Las críticas de Óscar M.: Mil maneras de morder el polvo
Parece que los espectadores españoles hemos perdido contenido por el camino, porque poca explicación tiene que Un millón de maneras de morir en el oeste (traducción literal del inglés) nos llegue como Mil maneras de morder el polvo, un título mucho más comercial, pero con novecientas noventa y nueve mil maneras menos de morir en el viejo oeste americano (aunque podría ser peor y haber usado el título para hispanoamérica: Pueblo chico, pistola grande), menos mal que la película no se centra en el número de defunciones.
Cambios comerciales a parte, Mil maneras de morder el polvo es una comedia ambientada en el salvaje y lejano oeste americano donde es fácil morir de la manera más estúpida posible. El personaje protagonista lo deja bastante claro tras librarse del enfrentamiento con otro habitante del pueblo, pero cuando su novia lo abandona y llega una bella desconocida, las posibilidades de perecer se multiplican.
Tras afianzarse encadenando chistes sin argumento para la serie Padre de familia, Seth MacFarlane debutó como director con Ted (de la que ya prepara una secuela) y ahora ofrece su particular (y en ocasiones divertida) visión del oeste americano en el siglo XIX.
Para él se reserva el papel principal, siendo el peor actor de todo el reparto (su cara de imitación de Adam Sandler le sale igual de mal que al imitado, no hace gracia, a menos que seas americano), por suerte está Charlize Theron (que ofrece una interpretación exquisita a pesar de que la comedia no sea su género habitual) y, lamentablemente, Neil Patrick Harris, quien continúa haciendo de Barney, pero no es culpa del actor, lo es de un guión que está escrito para Barney en el oeste (así que sus seguidores estarán contentos).
Para los amantes de la típica música de película del lejano oeste, la partitura compuesta por Joel McNeely contiene todos los elementos imprescindibles para una película de este género y funciona como banda sonora característica del mismo.
La excesiva duración cercana a las dos horas no hace ningún bien al argumento que, aunque no se vuelve repetitivo, sí resulta agotador y merecía un montaje más ameno y dinámico a partir de la primera hora y media, llegando a un punto en el que el espectador duda si no se habrá reservado la resolución para una segunda parte.
La cinta está plagada de divertidas apariciones especiales de amigos-colegas-«gente que pasaba por allí» de MacFarlane, constantes e hilarantes bromas contemporáneas a la vida en el difícil oeste americano y chistes sexuales de toda índole.
Pero incomprensiblemente se vuelve escatológica a partir de la mitad del metraje, cuando hasta entonces el humor había sido bastante «blanco» y hasta podría haber sido familiar, así que da la sensación de que se recurre al «caca, culo, pedo, pis, pene» excesivamente gráfico cuando se terminan los chistes verbales graciosos.
Los seguidores de MacFarlane y Padre de familia se lo van a pasar en grande, pero el extenso metraje pasa factura a los personajes y a la historia, resultando el tramo final pesado y cansino, como un largo día bajo el abrasador sol.