Es sorprendente como una historia de 1945 es perfectamente trasladable a nuestra época, pues por desgracia en las guerras muchas inocentes siguen sufriendo los mismos abusos a los que se vieron sometidas las monjas, y los sentimientos que tienen y las sensaciones que transmiten son perfectamente comprensibles por cualquier persona, sea cual sea el año en el que vea Las inocentes.
Fontaine se concentra en cómo reaccionan las monjas de forma individual y como grupo con el dilema moral planteado por su fe, tras haber sido forzadas a romper su voto de castidad, pero la película es mucho más, y la verdadera protagonista es Mathilde, interpretada por Lou de Laâge, una mujer criada en un hogar comunista y que lucha por entender la aceptación de las monjas a los horrores que sufrieron. De Laâge ya dejó su sello en películas como Respire o Jappeloup: de padre a hijo, pero aquí demuestra que es una gran actriz y es totalmente convincente como la joven e ingenua médica atrapada entre obligación como médica de ayudar a las mujeres en peligro y su desacuerdo con las políticas del convento, especialmente los de la madre superiora. En contra de lo que pueda parecer, la compasión y la compresión recaen en la médica, mientras que la visión más egoísta e intolerante recae en la madre superiora (Agata Kulesza, que logró la fama con Ida), que debe tomar difíciles decisiones para no ver expuesto su convento a las críticas del exterior. Y la trinidad protagonista se cierra con la bondadosa y pragmática hermana María (Agata Buzek) y su debate interior entre mantener su voto de obediencia mientras observa la angustia que se sufre en su convento. Gracias a las magníficas interpretaciones, tenemos personajes completamente creíbles y nos ayudan a que nos familiaricemos con ellos.
Por si no fuera suficiente la historia de las monjas, Las inocentes nos introduce una historia de romance paralela más allá de los muros del convento que, sin aparentemente mucha relevancia al inicio, sí que nos ayuda a entender mejor a Mathilde y su visión del mundo tanto a nivel político, intelectual y sexual. Las mujeres en esta película se enfrentan al reto de hacerse valer en contra de la pasividad que define los roles de las mujeres en ese momento, además del descubrimiento de la sexualidad y la capacidad reproductiva en contra de las imposiciones de la religión.
La película nos traslada a la fría Polonia de 1945, y la directora de fotografía Caroline Champetier realiza un trabajo maravilloso dando luz a los interiores de este convento aislado del mundo, rodeado del blanco invernal, donde los oscuros hábitos de las monjas encajan con los nevados suelos y grises cielos de estos inhóspitos parajes. Gracias a la excepcional dirección, la fotografía, las interpretaciones y el montaje, tenemos una sucesión de escenas que encajan perfectamente para que las complejidades de la trama sean coherentes entre sí.