Las críticas de Óscar M.: El bosque de los suicidios
La ola de versiones, adaptaciones o reediciones de películas de terror de origen japonés que cautivó a una gran cantidad del público cinéfilo hace casi veinte años vuelve a tener una nueva propuesta con El bosque de los suicidios, que llega a las pantallas con la sombra del plagio sobre su cabeza.
Y no sólo tendría que enfrentarse a la posible demanda por plagio por Juan Torres, el autor del cómic del mismo nombre (aunque ya le han desaconsejado que lo haga), también tendría que hacerlo contra Halloween mortal, una película para televisión de origen canadiense que tiene el mismo planteamiento inicial.
Batallas legales aparte, El bosque de los suicidios sigue la sombra de producciones japoamericanas vistas con anterioridad y le debe mucho a The ring y a toda la ristra de películas con fantasmas japoneses que vino detrás, pero a quien deberían invitar a una copa es a los guionistas de la saga El grito, no sólo porque Natalie Dormer está repitiendo el papel de Sarah Michelle Gellar, sino porque el argumento es prácticamente calcado.
De hecho, comparando ambas películas, la única diferencia es la ubicación de los fantasmas, cambiando una casa maldita por un bosque donde la gente acude a suicidarse (el famoso bosque de Aokigahara, situado a los pies del monte Fuji, en Japón). El esquema argumental es muy parecido: el viaje de una americana buscando a su hermana perdida y que conoce a un hombre que puede encontrarla.
La película (que comparte ubicación con The sea of trees, de Gus Van Sant y que llegará a los cines también este año) abusa de los esperados y previsibles sobresaltos en su primera mitad, sin aportar nada nuevo o nada bueno, puesto que no consiguen ni pillar desprevenido al público ni hacer avanzar la trama, como sí lo hacían otras propuestas anteriores. Por fortuna, el guión consigue crear una cierta inestabilidad en el espectador y provoca el aumento de la tensión, sembrando la duda gracias a la aparición de la colegiala perdida cuando los protagonistas están en el bosque del título.
Revelar más sería reventar el argumento, pero, al menos, el director debutante Jason Zada y los (más o menos experimentados) guionistas (de los tres que han redactado el guión, dos debutan en el cine con esta película) han conseguido llevarnos hasta ahí con mayor o menor acierto y provocando cierto interés. La última parte (dejando de lado ciertas incoherencias sobre las que se basa) sale bastante airosa y consigue arrastrar al público hasta el borde de la tensión y el terror.
Una lástima que sea casi al final y que se empeñen en rematar la faena con los ya clásicos sobresaltos en el último momento y se dejen explicaciones en el tintero, cuando podrían haber acabado de manera mucho más digna. Aún así, El bosque de los suicidios cumple la dosis que necesitábamos de historias de fantasmas japoneses que tantos buenos momentos nos han dado en el pasado.