Penny Lane, la cronista del Estados Unidos más bizarro
La ofensa reivindicativa
En 2013 se creó el Templo Satánico por parte de Malcolm Jarry y Lucien Greaves que utilizaron seudónimos para hacerlo. Primera contradicción. Aunque a primera vista muchos considerarán a sus miembros como adoradores de Satán, hay que evidenciar desde un principio que su invocación al Maligno no tiene nada que ver con aspectos sobrenaturales. En realidad, es una organización asociada a la contracultura y al activismo social que utiliza ese símbolo del mal como acto de rebeldía contra lo establecido. Tienen el propósito de eliminar los privilegios otorgados por el Estado en favor del cristianismo y luchan en pos de la libre elección de credo religioso. Ahí entiendo que se incurre en una nueva contradicción.
Al centrarse únicamente en la religión católica, más que una reivindicación en favor de la libertad de credo se convierte en un ataque directo hacia todos los que profesan esa religión (conste que yo soy ateo). Me parece algo para aplaudir el destapar sin tapujos todos los abusos sexuales contra niños perpetrados durante décadas por sacerdotes de la Iglesia Católica. Una institución que se ha encargado casi siempre de esconderlos bajo la alfombra y que no ha evitado que se siguieran produciendo. Encima están subvencionados con dinero del Estado y de los contribuyentes. Sin embargo, detrás de la institución están las personas. No me refiero a los fanáticos que aparecen en Hail Satan?, si no a muchas personas que merecen un respeto en su manera de pensar, por muy contraria que sea a la nuestra. De ese modo, gente que se ha sentido abandonada, despreciada o vilipendiada a lo largo de sus vidas por su manera de ser o pensar, acaban ridiculizando y haciendo lo mismo con otra gente que simplemente piensa diferente a ellos. Entiendo las motivaciones e intenciones, pero cuesta fijar cuál es la frontera cuando la ofensa se convierte en un circo.
La escenificación de la disconformidad
Una de las acciones más sonadas del Templo Satánico, fue reivindicar la instalación en el Capitolio de Oklahoma de una estatua de Baphomet (deidad asociada a los Templarios) junto a un monumento sobre los Diez Mandamientos. La organización también tiene sus propios principios o mandamientos que definen a los miembros del Templo Satánico. Si nos detenemos en el número 4, volvemos a las contradicciones. «Las libertades de los demás deben respetarse, incluida la libertad de ofender. Invadir deliberada e injustamente las libertades de otro es renunciar a los tuyos.». ¿Si asumimos la libertad de ofender de los demás nos podemos sentir tan ofendidos cómo para denunciar esa ofensa? Os juro que no pretendía hacer un trabalenguas.
En Hail Satan? vemos como la mayoría de integrantes de la asociación son, en realidad, inadaptados sociales que tienen la necesidad de formar parte de una comunidad para sentirse arropados en la propagación de sus propias reivindicaciones. En la mayoría de casos, su lucha por causas justas como la discriminación que sufre el colectivo LGTBI resulta loable, pero esa constante escenificación paródica que les lleva a disfrazarse, a convocar falsas misas negras y realizar performances de dudoso gusto acaban por perjudicar el mensaje que albergan. Sería inofensivo si todo fuera una broma, pero los integrantes se lo toman en serio, como algo que da sentido a sus vidas. Esa pantomima carnavalesca que busca la repercusión mediática solo sirve como alimento para potenciar el discurso de sus detractores gracias al altavoz proporcionado por los medios de comunicación situados más a la derecha.
Los límites de la libertad de expresión
Hail Satan? es un documental contado desde el punto de vista de los integrantes y fundadores de este movimiento social. Plantea algunas cuestiones interesantes sobre la libertad de expresión, la libertad religiosa y la libertad de pensamiento. Sin embargo, vuelve a incurrir en contradicciones cuando comprobamos que una de sus integrantes más activas fue expulsada de la organización al considerarse que se había excedido en una de sus apariciones públicas. Durante una performance, se clavaron cabezas de cerdo en lanzas y la activista asumió un discurso incendiario que animaba al levantamiento popular contra los miembros del Gobierno y acciones directas como la de ejecutar a Donald Trump.
¿Hasta dónde puede llevarse la libertad de expresión? El Templo Satánico consideró que aquello sobrepasaba los límites establecidos por tratarse de un colectivo pacifista. Es algo que en el fondo vuelve a poner sobre la mesa el eterno debate sobre quién puede o debe fijar esos límites. ¿Cambian cuando un movimiento cultural entra a formar parte de la vida pública y participa de las instituciones a las que se enfrenta? Tenemos ejemplos dentro de nuestra clase política. ¿Se puede insultar o amenazar impunemente bajo la bandera de la libertad de expresión? ¿Son equiparables legislativamente las amenazas contra un líder político con la que podemos hacer a nuestro vecino del quinto? ¿Se deben permitir o legislar?
Hail Satan? es un documental curioso e interesante porque invita a la reflexión, pero encuentro tantas contradicciones en su mensaje que sobre todo me identifico con el interrogante al final del título. La película de Penny Lane no busca ni encuentra demasiadas respuestas. Aún así puede servir como incentivo para el cuestionamiento ético y cultural de los espectadores menos pasivos.
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