jueves, abril 25, 2024

Crítica de ‘El País de las Maravillas’: miel, naturaleza y reality shows

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
El País de las Maravillas

El País de las Maravillas es ante todo una hermosa fábula moral con la que su directora, la italiana de ascendencia germánica Alice Rohrwacher, obtuvo el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes del pasado año.

La familia compuesta por Wolfgang (Sam Lovwyck), Angelica (Alba Rohrwacher, hermana de la directora) y sus cuatro hijas vive en una destartalada granja en la que practica una especie de vida en comuna. Allí, toda la familia, incluidas las niñas más pequeñas, trabajan en la apicultura como modo de vida, dedicados al cuidado de las abejas, la recolección de la miel y su posterior envasado, distribución y venta. Se trata de una economía precaria como las penosas condiciones en las que viven hacen ver, aunque no queda muy claro si esto obedece más a una verdadera debilidad económica o al trasnochado ideario neo-hippy de Wolfgang que convencido de que pronto llegará el fin del mundo defiende una economía naturalista y de autoconsumo con frases tan gráficas como “las pizzas no se plantan”. 

Aunque Wolfgang es el teórico cabeza de familia, y todo parece estar regido por su iracundo carácter, es la hija mayor, Gelsomina (Maria Alexandra Lungu) la verdadera líder de la familia como el desarrollo de la trama, especialmente en su tercio final, pondrá de manifiesto. Suyos también son los ojos a través de los cuales vemos la película, pues es su mirada la que Alice Rohrwacher elige para contarnos la historia. 

Esta vida, más monótona que apacible, se verá perturbada por dos acontecimientos que perturbarán la rutina familiar, en primer lugar la celebración de un concurso, una suerte de reality show en el que son llamadas a participar aquellas familias que desarrollen juntos una labor artesanal o pseudoindustrial que elabore productos tradicionales. Y en segundo lugar la introducción de un nuevo personaje, Martin, un niño alemán que formando parte de un proyecto de reinserción de niños problemáticos es llevado a vivir con la familia en una especie de terapia que reportará unos ingresos extra a la depauperada economía familiar.

La resistencia de Wolfgang a participar en el concurso “El País de las Maravillas”, promocionado y presentado por una bellísima actriz de cincuenta años llamada Mónica Bellucci, se desvanecerá ante el empeño de Gelsomina que en plena adolescencia dejará de ser la prolongación de su padre para desarrollar sus propias ideas y poner en cuestión las estrambóticas decisiones de Wolfgang, tan absurdas como comprar un camello con los beneficios de la última venta.

Rohrwacher imprime a la narración un tono contemplativo, una naturaleza doméstica toma un papel protagonista durante los dos primeros tercios del metraje en los que la huella de Eric Rohmer y sus Cuentos de las Cuatro Estaciones es más que notable. De hecho, es esta la impronta más marcada en la película a pesar de que la influencia de Fellini sea más explícita, la directora no lo oculta desde el mismo momento en que da a la hija mayor, verdadera protagonista del film, el felliniano nombre del inolvidable personaje interpretado por Giulietta Masina en La Strada.

Estos dos primeros tercios, son sin duda los mejores de la película, la acertada presentación de los personajes como verdaderos motores de la fábula y las hermosas imágenes, dignas de un documental sobre apicultura, sumergen al espectador en un agradable estado de ensueño en el que la comunión con la naturaleza sólo es interrumpida por el único agente representante de la vida moderna que aparece en la narración, que no es otro que la televisión y su peculiar concurso.

Durante el último tercio de película, Rohrwacher deja que la narración fluya un poco a la deriva, los acontecimientos se suceden de forma un tanto abrupta y se genera cierta tensión un tanto desasosegante que no encaja con el resto del film. El personaje de Martin no acaba de jugar el papel que le parecía destinado en principio y su presencia no acaba de estar bien resuelta. Esto, desgraciadamente lastra una película que de mantener la calidad de sus dos primeros tercios, podría haberse convertido en un título mayor. El concurso cuyo nombre da título al film (en España) ofrece algunos momentos un tanto grotescos que no guardan con el resto del film toda la coherencia que sería deseable. Gelsomina, ahora sí, ejerce absolutamente de cabeza de familia y encabeza un número pretendidamente artístico que roza un patetismo acentuado por el tibio recibimiento del público y el embarazo de la presentadora que apenas encuentra palabras para describirlo y dar continuidad al concurso.

La presencia de Monica Bellucci en el largometraje es un tanto testimonial y en absoluto corresponde con el protagonismo que su imagen en el cartel le otorga, pero su personaje es interesante y ofrece una cara poco vista de la actriz que se rodea de una aureola misteriosa ejerciendo de una diva que alterna la cercanía y el distanciamiento de un modo desconcertante. Del resto del reparto destaca la jovencísima Maria Alexandra Lungu que como se ha dicho es el auténtico pilar de la película y se convierte en un rostro a seguir.

En definitiva, El País de las Maravillas es una notable película, paradigmática de esa etiqueta a menudo tan manida y mal utilizada del “cine de autor” que invita a esperar con interés el siguiente título de una joven guionista y directora que con dos películas y un documental en su filmografía se ha convertido ya en carne de festival, y de los importantes.

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