viernes, mayo 3, 2024

68 SEMINCI. Sección oficial. Crítica de ‘El viejo roble’: La solidaridad como única salida

Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 68 SEMINCI:
El viejo roble

Pocos directores, por no decir ninguno, tienen una filmografía tan sólida y coherente como el veterano Ken Loach que, a sus 87 años, le pone el que probablemente será el broche de oro con El viejo roble (The Old Oak). Podría discutirse sobre que algunas de sus películas están más logradas que otras, pero en ninguna abandona su combativo carácter social ni traiciona su ideario cinematográfico.

El viejo roble es el nombre de un decadente pub en un más aún decadente pueblo de tradición minera en el noreste de Inglaterra. El cierre de las minas provocó despoblación, devaluación de las viviendas, depauperación económica y una melancolía que empapa el ánimo de todos los habitantes. TJ Ballantyne (Dave Turner) regenta el pub, último punto de reunión social del pueblo, con paciencia y empatía hacia sus vecinos.

El guion, escrito por Paul Laverty, inseparable guionista de Loach desde hace más de treinta años, nos sitúa en ese pueblo, en el momento de la llegada de un autobús de refugiados sirios que han sido llevados al pueblo precisamente porque la despoblación y el abaratamiento de las viviendas hace más sencillo acomodarles allí que, por ejemplo, en una gran ciudad. La acogida a los sirios en la secuencia inicial, con la que Loach y Laverty ponen las cartas sobre la mesa, divide a los habitantes del pueblo entre la hostilidad y la indiferencia.

Esa secuencia inicial sirve, además, para hacer una presentación de personajes que pondrá el foco en Yara (Ebla Mari), una joven siria permanentemente pegada a su cámara fotográfica, que es, además, la única que habla inglés de manera fluida. La avería de la cámara, debida a la agresión de un cretino, será el detonante argumental para que entable contacto con TJ y entre ambos surja una corriente de empatía que los llevará a emprender la solidaria puesta en marcha de un comedor social.

Pero al mismo tiempo que cuentan esta historia, Laverty desde el guion y Loach con la puesta en escena y la cámara, analizan el origen de algo tan irracional como el racismo. Pero no lo hacen desde el retrato sino desde la indagación. Es decir, El viejo roble no es un “film denuncia” que se limite a señalar una situación, es un film que trata de investigar en un doble sentido: por un lado tratan de encontrar dónde esta él germen, en qué momento se enciende la chispa que desata el desdén, el desprecio o la insensibilidad con el sufrimiento ajeno que, irremediablemente, conduce al odio. Y por otro lado, investigan sobre si existe alguna vía en que estas dos comunidades tan dispares en apariencia tienen alguna posibilidad de convivir en armonía.

Pero una vez hecha esta investigación, Loach y Laverty no se quedan en la mera exposición o divulgación de los resultados, sino que ambos autores (guionista y director son aquí indisolubles) proponen una solución (la única que ven viable) que es la solidaridad. Y se encargan de subrayar la solidaridad como algo diferente a la simple caridad, aunque en ocasiones sean conceptos difíciles de diferenciar.

El viejo roble

Loach aprovecha con inteligencia lo ventajoso que resulta tener un bar para la puesta en escena de una película. Allí sitúa el epicentro de la acción y lo que no ocurre allí, es allí dónde lo cuentan unos personajes que componen una galería variopinta de caracteres, algunos un tanto arquetípicos pero que funcionan para vehiculizar el relato.

TJ y Yara a través de los excelentes trabajos de los debutantes Dave Turner y Ebla Mari representan lo mejor de cada una de sus comunidades, el esfuerzo por acoger que debe hacer el que recibe y el esfuerzo por integrarse que ha de hacer el que llega. Con la suma de esos esfuerzos nada debería salir mal.

Dave Turner dota a su personaje de una bonhomía y una humanidad cargada de matices con una interpretación muy difícil de ver en un debutante. A lo largo de la película es capaz de sacar las tripas del pasado que, en buena parte, explican el presente y su necesidad de agarrarse a algo por lo que vivir.

El viejo roble es una película emotiva, cargada de buenas intenciones, y como todo lo que va cargado, de vez en cuando rebosa y cae en algunos excesos sentimentales, pero en absoluto es una película edulcorada, si acaso, se edulcora un poquito el fatalismo de los personajes y las situaciones que les ocurren.

No sé si Ken Loach, a sus 87 años, se plantea hacer más películas; si no fuera así, El viejo roble es un brillante epílogo a una filmografía jalonada por títulos como Kes, Riff-Raff, Agenda oculta, Lloviendo piedras, Mi nombre es Joe, Dulces dieciséis o El viento que agita la cebada. Muchos de esos títulos han pasado por la SEMINCI de Valladolid, festival que le ha distinguido con dos espigas de oro, una espiga de plata, un premio especial del jurado y le ha dedicado una retrospectiva, la publicación de una monografía y una Espiga de Honor. Ayer, tras el pase oficial, cuando Ken Loach y Paul Laverty volvieron a salir al escenario del Teatro Calderón para el breve coloquio posterior, fueron recibidos por una tremenda ovación con el público puesto en pie, algo que no he visto nunca en las treinta y cuatro ediciones de que llevo a las espaldas. Se respiraba un sincero y cariñoso agradecimiento mutuo entre público y director, con aroma de despedida, que resultó muy emocionante, sobre todo para los más veteranos del lugar.

El viejo roble

8

Puntuación

8.0/10

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