Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Dialogando con la vida
La adolescencia es, sin duda alguna, la etapa de la vida en la que somos más vulnerables a los acontecimientos vitales traumáticos, y pocas cosas se me ocurren tan devastadoras para un joven adolescente como la pérdida prematura de su padre o de su madre. Lucas (Paul Kircher) es un joven de 17 años que vive en un internado donde su mayor ocupación es la experimentación sexual una vez que se ha descubierto y reafirmado como gay.
Algunos fines de semana y momentos señalados los pasa con su familia en su casa de Chambéry: su madre (Juliette Binoche), su padre (Christophe Honoré) y su hermano mayor Quentin (Vincent Lacoste), artista plástico afincado en París. Cuando un accidente de tráfico se lleva por delante la vida de su padre, el mundo de Lucas se pone patas arriba. A la pérdida afectiva se suma la de un referente ético que llevará a Lucas a vivir a la deriva tanto emocionalmente como en la toma de decisiones, algo que se pondrá de manifiesto cuando se vaya a pasar una semana a París con su hermano y quede expuesto a una absoluta falta de vigilancia y, por tanto, a una libertad excesiva para alguien que no tiene todavía la cabeza acabada de amueblar. Allí conocerá al compañero de piso de su hermano, Lilio (Erwan Kepoa Falé), también gay pero doce años mayor que él, con quien llegará a obsesionarse e imitar ciertos comportamientos poco recomendables.
El prolífico director francés Christophe Honoré (quince películas en veinte años de carrera) firma también el guion de Dialogando con la vida (Le lycéen), un largometraje sincero y emotivo en el fondo pero un tanto ensimismado (pretencioso incluso) en las formas. La utilización de pequeñas secuencias intercaladas en las que el protagonista, sentado y sobre un fondo negro, se dirige a la cámara contando muchas de sus reflexiones y sentimientos como si le estuvieran haciendo una entrevista, ni queda justificada dentro del dispositivo cinematográfico ni funciona desde el punto de vista narrativo. Algo que resulta todavía más incoherente cuando hacia el final de la película también el personaje materno, una espléndida Juliette Binoche en un papel más bien secundario, haga lo mismo y nos la encontremos sobre el mismo fondo negro contándonos sus preocupaciones.
Honoré centra todo el protagonismo del film en el personaje de Lucas, todo gira alrededor de su tristeza, su sensación de abandono, sus arbitrarias y peligrosas decisiones, su búsqueda permanente de experiencias y, finalmente, su huida hacia el silencio. Como consecuencia de este protagonismo casi exclusivo, uno tiene la sensación de que el resto de los personajes han quedado desaprovechados, particularmente el del hermano interpretado por el excelente actor (Hipócrates, Las ilusiones perdidas) Vincent Lacoste. Por su parte, Juliette Binoche se encarga de no ser desaprovechada engrandeciendo cada una de sus secuencias.
Dialogando con la vida apunta varios temas en su planteamiento: la pérdida y su necesaria gestión del duelo, las dudas vitales de un adolescente, el difícil ejercicio de la paternidad / maternidad con un adolescente, el suicidio o las enfermedades mentales, pero Honoré coloca tan en primer plano la iniciación y experimentación sexual (con algunas secuencias particularmente explícitas) que todo lo demás queda un tanto borroso en el fondo.
Estamos, en conclusión, ante un film estimable en sus buenas intenciones, pero con el que uno como espectador solo puede relacionarse en la medida en que pueda identificarse con el dolor de alguno de los personajes. Si uno se queda fuera de toda la tormenta emocional, la película puede hacérsele insoportable.