sábado, octubre 12, 2024

Manchester frente al mar

No me ocurre muy a menudo. Habitualmente, por mucho que me guste (o me desagrade) una película, tengo facilidad para desconectar de ella (si es que debo hacerlo) cuando al salir de la sala, la vida cotidiana me devuelve de sopetón a la realidad. Hay veces que una película me ronda en la cabeza durante días (o semanas) pero no me impide concentrarme en lo que tengo que hacer o vivir “después del cine”. Durante las horas que siguieron a la proyección de Manchester frente al mar no pude evitar un talante taciturno a pesar de que lo inmediatamente siguiente que tenía que hacer a la salida era algo tan mundano como tomar unas cañas con un grupo de amigos.

Me costó mucho desempolvar mi ánimo de la melancolía en la que me sumergió la excelente tercera película de Kenneth Lonergan y no podía parar de pensar en los insondables límites de la tristeza. Y es que Manchester frente al mar es una de esas películas que hacen daño, pero como algunas inyecciones que apenas duelen mientras te las están poniendo y luego te dejan el trasero dolorido todo el día, duele más después de haberla visto que mientras la estás viendo. A pesar de su extraordinaria factura de la que hablaré en los párrafos siguientes, no es una película fácil de recomendar, de hecho, a la salida del cine, mi primer pensamiento fue para un par de personas a las que aconsejar encarecidamente no verla.

Crítica completa aquí.

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