Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 68 SEMINCI:
Que nadie duerma
Las relaciones entre la literatura y el cine son tan gratificantes en ocasiones como tortuosas en otras. El cine nos ha regalado películas maravillosas adaptando obras literarias, fundamentalmente novelas, pero también obras dramáticas, poéticas o incluso de ensayo. Pero de ahí a pensar que cualquier novela puede llevarse al cine media un abismo. Hay formas de narrar que se prestan mucho a ser convertidas en imágenes, tanto que a veces cada lector se hace su propia película en la imaginación mientras las lee, pero otras, precisamente por la forma de estructurar el relato, por la utilización de determinados recursos narrativos o por un empleo demasiado literario del lenguaje, no se prestan tanto.
En los últimos años parece haber cierto empeño en llevar al cine la obra de Juan José Millás, y aunque no he leído todas sus novelas, no me parece que su narrativa (brillante por otra parte) sea muy afín al lenguaje cinematográfico. Millás suele alternar diferentes niveles de realidad para contar historias poco convencionales que juegan continuamente con el extrañamiento del espectador y eso exige una adaptación a guion cinematográfico que, respetando la identidad de la novela, adquiera naturaleza de obra cinematográfica.
Si el año pasado Félix Viscarret acertó adaptando “Desde la sombra” en el film No mires a los ojos, gracias a un guion ágil y a una inspirada dirección, Antonio Méndez Esparza naufraga estrepitosamente con la adaptación de “Que nadie duerma”, novela publicada hace cinco años que toma su título del célebre aria “Nessum Dorma” de la ópera Turandot de Giacomo Puccini que funciona como leitmotiv durante la primera mitad de película.
Lucía (Malena Alterio) es una programadora informática reconvertida en taxista por obra y gracia de un despido injusto en una empresa que su corrupto jefe llevó a la quiebra. Su vida personal no es mucho mejor. No se le conoce pareja ni amigos y su cotidiana existencia se reduce a estar pendiente de su anciano padre (Manuel de Blas) que vive con una cuidadora. Su vida cobrará nuevos brios con el casi accidental enamoramiento de un vecino (Rodrigo Posisón) que escucha Nessum Dorma a toda pastilla y la (inexplicable tal y como se cuenta en la película) amistad con una productora teatral (Aitana Sánchez-Gijón) que resulta ser su primera clienta en el taxi. De esta “amistad” surge la relación con un cuarto personaje, un hombre casado con ganas de tener una aventura al que interpreta José Luis Torrijo.
Con todos estos encuentros y desencuentros y otros (demasiado) anecdóticos que emborronan la película, se desencadenan una serie de secuencias, generalmente inconexas, que se suceden con una flagrante falta de ritmo. Tras más de hora y media de extrañamiento narrativo, la última media hora, cuando los diferentes niveles de realidad se encuentran y se desencadena todo lo que conducirá al desenlace, tiene al menos cierto pulso. Algunas de estas secuencias, fundamentalmente de entre las que ocurren en el interior del taxi, son tan flojas que no se entiende que hayan sobrevivido a la mesa de montaje.
Y, cómo apuntaba al principio, el problema viene precisamente de un guion, del propio Méndez Esparza y Clara Roquet, que no consigue adaptar los recursos literarios de Millás a lenguaje cinematográfico. La presentación de los personajes es descuidada y sus motivaciones para hacer lo que hacen, fundamentalmente en el caso de la protagonista, quedan más sujetos a la imaginación del espectador que a la claridad del relato cinematográfico. Y esto, que puede funcionar leyendo, lo siento, pero no funciona en la pantalla.
Lo más destacable de la película, sin duda alguna, es la notable interpretación de Malena Alterio que asume con fuerza un papel protagonista y se echa la película a la espalda en un personaje bastante alejado de los registros interpretativos a los que nos tiene más acostumbrados. Aunque hay algún momento divertido en Que nadie duerma, Alterio se aleja de su brillante vis cómica para adentrarse en terrenos más oscuros de los que sale más que airosa. Ojalá este personaje sea la puerta de otros que la liberen del encasillamiento. Del resto del reparto no hay grandes cosas que decir, ni siquiera la gran Aitana Sánchez-Gijón, disfrazada con unas gafas imposibles, consigue salvar un personaje que no estará entre lo mejor de su filmografía.
Que nadie duerma… ¡A dormir! Hay mucho que ver todavía. Gracias por ahorrarnos horas de visionado inútil.