Las críticas de Cristina Pamplona «CrisKittyCris»: El lobo de Wall Street
Hablar de Martin Scorsese es hablar de cine. El hombre que dirigió la que posiblemente sea la película más icónica de los setenta, Taxi Driver, el mismo que nos sumergió en el mundo de la mafia con títulos ya legendarios como Malas calles o Uno de los nuestros, el que, sin miedo a cambiar por completo de temática, adaptó maravillosamente la novela de Edith Wharton La edad de la inocencia, va ahora y da un nuevo giro y se lanza a la comedia, género que no exploraba desde Jo ¡Qué noche!. Y que aun así nada tiene que ver con El lobo de Wall Street, donde el humor se presenta desvergonzado, extenuante, cruel y definitivamente brillante.
Basada en las memorias del corredor de bolsa Jordan Belfort, la historia profundiza en el exceso, la codicia, el vicio y la corrupción del dinero rápido que tan ricos hace a muchos a expensas de otros. El señor Belford fue el mejor espécimen que dió esa nueva raza nacida en los ochenta y evolucionada en los noventa, que se llamó “yuppie” (young urban professional). Un veinteañero que nació de las cenizas del Lunes Negro, para crear un imperio basado en enriquecerse con la venta de bonos basura. Por supuesto, cuando uno exhibe sus excentricidades, es fácil llamar la atención y Belfort terminó investigado y arrestado por el FBI, pasó veintidós meses en prisión y salió convertido en un hombre nuevo que aseguraba haber aprendido de sus errores pasados. Tal vez en un ataque de la egolatría que había mostrado toda su vida, decidió narrar su historia, pero, eso sí, de manera honesta, sin censuras. Si iba a ser juzgado por el lector, se aseguraría de que éste tenía todas las pruebas.
Los derechos del libro no tardaron en ser una gominola para Hollywood. Y dos directores se rifaban el proyecto. Oliver Stone, que ya había tocado el tema en la magnífica Wall Street, y el fiasco de su segunda parte, Wall Street: El dinero nunca muere, y Martin Scorsese. Fue el segundo el que lo consiguió y quien, con el equipo perfecto ha rodado una historia épica sobre la corrupción de la clase adinerada.
El guión debía estar en manos de alguien de confianza, y Scorsese contó con Terence Winter, alguien nuevo en la gran pantalla, pero que tiene a sus espaldas, nada más y nada menos, que los guiones de las series Los Soprano y Boardwalk Empire. Y acostumbrado a la libertad que te dan las productoras televisivas como HBO, Winter no se ha cortado con las escenas de sexo y drogas, lo que casi ocasiona una clasificación de NC-17 (prohibido el visionado para menores de 17 años) y que hubiese supuesto un desastre en la taquilla. Sin embargo, Martin Scorsese supo utilizar las tijeras para que la película no pierda provocación.
Esta supone la quinta colaboración que el director tiene con su protagonista, Leonardo DiCaprio, también productor de la cinta, y que alcanza una depuración interpretativa que ahoga aun más a ese Jack Dawson que se hundió con el Titanic y se llevó con él la carrera del actor durante varios años. Está sencillamente genial, sin los histrionismos que cabría esperar de este Calígula de los 90. DiCaprio hace de Jordan Belfort un antihéroe, para nada respetable, pero sí honesto con sus propias acciones, en ningún momento se justifica, parece decir “Hazlo o no la hagas, pero no te arrepientas”. Y todo eso, esa personificación de la corrupción, de la codicia que devora el alma, es interpretada además con un talento para la comedia que no cabría esperar de éste ex-chico de carpeta. Es con este papel con el que DiCaprio demuestra lo que en el fondo todos sabíamos, que nunca dejó de ser el actorazo que con diecinueve años interpretó a Arnie en ¿A Quién ama a Gilbert Grape? (su primera nominación al Óscar).
Acompañándole tiene a un elenco de actores del que no querría dejarme a ninguno: Matthew McConaughey, Jon Bernthal, el ganador de un Óscar por The Artist Jean Dujardin, los también directores Rob Reiner, Spike Jonze y Jon Favreau, Kyle Chandler, Kenneth Choi, y un suma y sigue de nombres en el que no sobra nadie. Algunos más familiares que otro, de cine, de televisión o de teatro. Scorsese ha sabido elegir a la gente que debían formar esa jauría de desalmados que todos imaginamos que es Wall Street. Sin embargo, hay dos nombres que destacan, tal vez incluso por encima de DiCaprio. Uno es Jonah Hill, que tras títulos como Supersalidos o Juerga hasta el fin, parecía condenado a no salir de la comedia gamberra, pero que con el papel de Donnie Azoff, mano derecha de Belfort, sabe concentrar esa vis cómica y convertirla en un bidón de pólvora en una fábrica de cerillas, nunca sabes por dónde va a salir, tan pronto te hace reír como te deja boquiabierto al verle estallar tras esnifar una raya de cocaína. Todo lo que se pueda esperar de él es poco tras lo que ha demostrado que puede hacer. Pero si hay un diamante en esta película, un tesoro guardado que Scorsese ha descubierto para todos, esa es Margot Robbie. Conocida tan sólo por la serie ya cancelada Pan Am y un breve papel en la cinta Una cuestión de tiempo, ya suena como posible aspirante al Óscar, y no es para menos porque en las escenas que comparte con Leonardo DiCaprio le aguanta el tipo de tal forma que no puedes decidir cuál de los dos está mejor.
Se culpa a Scorsese de haber sido demasiado indulgente con el personaje, de que, en el fondo busca que el espectador le glorifique. Y es cierto, el personaje de Jordan Belfort cae simpático sí, ¡pero es que estamos ante una comedia! De acuerdo, no es una comedia al uso, pero si como espectador disculpas al personaje protagonista has de hacerte mirar los pavimentos en los que se apoya tu ética, porque este no es un título con moraleja.
Recomendada para aquellos que les guste lo políticamente incorrecto, El lobo de Wall Street no es una película que pase desapercibida para nadie. Puedes censurarla o alabarla, pero te aseguro que no te será indiferente.
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