Las críticas de José F. Pérez Pertejo en el 72 SSIFF:
Sección Oficial
Emmanuelle
Cuando me entero de que se hace un remake de una película buena, siempre me pregunto ¿qué necesidad había?, que es exactamente la misma pregunta que me hago cuando me entero de que se hace un remake de una película mala: ¿qué necesidad?, pero al menos, en este último caso, siempre queda un atisbo de esperanza de que alguien pueda hacer algo bueno con el mismo material con el que otros no lo consiguieron.
La Emmanuelle de Just Jaeckin en 1974 era una película malona, hija de su tiempo en todos los aspectos que se quieran analizar y, por tanto, desde esa óptica hay que verla o recordarla. Una película de lo que por aquel entonces se llamaba porno blando cuya diferencia con el porno duro era, fundamentalmente, que no había planos genitales explícitos. Aquel cine podía tener cierta explicación en una era pre internet y más aún en sociedades reprimidas por censuras o dictaduras de todo signo.
Que en 2024 alguien quiera revisitar aquel tipo de películas (luego hubo una especie de franquicia con varias partes y secuelas) causa cierta sorpresa, pero que quien lo haga sea Audrey Diwan, una directora epítome del feminismo cuya última película, El acontecimiento, ganó el León de Oro del Festival de Venecia con una historia sobre el aborto, convierte la sorpresa en estupefacción. Cierto es que, no estamos ante un remake al uso, sino ante una nueva versión de las historias del personaje de Emmanuelle Arsan, una mujer que experimenta su sexualidad de diversas formas y en diversas situaciones.
El resultado, lamentablemente es (muy) decepcionante. La Emmanuelle de 2024 ni invalida ni reinventa ni aporta gran cosa a su antecesora de hace 50 años por más que se haya liberado, eso sí, de una visión del cuerpo femenino desde una óptica exclusiva (y avasalladoramente) masculina. Se supone que lo que Audrey Diwan y su coguionista Rebeca Zlotowski pretendían era precisamente dar una visión femenina de la exploración del placer y del deseo femenino desde una óptica femenina. Asumo que mi condición de hombre me invalida para poder certificar si ese objetivo ha sido cumplido o no, pero mi condición de espectador cinematográfico sí me permite percibir la artificiosidad de una filmación coreografiada hasta el detalle, la aparatosidad de una puesta en escena inútilmente ostensosa, y la vacuidad de un guion con algunos diálogos que harían sonrojar a un estudiante de primero de literatura. Y, esto es lo más grave, aburrirme soberanamente durante muchos pasajes de la película.
Emmanuelle (Noemie Merlant) es una “tiburón”, así se conocen (por lo visto) a los auditores de las grandes compañías hoteleras cuando visitan uno de sus establecimientos para valorar todos los aspectos del alojamiento, que viaja a Hong-Kong para investigar el porqué de la bajada de ingresos y valoración de un lujosísimo hotel dirigido por Naomi Watts. Durante los días que permanece en el establecimiento siente una turbadora e inquietante atracción por un ingeniero frígido (Will Sharpe) y mantiene encuentros de mayor o menor carga erótica con otros personajes masculinos y femeninos bastante desdibujados.
Noemie Merlant, una actriz estupenda a la que he admirado en múltiples registros, interpreta un personaje plano, de una rigidez y altivez arquetípica que trata de suavizar a lo largo del film más porque lo dice el guion que porque responda a una lógica respuesta a lo que le ocurre. No es la primera vez que interpreta personajes sensuales en secuencias más o menos explícitas, pero aquí parece demasiado encorsetada por lo que, a todas luces, parecen instrucciones de dirección. Naomi Watts, otra actriz excepcional, interpreta a otro personaje pobre en matices (y eso es culpa del guion) con el que en ningún momento parece estar cómoda. Algo parecido ocurre con Will Sharpe y Jamie Campbell Bower que utilizan un tono monocorde adormecedor. Tal vez Chacha Huang sea la única intérprete relativamente libre en este film cuyo mayor defecto es, por encima de todos los demás, que resulta aburridísimo.
El presumible argumento (la trama de la auditoría del hotel) carece de interés, la atmósfera claustrofóbica (la película se desarrolla casi por entero en el interior del hotel) está más o menos conseguida, pero la tensión sexual es de piscifactoría y el único debate interesante que abre la película (pero desafortunadamente no avanza demasiado en la reflexión) es el de la ambigua (y cínica) línea que separa lo que se tolera de lo que se permite. Es decir, que haya prostitutas (y prostitutos) en la piscina del hotel a la caza de multimillonarios no está permitido, pero se tolera.
Los sillones de mimbre han sido sustituidos por ostentosos salones de un hotel de siete estrellas, los señores rijosos de bigote por orientales musculados guapetones y la atmósfera un poco low-cost por el lujo asiático, pero aquella Emmanuelle de 1974 y esta de 2024 comparten una esencia común, las dos son películas flojuchas. ¿Qué necesidad había?