Las críticas de Laura Zurita:
Blanquita
Blanca, una residente de un hogar de acogida de 18 años, es la testigo clave en un escándalo que involucra a niños, políticos y hombres ricos que participan en fiestas sexuales. Sin embargo, cuantas más preguntas se hacen, menos claro se vuelve exactamente cuál es el papel de Blanca en el escándalo.
Blanquita está escrita y dirigida por Fernando Guzzoni, e interpretada por Laura López, Alejandro Goic, Amparo Noguera, Marcelo Alonso, Daniela Ramírez, Ariel Grandón, Katy Cabezas y Nicolás Durán. La película se estrena en España el 12 de mayo de 2023 de la mano de Surtsey Films.
Una película sobria, descarnada y desilusionada
En el año 2003, el empresario chileno Claudio Jaime Spiniak fue acusado de pertenecer a una red de pederastia, prostitución y abuso de menores, cargos que luego se extendieron a dos políticos. Entre informaciones contradictorias, la chica que aportaba testimonio por la acusación, Gema Bueno, sería condenada por falso testimonio. Blanquita está inspirada en el caso, aunque cambiando nombres y ciertas circunstancias, y se limita a contar solo un cierto periodo, pero el caso sigue siendo reconocible para quien lo conoce.
La mayor parte de Blanquita sucede en interiores oscuros y tristes en el orfanato donde Blanquita vive. El director del orfanato es un sacerdote severo e íntegro, profundamente involucrado en el bienestar de los muchachos. Esa integridad y ese interés, harán que luche por aclarar un sórdido caso de pederastia que llega a sus oídos. La principal testigo del caso es Blanquita, una chica reconcentrada y seria, que señala unos hechos escalofriantes sucedidos en casa de un conocido personaje público. Esos hechos incluyen perversiones diversas con menores y, conforme la investigación avanza, las acusaciones alcanzan también a conocidos políticos.
El caso que Blanquita recoge es difícil por la buena situación y el prestigio de los acusados y, poco a poco, se van desvelando los mecanismos que hacen que no todos sean iguales ante la ley, y una red de hipocresías, parcialidades y amiguismos que complica la tramitación del caso. El director presenta los hechos de forma sobria, inteligente y tranquila. La película se centra en los hechos, sin juzgar a sus personajes, con unos diálogos de tono realista. La única escena que desentona en este tono sobrio es un diálogo entre el sacerdote y su obispo que se antoja un tanto tópica.
Blanquita es sólida e impresionante por su sobriedad. Es la obra de un director maduro que sabe que los subrayados no son necesarios cuando los hechos hablan por sí mismos. El director ha elegido centrarse en un determinado periodo temporal, sabiendo que intentar contarlo todo puede resultar en superficialidad y apresuramiento. La película acaba cuando otras acusaciones contra Blanquita se superponen a las originales. Al igual que Blanquita nos cuenta poco de las vidas anteriores de sus protagonistas, tampoco se nos cuenta lo que sucede después, como se hace en otras obras, en un epílogo. El director, valiente, nos cuenta lo que le parece lo esencial, y nada más.
Con muy buen sentido, Guzzoni no muestra los delitos de los que trata el caso. El director no busca escandalizar ni la provocación facilona, sino la reflexión y la crítica social, y nos ahorra imágenes sórdidas y poco pertinentes. La cámara es estática, testigo inmisericorde de hechos tristes en un ambiente duro y desilusionado. El tono oscuro y triste se ve acentuado por una fotografía que retrata a los personajes sin piedad ni edulcoramientos, marcando cada arruga, cada mancha y cada rictus.
Personajes sin maniqueísmos
Poco se nos cuenta de la vida anterior de los protagonistas de Blanquita fuera de lo necesario para entender sus motivaciones. De Blanquita sabemos que ha vivido un periodo fuera del orfanato, que tiene una hija y que ha sufrido abusos ella misma (las cicatrices en su piel, en una escena impactante, dan buena fe de ello), por lo que no es extraño que se erija como una especie de portavoz de los sin voz. El padre Manuel está destinado en un orfanato sin recursos, y parece haber recurrido más de una vez a las autoridades para reparar las injusticias que se han cometido contra sus muchachos, olvidados por casi todos. Igual que ellos, el resto de los personajes tienen personalidades compuestas de luces y sombras, humanos e imperfectos, huyendo de los maniqueísmos.
La actuación de Alejandro Goic como el Padre Manuel, el íntegro sacerdote que se deja la piel en el caso, es inolvidable, un personaje arrollado por un mar de emociones que apenas deja asomar a la superficie. Su actuación contenida y brillante, tiene un efecto magnético en el espectador. La joven Laura López está también estupenda en el papel de una Blanquita que explica poco sobre sí misma, y cuyas motivaciones solo pueden adivinarse en detalles y apuntes.
Blanquita es una película sobria e inteligente, que habla de los sórdidos entresijos de una sociedad más hipócrita que moral. Es un visionado necesario e impresionante, aunque no fácil.