Las críticas de José F. Pérez Pertejo: en el 71 Festival de San Sebastián:
Esto va a doler (Fingernails)
El griego Christos Nikou se une a la larga lista de directores europeos que, tras una ópera prima europea celebrada por crítica y festivales, da el salto al cine norteamericano. Y lo hace de la mano del gigante de la comunicación Apple para su plataforma televisiva en lo que bien podría parecer una broma del destino si tenemos en cuenta que su citada primera película se titulaba Apples.
El caso es que antes de su estreno en la mencionada plataforma, Fingernails (que en España va a titularse Esto va a doler) ha podido verse en el Festival de Toronto y participa a concurso en la Sección Oficial de la septuagésimo primera edición del Festival de San Sebastián.
Esto va a doler surge de una curiosa mezcla de géneros que con un sustrato de ciencia ficción adquiere hechuras de comedia romántica sobre un fondo de drama clásico.
Anna (Jessie Buckley) y Ryan (Jeremy Allen White) son una pareja que vive en la absoluta seguridad de estar mutuamente enamorados gracias a una nueva tecnología que permite saber el porcentaje de enamoramiento de dos personas gracias a una prueba. El problema es que la prueba en cuestión tiene dos inconvenientes: el primero es que sus resultados solo establecen tres posibilidades, un 100% si los dos miembros de la pareja están enamorados, un 0% si no lo está ninguno de los dos o un 50% si solo uno lo está, sin que pueda saberse cuál de los dos ama y cuál padece. El otro “pequeño” inconveniente es que para hacer la prueba es preciso arrancar una uña a cada uno de los dos “enamorados” para meterlas en una máquina que, en realidad, parece un microondas de baratillo.
Así que nada de analizar mediadores neuroquímicos mediante un sencillo análisis de sangre o realizar test psicológicos para completar las encuestas de la balanza de Rubin, no, si realmente quieren saber si aman a su pareja y si ésta les corresponde, vayan pensando de qué dedo prefieren prescindir de la uña y prepárense para un tironcito de nada.
A partir de ahí, esta pequeña distopía se complementa con un Instituto del Amor al que las parejas pueden ir a aprender a amarse con un programa de ejercicios basados en muchos de los tópicos del cine, la música y la literatura romántica. Cuando Anna empieza a trabajar en el citado Instituto y conoce a su compañero de trabajo Amir (Riz Ahmed), las dudas sobre la volubilidad del amor empiezan a atenazarla al sentirse atraída al mismo tiempo y de maneras diferentes por Ryan y Amir.
La película se sostiene gracias a un guion inteligente y calculadamente escrito para funcionar con (casi) todo tipo de público sin ofender a nadie y plagado de gags, unos más acertados que otros, que pueden arrancar alguna que otra carcajada. La dirección de Nikou es funcional, pragmática y sin alardes autorales (ni falta que le hacen a una película de este tipo).
Sin embargo, lo mejor del film es, sin duda alguna, su reparto encabezado por una Jessie Buckley a la que la cámara adora y un Riz Ahmed que desarrolla una contenida vis cómica inusitada en su filmografía. Ambos se alejan de sus personajes más tortuosos para componer un dueto protagonista con el que resulta fácil empatizar. También resulta convincente Jeremy Allen White cada vez más alejado del jovencito de la serie Shameless con el que saltó a la fama.
Los escépticos que no creemos que el amor pueda medirse ni de esta forma ni de otras menos cruentas, podemos ver Fingernails “sin dolor” pues, por disparatado que parezca su planteamiento (que lo es), el resultado es una película muy entretenida, con momentos divertidos y que, tras su aparente levedad, deja resquicios para la reflexión sobre el difícil asiento de algo tan inconstante y cambiante como es el amor o sobre la necesidad de aprender a vivir con la inseguridad y la incertidumbre que, lo queramos o no, son parte sustancial de nuestra naturaleza humana.