Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
A cambio de nada
«¿Tú crees que cuando seamos mayores seguiremos siendo amigos?, hay mucha gente que de pequeños son amigos a muerte y de mayor ni se conocen. ¡Vaya mierda! ¿no?. Yo quiero que seamos amigos toda la vida, de viejos también ¿y tú?”
Con estas palabras terminaba el celebrado cortometraje Sueños con el que hace doce años el actor español Daniel Guzmán dio el salto a la dirección y con el que obtuvo entre otros galardones la Espiga de Oro al mejor cortometraje en la SEMINCI y el Goya al mejor cortometraje de ficción. Y habría que buscar en dicho corto el origen de su primer largometraje A cambio de nada que con sus cuatro premios en el pasado Festival de Málaga y sus seis nominaciones al Goya ha terminado por convertirse en una de las películas españolas del año.
Desconozco cuales son las intenciones de Daniel Guzmán que ha dedicado diez años de su vida a este proyecto, no sé si piensa dedicarse a partir de ahora a la dirección, volver a trabajar únicamente como actor o alternar ambas tareas, pero haga lo que haga es incuestionable que esta es “su” película, la que ha querido hacer toda su vida y le ha salido de las tripas. Porque para muchos espectadores A cambio de nada puede ser otra historia de adolescentes, pero para Daniel Guzmán no es “otra” historia, es “su” historia de unos chicos, Darío y Luismi, que se asoman a la edad adulta desde la pérdida de la inocencia, el descubrimiento de la sexualidad, la incertidumbre ante el futuro y el desconcierto de no saber muy bien dónde agarrarse cuando el hasta entonces firme terreno de la infancia comienza a desmoronarse.
Y sobre todos estos asuntos sobrevuela en A cambio de nada el leitmotiv de la amistad como la principal referencia argumental de la película y el punto que la pone en relación con el cortometraje Sueños al que hacíamos referencia al comienzo de este escrito. Mientras en Sueños, sus protagonistas eran dos niños (un tirillas y un gordito) haciendo gamberradas en una azotea, en esta película, Darío y Luismi son dos muchachos de quince años, tirillas y gordito respectivamente, que se conocen desde que nacieron y cuya amistad solo se pondrá en peligro cuando la vida de Darío cambia drásticamente con la descomposición del matrimonio de sus padres y quedará expuesto a ser carne de cañón. Su coqueteo con la delincuencia que comienza robando unos exámenes en el colegio le acercará a un abismo al cual Luismi le acompañará hasta sentir el vértigo de la duda ante un riesgo tal vez innecesario.
Al film de Daniel Guzmán se le podrá acusar de falta de originalidad (de hecho es cierto que el núcleo de lo que nos cuenta ya nos lo han contado antes) pero no de falta de honestidad en sus planteamientos y de acierto a la hora de componer una galería de personajes, entrañables unos, detestables otros, para contar su historia. Queribles son el director del colegio Miguel Rellán, el antihéroe “Caralimpia” interpretado con frescura por Felipe García Vélez y la anciana chamarilera encarnada por la abuela del director Antonia Guzmán con una naturalidad que desarma. Y detestables son los padres de Darío, un impecable como siempre Luis Tosar y una María Miguel que se queda un poco corta de espectro interpretativo y tira muy pronto de gritos y aspavientos.
Pero son los dos muchachos Darío y Luismi los que soportan la mayor parte del peso interpretativo del film, Miguel Herrán y Antonio Bachiller, debutantes ambos hasta donde yo sé, consiguen empatizar con el espectador a base de naturalidad, complicidad y desparpajo. Y aunque sea Miguel Herrán (Darío) el protagonista de la historia y su trabajo sea francamente bueno y le haya valido la nominación al Goya al mejor actor revelación; es Antonio Bachiller, en mi opinión, el que realiza un trabajo más brillante que fue reconocido en Málaga con la Biznaga de Plata al mejor actor de reparto. Esperemos que su trabajo en A cambio de nada no se quede en algo anecdótico y su juventud y su físico no le impidan seguir en el mundo de la interpretación si se lo propone.
A cambio de nada es un film notable que precisamente basa su encanto en sus imperfecciones, la ingenuidad de algunos de sus diálogos, lo previsible de algunas situaciones, algunas lagunas en el guion (los personajes de “Caralimpia” y la chamarilera quedan un poco descolgados) o el amateurismo de Antonia Guzmán que suple con un soberano derroche de humanidad en el que muchos espectadores podrían reconocer a su propia abuela, y que le ha valido a sus 93 años una nominación al Goya a mejor actriz revelación. Qué maravilla tiene que ser eso de revelarse a los 93 años.
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