Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
La caída del imperio americano
En una secuencia de apenas siete minutos de prólogo, previa a los títulos de crédito iniciales, Denys Arcand se despacha contra directores de banco, rectores de universidad, escritores, filósofos, políticos y un alto porcentaje de compradores de aspiradores domésticos. Lo hace por boca de su protagonista, un joven redomadamente escéptico, licenciado en filosofía pero que trabaja como repartidor de una empresa de mensajería porque «no es tan idiota como para no saber que un profesor de filosofía gana menos que un repartidor».
Este joven llamado Pierre-Paul, interpretado por Alexandre Landry, no tardará en ser testigo de un fallido atraco que termina con todos los atracadores muertos menos uno que huye malherido abandonando un muy sustancioso botín que queda sin testigo alguno a disposición de nuestro protagonista. Se plantea entonces el dilema ético que cada espectador puede dirimir con su propia conciencia y que no es otro que ¿qué hacer en una situación así? Sobre estos dos planteamientos iniciales, de pensamiento (el del prólogo) y de acción (el atraco fallido) se plantea un film policíaco en el que la trama en sí es una mera excusa para que Arcand, como tantas veces ha hecho en su filmografía, retrate la sociedad contemporánea en la que el dinero aparece, en palabras del propio director, como el último y único valor de nuestras sociedades.
Pero no nos engañemos, a pesar de sus ácidas diatribas contra tirios y troyanos y su derroche de ironía, La caída del imperio americano no nada a favor de corriente revistiéndose de frases hechas (y huecas) como «el dinero no da la felicidad», Arcand no es ningún cínico y deja claro que «el dinero no es bueno o malo en sí mismo, el dinero es un instrumento de cambio cuya identidad moral depende únicamente del uso que se haga de él». Ni el Comité Internacional Olímpico, ni la FIFA, ni las ONG o Fundaciones presuntamente sin ánimo de lucro se libran de los dardos de un guion, plagado del sarcasmo y mala leche marca de la casa que deja en evidencia todos los eufemismos acuñados por banqueros y políticos para denominar con tecnicismos a lo que no es más que evasión fiscal, blanqueo de capital, comisiones ilegales o, simple y llanamente, corrupción.
Y para ejercer esta ácida crítica libre de mensajes, recados, moralejas, panfletos o pontificaciones (¡cuánto deberían aprender muchos directores que van de transgresores y directores-denuncia!) Arcand se sirve de unos personajes muy bien construidos con los que contar una historia. Una prostituta de lujo con seudónimo de cortesana griega (prometedor debut en el cine de la televisiva e internauta Maripier Morin) y un ex convicto reconvertido en economista (Rémy Girard, uno de los actores fetiches de Arcand) serán los compañeros de viaje de Pierre-Paul en este cuento moral (nada que ver con Rohmer) en el que resulta imposible no identificarse con los «malos» y caer rendido ante el carácter naif de un protagonista que siempre tiene una cita filosófica en la boca para justificar cualquier pensamiento, obra u omisión. A medida que transcurre el metraje, el género policiaco se va fundiendo con el relato romántico y serán precisamente el amor y el altruismo los que aparecerán como únicos antídotos al alcance del ser humano contra el devastador efecto corruptor del dinero.
A partir de un impecable guion magistralmente escrito y lleno de conversaciones divertidas y comentarios punzantes, Arcand va construyendo un film en el que además de ejercer la crítica, muestra las vergüenzas de una sociedad presuntamente avanzada (la canadiense francófona) en la que muchos inuit viven como parias sin techo ante la indiferencia de una mayoría de la población que mira para otro lado. No falta un sutil homenaje al gran Leonard Cohen, quebequés universal o un ilustrativo tutorial nivel usuario para blanquear dinero siguiendo una ruta de las Islas Vírgenes a las Seychelles, de ahí a Jersey, luego se le da una pasadita por Londres y como destino final Zurich donde no hay más que constituir una sociedad con muchos delegados internacionales. Tronchante.
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