Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
El buen patrón
Aunque, como es lógico, prefiero a la gente genuinamente amable, empática y asertiva, siempre he sentido un enorme respeto por las personas a las que se ve venir de frente, aunque sean mal encaradas, no tengan buen carácter y sean de difícil trato. Uno sabe a lo que atenerse con ellas y generalmente son lo que aparentan. Existe, por el contrario, una extirpe de personas que parecen militar permanentemente en la desbordante simpatía, la impostada bondad, la falsa generosidad y un melifluo amor desinteresado. Aunque a algunos se les detecta rápido por la sobreactuación, otros consiguen prosperar, caer bien y vivir en un perenne estado de felicidad y buen rollo hasta que alguna circunstancia les perturba y ejecutan la famosa puñalada por la espalda. Dice el refranero, que es un catálogo de sabiduría al que hay que recurrir de vez en cuando, “Líbrame, señor, de las aguas mansas que de las bravas ya me libro yo”. Pues eso.
De uno de estos lobos con piel de cordero se ocupa Fernando León de Aranoa en su más reciente película El buen patrón, una inteligente tragicomedia acerca de un personaje enormemente complejo con el que Javier Bardem incorpora uno más a la galería de creaciones inolvidables que pueblan su filmografía. Julio Blanco, que así se llama el sujeto, es el propietario de una empresa dedicada a la fabricación de balanzas de precisión, un tipo de incuestionable carisma, con un elevado concepto de si mismo y un ego a prueba de bombas que trata continuamente de parecer afable y simpático con unos empleados sobre los que ejerce un extraño magnetismo.
Lejos de la seriedad de sus documentales o de la rotundidad sociológica de otras de sus películas, fundamentalmente de su obra maestra, Los lunes al sol, León de Aranoa apuesta aquí por la sátira como ingrediente sazonador de una trama argumental que es, esencialmente, divertida. Uno no puede evitar soltar unas cuantas carcajadas con las aventuras y desventuras de un Julio Blanco empeñado en salvar todos los obstáculos que se anteponen entre él y el enésimo premio empresarial con el que adornar la pared de su casa. Y sí, admitámoslo, como en esas películas de mafiosos en las que a uno le cae bien el capo a pesar de saber que es un personaje amoral y sin escrúpulos, en El buen patrón uno se sorprende a sí mismo empatizando con un jefe al que, en la vida real, le gustaría tener bien lejos. Y eso resulta, cuando menos, perturbador.
No hay en El buen patrón un discurso ideológico evidente ni soflamas panfletarias sobre la lucha de la clase trabajadora. Todo lo que León de Aranoa retrata, con suma agudeza y mala leche, lo hace a través del aparentemente inofensivo filtro del humor. Pero las segundas lecturas de lo figuradamente inocuo dan para mucho, no queda títere con cabeza en un retrato del mundo empresarial en el que, tras el aparente buen rollo, impera el “sálvese quien pueda”. Y desnudando las miserias de esta empresa, León de Aranoa desnuda, al mismo tiempo, las de buena parte de una sociedad sin escrúpulos para prosperar, principios morales, sentido de la ética o buena educación.
Aparte de algún vericueto argumental poco logrado (el asunto conyugal del personaje de Manolo Solo no está bien resuelto), si algo hay que reprochar a El buen patrón es que el papel protagonista tiene tanta fuerza en el guion y la interpretación de Bardem es tan mayúscula que el personaje termina por comerse la película. La caracterización física es sencillamente sobrecogedora para cualquiera que vea al auténtico Javier Bardem en las portadas de varias revistas de cine de este mismo mes colgadas en los kioskos. Su creación interpretativa es de una minuciosidad pasmosa en todos los aspectos que componen la presencia de una persona, el lenguaje postural, la manera de moverse, el tono de voz, la cadencia al hablar, el catálogo gestual con el que expresar todas sus sensaciones para acompañar algunas frases que resultan divertidísimas más por la forma de decirlas que por su propio significado. Y todo esto, ahí está la grandeza, derrochando naturalidad.
El resto del reparto sobrevive, que no es poco, con mucha dignidad al ciclón Bardem. Destacan el siempre creíble Celso Bugallo, un divertidísimo Fernando Albizu como vigilante jurado y Sonia Almarcha sobre un desdibujado Manolo Solo y la joven Almudena Amor a la que no acabo de encontrar cómoda en su personaje de becaria trepa.
El buen patrón supone el regreso de Fernando León de Aranoa a la senda del cine social con el que a mediados de los 90 del pasado siglo irrumpió con fuerza en el cine patrio con títulos como Familia, la citada Los lunes al sol, Barrio o Princesas. Lo hace ahora con un cambio de género que, sin duda, lo hace más asequible aunque pierda contundencia.
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La he visto, tengo que confesar que a mitad del metraje me eché un sueño de una media hora, es verdad que estaba cansado pero cuando una película me atrapa nunca me pasa. A causa de esta deliciosa siesta de cine perdí el hilo de la historia, pero no me estaba interesando mucho, ahora, Bardem magistral.