Las críticas de Óscar M.: El hombre perfecto
La segunda película del director Yann Gozlan (que estrenó en Sitges su ópera prima, Captifs en 2010) se llama El hombre perfecto y narra la historia de un joven aspirante a escritor con un trabajo tedioso y mecánico que le ayuda a pagar las facturas, mientras sus aspiraciones a novelista desaparecen día tras día.
La frustración del protagonista desaparece cuando, accidentalmente descubre un manuscrito, el cual decide plagiar y enviar a una editorial, cambiando su vida de manera drástica. Evidentemente, el protagonista ve como toda su vida construida sobre mentiras empieza a desmoronarse cuando surgen los problemas y el tren de vida al que se ha acostumbrado llega a su parada final.
Como en la novela «El talento de Mr. Ripley» (y otras que usan el plagio de una novela o la mentira como eje central), el protagonista entra en una espiral de violencia y mentiras para poder encubrir su propio fraude y continuar con la cabeza alta, pero la situación se complica cada vez más y la película ofrece una trama rocambolesca y controlada al milímetro en su mayoría.
Gozlan lleva a la pantalla su propio guión (que debe mucho a las adaptaciones de Patricia Highsmith) con soltura, decisión y una factura impecable, construyendo una atmósfera opresiva y un argumento que consigue mantener la atención y el interés de un espectador entregado por completo, con todo el peso de la trama sobre el actor Pierre Niney, quien refleja a la perfección la desesperación del protagonista por ganar tiempo y conseguir salir a flote, aunque la situación le supere y no encuentre otra salida que el crimen.
No hay fisuras respecto al trabajo de los intérpretes, Niney lidera un reparto excelente (donde sobresale Ana Girardot) que ofrece unas interpretaciones naturales y adecuadas para transmitir la historia al público.
Además, una puesta en escena correcta, una localización inmejorable, una fotografía sencilla y poco recargada, así como una banda sonora acorde con la trama de suspense, consiguen un producto que, aunque bordea el argumento de una película de sobremesa, tiene una calidad técnica y artística superior.
A pesar de las aparentes soluciones lógicas y satisfactorias que ofrece el guión, El hombre perfecto cae víctima de sus propias trampas planteadas (como la del ADN, detalle que dejaría al descubierto al criminal) y una resolución irregular (y demasiado irreal) que no termina de convencer al público más exigente, demuestran que, al igual que no hay un hombre perfecto, tampoco existe una película perfecta.