viernes, noviembre 8, 2024

Crítica de ’Cerrar los ojos’: Erice dirige con los ojos y las manos de un orfebre

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Cerrar los ojos

En cuanto termina la proyección de Cerrar los ojos me asaltan las dudas sobre si debo arrodillarme antes de coger la (innecesaria) chaqueta y salir a la (demasiado) cálida noche otoñal que me aguarda en el exterior. Mi arraigada aversión a las películas largas (cualquiera que supere las dos horas me provoca pereza previa) se disuelve en la primera secuencia, de marcado carácter teatral, un genuino trampantojo con el que Víctor Erice da comienzo a su cuarto largometraje en cincuenta años de filmografía.

Tras esta secuencia inicial, Erice presenta a los personajes con su propia voz y, a partir de aquí, construye una trama argumental que sostiene a través de los elementos fundamentales del cine: un guion en el que la interioridad de los personajes es tan importante como sus actos, unos actores soberbios (particularmente en el caso de los protagonistas) que engrandecen cada línea a golpe de humanidad, y una cámara que está al servicio de la narración cinematográfica y no como un artefacto para producir fuegos de artificio y golpes de efecto.

No puedo más que rendirme ante esta magistral lección de un cine lamentablemente en desuso, un cine lo suficientemente reposado como para permitir aflorar en la pantalla la intimidad (no la física, la otra) de los personajes, lo suficientemente delicado como para que las imágenes se basten por sí mismas para vehiculizar la emoción sin necesidad de subrayados y lo suficientemente sutil como para que incluso lo que contado de otra manera podría resultar inverosímil, adquiera la firme veracidad de las historias bien narradas. De ahí las dudas sobre si ponerme de rodillas. Porque esto no ocurre todos los días. Por eso y porque el dueño de mi cine de cabecera me dijo que había que verla de rodillas, y yo a mi exhibidor de cabecera le hago tanto caso como a mi médico de cabecera

Erice dirige todas las secuencias con la mirada atenta y el pulso delicado de un orfebre, cada una tiene entidad cinematográfica propia y algunas son un verdadero prodigio de composición, puesta en escena, movimiento de cámara y montaje. Luego, como los grandes orfebres, las engarza con mimo a través de fundidos en negro (otro elemento en desuso y que aquí funciona con tanta carga poética como rigor narrativo).

Para ello utiliza elementos del cine de suspense y del melodrama clásico componiendo un film que trata con materias tan sensibles como la memoria, la identidad, la soledad, la pérdida de la fe (en todo) y la amistad como motor último de una búsqueda, la de un amigo (un director de cine en horas subterráneas) a otro amigo (un actor desaparecido repentinamente, veinte años atrás, en pleno rodaje). El primero, encarnado por un descomunal Manolo Solo en el mejor trabajo de su carrera (su creación del director de cine Miguel Garay se coloca a la altura de las mejores interpretaciones de la historia del cine español, perdónenme la grandilocuencia de la frase, pero no encuentro otra manera de decirlo) y el segundo por un José Coronado al que ya no le queda nada por demostrar pues hace años que dejó claro que detrás del guapo televisivo había un actor como la copa de un pino.

Uno desearía que el personaje de Ana Torrent tuviera más desarrollo porque cada minuto que está en pantalla es un regalo del presente y una emocionada evocación del pasado. Como regalos son las intervenciones de unos (teatrales) José María Pou o Mario Pardo o la entrañable creación de Petra Martínez como una pizpireta hermanita de la caridad.

Cerrar los ojos es un film tan austero en medios como emotivo en fines. La melancolía se desliza por la pantalla para empapar a un espectador al que le resulta imposible no emocionarse escuchando a Manolo Solo cantar My Rifle, My Pony and Me en una secuencia inolvidable que evoca al western clásico (Río Bravo, Howard Hawks), o volviendo a ver a Ana Torrent, cincuenta años después, sentada (y estremecida) en una sala de cine ante una proyección, la filmación es diferente, también lo son la mirada y las emociones, pero los ojos son los mismos.

La narración se conduce pausada y firme a lo largo de las dos primeras horas para concluir en un tramo final sencillamente memorable en el que, sin disimulo alguno, Víctor Erice entona su canto de amor al cine y dota a su película de una estructura circular con muchas y variopintas referencias a otras muchas películas incluidas las suyas, las que fueron y las que no. Lo dicho, de rodillas.

Cerrar los ojos

10

Puntuación

10.0/10

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