miércoles, mayo 8, 2024

Crítica de ‘La ley del deseo’: El amor desgarrador frente a la utopía romántica

Las críticas de Carlos Cuesta: La ley del deseo

Lo vulgar, lo grosero y lo maliciosamente provocador no son para Almodóvar limitaciones propias de un estilo sino opciones narrativas. Lo demuestra cada vez que supera todos esos conceptos y atrapa en la escena la sensualidad y la sexualidad con un realismo acalorado y soberanamente artístico. La magnitud de las pasiones desaforadas se expresa de tal manera en su cine que los sentimientos, los deseos y las frustraciones adquieren una condición carnal. Cuando esas pasiones se cruzan con lo imposible los personajes a los que poseen están determinados a emplear la violencia para hacerlas triunfar, haciendo de los sentimientos algo más físico todavía.

En nuestro recorrido inverso por la filmografía del cineasta manchego hemos tenido ya varias oportunidades de conocer historias de amor o deseo incondicional no correspondido y la imposición forzada de ese deseo como forma de lograr la «justa» pretensión. Así en Hable con ella, en Carne Trémula y puede que en más que ninguna en Átame. En este último caso el personaje absolutamente decidido a la conquista por cualquier medio queda también de la mano de Antonio Banderas. Tanto en Átame como en La ley del deseo su papel parece diseñado con el mismo patrón de desequilibrio emocional. En este caso tratará de seducir y conquistar a Pablo (Eusebio Poncela), un admirado director de cine y teatro enamorado de otro hombre que no le corresponde de la manera que él desearía, pese al estrecho vínculo emocional que los une.

Esta película es incuestionablemente certera a la hora de expresar la sensibilidad del personaje de Poncela, la contradicción dolorosa de alejar a la persona amada para no sufrir al tiempo que se la mantiene a una distancia que permita acceder a ella, en una órbita cercana. Como muchos de los personajes de esta historia, Pablo se mueve entre una interesa complejidad humana y la simple extravagancia; se trata de figuras de gran capacidad artística, propietarios de elevados gustos musicales y escénicos, dotatos de personalidad y talento pero también de taras y debilidades que difícilmente son capaces de sobrellevar. Parece que Almodóvar quiera demostrar su admiración por la figura del director de cine al tiempo que advierte de que los artistas adorados son personas tan corrientes, frágiles y tan aptas para el error por cualquier otra.

La ley del deseo recorre dos historias paralelas. La de Pablo, frustrado por un amor que no puede lograr plenamente mientras es acosado por un joven que lo admira y está dispuesto a hacer cualquier cosa por cristalizar su imposible fantasía amorosa. La otra es la de Tina (Carmen Maura), su hermana, quien se operó para ser una mujer y que abandonó la esperanza de reencontrar el amor después de una relación incestuosa con su padre. Pablo está dispuesta a utilizar la experiencia de su hermana con los hombres para construir su próxima obra, algo que disgusta enormemente a Tina.

A los dos personajes les acompaña una excelente interpretación de sus dos actores, capaces de dar credibilidad plena a personas que viven el desenfreno de la vida nocturna y de las drogas, que se saltan por completo lo convencional y parecen incapaces de separar lo sentimental de lo tormentoso. Sus vidas son un trágico enredo de asomo nihilista que podría rozar lo increíble pero ¿quién soy yo para decirle a Almodóvar que la vida no es así, si a veces sí que lo es?

Esa actitud alocada y autodestructiva encaja bien con el espíritu iconoclasta del conjunto de la obra de Almodóvar, que se niega a considerar el amor como algo inmaculado y perfecto, por más que pueda admitirle la condición de absoluto, e incisivamente crítico con los medios de comunicación (a los que parodia), a las clases dominantes (a las que desprecia) y a las fuerzas del orden (a las que ridiculiza y muestra como corruptas). Ensalza como contrapunto la libertad y una moral alternativa que encuentra sus propios cauces de expresión aunque esto lleve al desastre personal, valiéndose del trasfondo frívolo, alocado y liberal del envidiado mundo de los artistas.

Los personajes interaccionan entre sí con una tolerancia poco común, algo que no impide el enfrentamiento. Son capaces de hablar a tumba abierta y alternar la profundidad poética de los sentimientos con comentarios opacos y bobalicones que enfatizan el realismo de relaciones caóticas, pasajeras, a veces meramente circunstanciales. Finalmente, pese al desdén desenfadado y alocado de los ambientes que se muestran, vence sobre la superficialidad la trágica trascendencia de amores desesperados, desgarrados y corruptos. El relato de La Mala Educación asoma por una de las costuras esta historia en el fragmento en el que Tina se encuentra a uno de los sacerdotes que fue profesor suyo y con el que se sugiere una relación amorosa de juventud.

La ley del deseo defiende con convicción la idea de un amor sin los condicionantes del género, lleva la emoción al extremo y nos deja asomarnos al flanco débil del ser humano. La seguridad, el talento y la capacidad personal no siempre son escudos suficientes para defenderse del desamor. El ímpetu, el deseo o los méritos a veces no son bastante para lograr la atención ni el aprecio de los demás. El amor como una dolorosa cuestión de sacrificio, a veces grotesca, supera en la obra de Almodóvar la visión utópica del amor romántico. 

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