viernes, abril 19, 2024

Crítica de ‘Una segunda oportunidad’: Fallida como drama, fallida como thriller

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
Una segunda oportunidad

Quiere la casualidad que lleguen a la cartelera española en semanas consecutivas dos películas danesas pertenecientes a dos de los directores daneses más influyentes y con mayor repercusión internacional (Lars Von Trier aparte), no en vano ambos son ganadores del Óscar a la mejor película extranjera y sus carreras, además de seguir desarrollándose en Dinamarca, han traspasado la frontera para ser tentados por producciones estadounidenses. Si la semana pasada se estrenó Corazón Silencioso de Bille August, esta semana le toca el turno a Una segunda oportunidad de Susanne Bier, que con su película En un mundo mejor obtuvo el Globo de Oro y el Óscar a la mejor película en habla no inglesa. 

En Una segunda oportunidad, presentada en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián de 2014 donde pasó sin pena ni gloria, Susanne Bier, realiza una película desasosegante que coquetea con varios géneros sin poder ser atribuida a ninguno de manera categórica. 
Protagonizada por Nikolaj Coster-Waldau (el televisivo Jaime Lannister en la serie Juego de Tronos), Ulrich Thomsen (un habitual del cine danés que también se prodiga en producciones hollywoodienses) y Maria Bonnevie (The Banishment), Una segunda oportunidad comienza como una película policiaca para ir derivando lentamente hacia el drama y terminar con los clichés más recurrentes del thriller. 
Andreas (Nikolaj Coster-Waldau) es un policía ejemplar que trabaja junto a su compañero Simon (Ulrich Thomsen), atormentado y alcohólico, para componer la arquetípica pareja de policías con distintos métodos de trabajo que funcionan relativamente bien juntos, además son amigos y recurren el uno al otro cuando se les presentan problemas personales. Andreas, acaba de ser padre y vive junto a su mujer Anne (Maria Bonnevie) y su bebé de pocas semanas en una bonita casa apartada de Copenhague.  
Por otro lado, tenemos a una pareja de yonkis, Tristan (Nikolaj Lie Kaas) y Sanne (Lykke May Andersen) que viven una turbulenta relación bañada en drogas y marginación que se ha visto salpicada por el nacimiento de un hijo al que a duras penas logran mantener con vida rebozado en sus propios excrementos. 
La inestabilidad psicológica de Anne y un controvertido suceso que no conviene contar, desencadenarán el núcleo central de la trama que sacude al espectador provocando un interesantísimo dilema ético que a la media hora de metraje promete un film grande que desgraciadamente se diluye cuando el guionista Anders Thomas Jensen abandona el meollo de la cuestión y Susanne Bier pierde interés por el fondo para preocuparse casi exclusivamente de la forma. 
Tampoco los intérpretes realizan sus mejores trabajos, Nikolaj Coster-Waldau, sencillamente correcto, está un poco perdido ante tanto desbordamiento emocional y Marie Bonnevie se ve encorsetada por un papel que desde el guion parece estar escrito con definidos límites que no deben saltarse, gritar parece el único recurso permitido, tal vez para contrastar con la excesiva contención de Coster-Waldau que peca de frío. Únicamente Ulrich Thomsen aporta cierta credibilidad a un papel muy desaprovechado por el guion.
Lo que se adivinaba como un sólido drama acerca de la paternidad, de los vínculos emocionales sobre los que se apoya y de la pérdida, se convierte en una película convencional que no funciona ni como thriller (porque el espectador va siempre por delante de los personajes), ni como film de denuncia social (los personajes de Tristan y Sanne están escritos y filmados a brochazos), ni finalmente como drama, pues los personajes son abandonados a su suerte y el espectador no llega nunca a empatizar lo suficiente como para vivir su dolor. 
Susanne Bier mantiene al espectador alejado de la historia, pero al mismo tiempo tampoco le permite pensar demasiado, desaprovecha la fantástica idea de partida (que no se puede contar en una crítica) para rematar un film duro de masticar y de pesada digestión. Eso sí, la factura estética es excelente, cuidada fotografía, delicada utilización de la música, meticulosa recreación de los escenarios, utilización de insertos de paisajes, bandadas de pájaros volando, el mar en movimiento… curioso en una directora que formó parte del movimiento Dogma 95 y realizó su propia película Dogma (Te quiero para siempre, 2002).  O no tan curioso. Echemos un vistazo a las últimas películas de Lars Von Trier y Thomas Vinterberg y a lo mejor no es tan de extrañar.

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