sábado, febrero 24, 2024

61 SEMINCI. Sección Oficial. Crítica de ‘Aquarius’: Como el vino bueno

Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 61 SEMINCI: 
Aquarius

Vivimos en un mundo en el que, ideologías políticas y creencias religiosas aparte, se acepta como máxima que todo puede ser comprado con dinero, una mayoría de los gobernantes se corrompen en cuanto tienen acceso a él y el poder económico se perpetúa porque la mayoría de la gente se somete al poderoso influjo de su posesión para tomar las decisiones más trascendentes de su vida. Se nos inculca desde pequeños que debemos elegir (cuando se puede) el trabajo en el que más nos paguen y no el que más feliz nos haga, atesorar bienes materiales que se revaloricen y medir nuestros actos en términos de rentabilidad. Dedicar el tiempo (incluso el libre) a cosas por las que no nos pagan no está bien visto, créanme, sé de qué les hablo. 

Afortunadamente existen personas valientes, indómitas y con la firme determinación de vivir su vida de acuerdo a sus deseos y sus convicciones sin dejarse seducir por el todopoderoso dinero o intimidar por los que, teniéndolo en grandes cantidades, conciben que pueden avasallar a cualquiera colocándole delante una cifra con muchos ceros a la derecha. Una de estas personas es el eje sobre el que transcurre el largometraje brasileño Aquarius dirigido por Kleber Mendonça Filho que se ha presentado a competición en la sección oficial durante el cuarto día de la 61 SEMINCI
 
Clara, interpretada por una colosal Sonia Braga, es una mujer que a sus sesenta y cinco años y, todo sea dicho, una posición económicamente acomodada, está curtida en las suficientes batallas vitales como para no amedrentarse por los dueños de una empresa constructora que, habiendo comprado todos los demás inmuebles de su edificio, le hacen una desorbitante oferta por su piso para así poder desarrollar un ambicioso y lucrativo proyecto inmobiliario en el edificio Aquarius situado en pleno paseo marítimo de Recife.
 
Su negativa a vender la casa en la que amó a su difunto marido, luchó y sobrevivió a un cáncer de mama y tuvo a sus hijos a los que vio crecer y volar del nido, provocará la ofensiva de la empresa encabezada por uno de esos jóvenes lobos con piel de cordero que ideará todo lo que se le ocurra para hacer la vida imposible a Clara y forzarla a abandonar su casa. Pero Clara, además de ser una mujer culta (excrítica musical y melómana) y educada, tiene el coraje y la determinación que le dan su personalidad y un carácter forjado a base de superar dificultades. 
 
Hacía muchísimos años que no veía una película de Sonia Braga, una actriz que durante los ochenta alcanzó gran popularidad por sus trabajos en Estados Unidos en películas como El beso de la mujer araña (Héctor Babenco, 1985) o Un lugar llamado milagro (Robert Redford, 1988). La actriz brasileña, que tiene la misma edad que el personaje que interpreta, mantiene intacta su poderosa presencia en pantalla y mantiene reconocible su belleza clásica. Su rostro, en el que necesariamente se advierte el paso del tiempo, es el lienzo sobre el que Kleber Mendonça Filho deja caer toda la película, es ella quien la conduce, quien imprime su personalidad a cada plano, a cada palabra, a cada mirada silenciosa y a cada momento de soledad; apenas hay secuencias en las que Sonia Braga no esté presente a lo largo de los 142 minutos de metraje. 
 
Y precisamente este detalle de la (excesiva) duración, es el único pero que se me ocurre ponerle a una película de esas que dejan poso y se quedan en la memoria durante mucho tiempo. Y esto es bastante inusual que ocurra durante un festival en el que no hay tregua pues la finalización de una película implica casi siempre que hay otra a punto de empezar. Es cierto que la historia se puede contar en menos tiempo, evitar alguna digresión innecesaria, ahorrar alguna secuencia de relleno con sus hijos o evitar la reiteración de algunos planos contemplativos aligeraría el metraje y no la haría perder un ápice de fuerza argumental, pero tal vez alteraría el sentido del tiempo que el director ha querido darle a su film y es probable que menoscabara su fuerza poética y la hondura de la reflexión que plantea sobre las huellas del paso del tiempo y el apego que uno siente por los lugares que han marcado su vida. 
 
Pero Aquarius también indaga sobre el dolor de la soledad, la fragilidad de la memoria y la búsqueda de asideras donde agarrarse a una edad en la que algunos pilares comienzan a tambalearse, sobre un modo de entender la vida y la edad que como apunté al principio de estas líneas, no tiene nada que ver con el modelo imperante en la sociedad globalizada. Clara ve como sus hijos son más conservadores que ella, como son víctimas de un sistema asfixiante en el que uno no puede tomarse una noche para desconectar de todo y buscar refugio en una botella de vino y una colección de discos, o desahogo en unos brazos jóvenes, o adrenalina adentrándose en un mar encrespado. 
 
Hay películas que se beben de un trago como un refresco bien frío cuando se tiene sed; otras se paladean lentamente como una copa de vino (necesariamente bueno) y su sabor perdura durante mucho tiempo. Aquarius (que curiosamente es nombre de refresco) es de estas últimas.

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