El director francés François Ozon, cuya filmografía alterna guiones originales con adaptaciones literarias, recurre en esta ocasión a la novela del escritor británico Aidan Chambers «Dance on My Grave (Bailar sobre mi tumba)» para la realización de su nuevo largometraje Verano del 85 (Été 85) que, fie a su título, sitúa la acción durante los meses estivales de ese año, a mitad de una década con una particular estética y una eclosión musical que marcaron a una generación y, por supuesto, están presentes a lo largo del film.
La película está contada en dos tiempos separados por un intervalo de meses que se van alternando en la narración, del segundo de los tiempos no es demasiado conveniente hablar para no desvelar aspectos relevantes de la trama central que es la que ocurre en los meses veraniegos de la pequeña localidad costera francesa de Le Tréport. Y porque además, Ozon juega al suspense con cierta dosis de intriga a través del montaje y hasta el final de la película no se aclaran del todo la naturaleza de los problemas que uno de los protagonistas tiene a costa del otro.
En el fondo y en la superficie, Verano del 85 es una historia de amor juvenil, la que experimentan el joven de 16 años Alexis (Félix Lefebvre) y David (Benjamin Voisin) de 18, cuando tras un descuido navegando del primero, el segundo salva su vida. La amistad inicial no tarda en dar lugar a un romance iniciático en el caso de Alexis que Ozon filma durante buena parte de la película siguiendo el ideario rohmeriano: paseos por la playa conversando, visitas furtivas de la casa de uno al otro, referencias poéticas a Verlaine y Rimbaud, diversión en el parque de atracciones, viajecito en moto y, ¿cómo no?, introducción de un tercer personaje que enrede el asunto, en este caso femenino para enredar aún más la relación sentimental entre los dos chicos.
Pero ahí terminan los parecidos, Ozon se aleja de Rohmer en el desarrollo argumental y en otros muchos aspectos estilísticos como el empleo de la música no diegética a conveniencia del efectismo, incluyendo algunos hits ochenteros o la estrambótica secuencia que hacia el final de la película justifica el título de la novela sobre la que se basa la película y que no es otra que la promesa que ambos amigos-amantes se hacen el uno al otro, que en el momento en que uno fallezca, el otro bailará sobre su tumba.
Los dos jóvenes actores están fantásticos, Lefebre y Voisin, a pesar de su juventud, establecen una muy verosímil química y dominan todos los registros interpretativos en una película que en muchos momentos parece debatirse entre el tono dramático y los toques de comicidad con los que, al parecer, Aidan Chambers salpicaba continuamente la novela. El resto del reparto se completa con Valeria Bruni Tedeschi, actriz que asume la principal carga cómica al inicio del film como la madre de David y el excelente actor Melvin Poupaud, uno de los habituales de Ozon y curiosamente (o no) actor también de ascendencia rohmeriana (Cuento de otoño, 1996).
Película muy agradable de ver, capaz de evocar recuerdos y sensaciones a los que nos hicimos mayores durante esa década y en la que Ozon, además de contar esta historia de amor, explora con sutileza temas con más carga de profundidad como la pérdida, la libertad individual, el sentido de posesión en las relaciones y las dificultades de encontrarse a uno mismo en la puñetera edad de comenzar a tomar decisiones vitales.
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