todos los sentidos’. Esa es la promesa, un producto revolucionario basado en la división celular, que crea un alter ego más joven, más bello, más perfecto.
Está protagonizada por Demi Moore, Margaret Qualley, Dennis Quaid, Gore Abrams, Tom Morton, Tiffany Hofstetter, Joseph Balderrama, Oscar Lesage y Matthew Géczy. La película ha podido verse en el Festival de San Sebastián 2024 dentro de la Sección Perlas.
Un body horror demencial
La sustancia (The Substance) es una película demencial, excesiva y carnal que toma como referencia el terror de los años 80 y los desvaríos más gozosos de Cronenberg, Lynch o Carpenter para proponernos un body horror alucinógeno que reflexiona sobre el culto a la belleza y la hipersexualización del cuerpo femenino. Sorprende mucho ver una película así en festivales «generalistas» como Cannes, Toronto o San Sebastián, en los que más de un espectador saldrá del cine con el culo torcido (y no solo por la incomodidad de las butacas) sino por el atrevimiento de la directora Coralie Fargeat al realizar un despliegue sangriento propio de las sesiones nocturnas más salvajes de los festivales de género.
Mucho más allá de la pretenciosidad artificiosa de su contemporánea Julia Ducournau, el cine de Fargeat redefine las películas con las que creció desde una perspectiva femenina que pervierte el punto de vista para configurar un discurso propio exento de manipulaciones. Si en Revenge (2017) irrumpió en la escena cinematográfica con una adaptación al pensamiento contemporáneo del subgénero rape & revenge, con esta nueva película amplía el universo iniciado en su corto Reality+ (2014) mediante una sorprendente incursión en el género de la ciencia-ficción de Serie B que acaba retorciendo el body horror clásico hasta límites insospechados.
La sustancia (The Substance), más allá de la desmesura del metraje y de su inflada narrativa visual, es un filme insólito que arrolla por su capacidad de riesgo y un gore generoso que removerá las tripas a más de un espectador.
Sustancias con las que se nutre la película
La trama de La sustancia (The Substance) nos muestra a Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una celebridad en declive que decide comprar en el mercado negro una droga experimental que replica las células madre y crea una versión mejorada y más joven de sí misma. Pero para que se alcancen los resultados oportunos se tienen que cumplir una serie de instrucciones estrictas que obligarán compartir el tiempo de la persona-matriz con su réplica. Una semana para cada una mientras la otra permanece en una especie de letargo de espera. Aunque las dos son versiones distintas de una misma persona, cada una de ellas querrá predominar sobre la otra, pese a que las contraindicaciones de la sustancia pueden ser letales e irreversibles para ambas.
Este remake apócrifo de The Rejuvenator (Rejuvenatrix) (Brian Thomas Jones, 1988), se sacude la caspa de videoclub en un ejercicio de estilo estéticamente impactante que hace un uso irreverente de sus referencias literarias y cinematográficas. La teoría del doble de Dostoyevski o la disociación de personalidad relatada por Stevenson en «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde» se transforman aquí en una suerte de sátira social acerca de cómo los ideales de belleza y juventud impuestos por la mirada de los hombres son los que rigen la vida de las mujeres en su camino de desarrollo personal. La película también expone lo efímero de fama y éxito en una sociedad eminentemente egoísta e individualista donde resuena el «Kill Yr Idols» de Sonic Youth.
La cosificación del cuerpo de la mujer
Creando analogías tan extremas como la propia película, se podría decir que el personaje de Elisabeth Sparkle es la Norma Desmond en la era de internet y que su alter ego, Sue (Margaret Qualley), es la actualización paródica de los sueños húmedos que representaba Kelly LeBrock en los años 80. Y es que Coralie Fargeat recrea la habitual sexualización que se hace del cuerpo femenino en el cine y la publicidad, en sus películas también hay planos que parecen cosificar a sus protagonistas, pero lo hace con la intención de darle una vuelta de tuerca.
Por ejemplo, durante la primera parte de Revenge el cuerpo de Matilda Lutz es el objeto del deseo de la mirada masculina como si se tratara de un filme de explotación de los años 70 para luego transformarlo en una máquina de matar que recupera la dignidad femenina a través de la venganza. En La sustancia tenemos un tratamiento distinto del cuerpo de las dos actrices protagonistas.
El de Margaret Qualley simboliza la perfección, el ideal sexual, la directora se regodea con planos cortos que exaltan la sensualidad de sus curvas, algo que contrastará al final cuando complete su metamorfosis en un ser con reminiscencias de La cosa (John Carpenter, 1982), La mosca (David Cronenberg, 1986) y hasta El hombre elefante (David Lynch, 1980), por citar nuevamente a sus tres directores de cabecera. Por contra, con el cuerpo de Demi Moore, en un ejercicio de valentía por parte de la actriz, se recrea en sus arrugas, estrías e imperfecciones, exhibiendo sin tapujos el ocaso físico de una sex symbol para relativizar nuestro concepto de belleza como algo transitorio y desvincularlo de la verdadera identidad de cada mujer.
Inteligente, asquerosa y esperpéntica
Pero más allá de todas estas consideraciones pseudofilosóficas que transitan por el subtexto de la película, La sustancia es una obra arrolladora que te mantiene pegado a la butaca durante sus 140 minutos gracias a un montaje frenético, una inteligente puesta en escena que saca partido a los elementos de horror corporal más desagradables y una apuesta cromática que reafirma los contrastes éticos de sus protagonistas.
Los mayores hallazgos visuales de la película son aquellos que hacen referencia al terror físico y todo el legado absorbido del cine de los años 80, la metamorfosis se relata con todo lujo de detalles, pero la directora también utiliza otros trucos narrativos. Por ejemplo, la mirada masculina queda simbolizada principalmente por el personaje de Harvey (Dennis Quaid, muy sobreactuado), un magnate de la televisión al estilo de Berlusconi, para el que la directora usa grandes angulares con efecto «ojo de pez» que deforman constantemente su rostro y ridiculizan sus acciones. La película elude de manera consciente el realismo escénico y podemos considerar los elementos fantásticos tan plausibles como resucitar a la criatura de Frankenstein con un relámpago. Posiblemente la imagen deformada no sea la herramienta más sutil, pero ha sido marca de estilo en directores de prestigio como Terry Gilliam con el que conectan los momentos de humor esperpéntico.
Fargeat eleva su apuesta en cada secuencia y eso le lleva a patinar en varias ocasiones o desembocar en un desenlace tan estirado como pasado de rosca que desdibuja sus reflexiones, sin embargo, quien no arriesga no gana y La sustancia es desde ya una obra de culto instantánea para la que no estábamos preparados y que puede marcar un nuevo camino mucho más atrevido en el adormecido fantástico contemporáneo.
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