La telaraña de los vínculos familiares
El cine negro como recurso para profundizar en el drama
Wildland es un debut consistente y prometedor. La cineasta ya había trabajado como asistente de dirección en proyectos importantes dentro del noir escandinavo y, también, es la responsable de dos de los mejores capítulos de Cuando el polvo se asienta, una de la series europeas más impactantes que he tenido la oportunidad de ver en los últimos años. Aunque para su película utiliza códigos narrativos del cine negro, lo que de verdad le interesa es desarrollar el retrato de las distintas personalidades de los integrantes de tan particular familia.
Lo hace desde la sutileza y con mucho control de lo que quiere mostrar en pantalla. La protagonista apenas habla, pero no hacen faltan más diálogos para que entendamos su estado de confusión e indefensión. La sobria puesta en escena contiene una atmósfera opresiva que se construye en base a detalles y sensaciones. No necesita recurrir a la amenaza física constante para crear momentos de verdadero terror psicológico (como ejemplo la escena en que recogen a una niña en el colegio y la acercan en coche a casa de sus padres).
El terror de lo cotidiano
Wildland es un drama absorbente que, tal vez, pierda algo de fuerza durante el segundo acto. Aún así, tanto la presentación como la parte final son espléndidas. Algunos incluso la comparan con Animal Kingdom (David Michôd, 2010). Jeanette Nordahl aporta una mirada incisiva sobre la familia como institución o comunidad cerrada. Sobre cómo los vínculos de la sangre pueden obligarte a mantener una lealtad que se torna cancerígena y soslaya tu propia evolución identitaria como individuo. Por suerte, no todas las familias son tan tóxicas. Es algo que puede entenderse en menor medida en la toma o renuncia de decisiones que todos vemos condicionadas por la aceptación familiar de las mismas. En Wildland se lleva al extremo, a la deriva criminal.
Estamos ante una película interesante, con personajes bien construidos y con capacidad para generar tensión desde la cotidianidad. Es ahí donde encuentra el verdadero cultivo para sus tesis. Las escenas de la rutina familiar, mientras desayunan o comparten juegos aparentemente inocentes. El mejor ejemplo lo tenemos con la terrorífica secuencia final. El legado generacional como regalo envenenado, la ruptura del círculo vicioso hecha desde la renuncia a uno mismo. Wildland es una de esas películas pequeñas que crecen en el recuerdo y que la vertiente como distribuidora de la plataforma Filmin nos está acostumbrando a estrenar en salas cada vez más a menudo.
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