jueves, abril 18, 2024

Crítica de ‘Historias de Filadelfia’: Los ricos también ríen

Las críticas de Cristina Pamplona «CrisKittyCris»: Historias de Filadelfia
Es raro encontrar hoy en día comedias románticas que merezcan la pena. Yo, que creo que amor y risa son excelentes compañeros de cama, sigo conservando la fe en el género, pero es posible que en esta ocasión la manida frase «ya no se hacen películas como las de antes» sea un juicio justo.
Historias de Filadelfia comienza con una escena que ya se ha convertido en una de las legendarias de la historia del cine: Cary Grant se marcha de casa, ante la indiferencia de Katherine Hepburn que rompe uno de sus palos de golf. Entonces él se gira, hace un amago de golpearla y finalmente la empuja al interior de la casa. Este minuto raspado ya nos arranca la primera risa, pero tan sólo nos prepara para la joya que viene después.

Historia de Filadelfia cuenta las cuarenta y ocho horas anteriores a la segunda boda de la socialité Tracy Lord (Hepburn), y al alboroto y enredo que supondrá la visita de su ex marido C.K. Dexter Haven (Cary Grant), que viene acompañado por dos periodistas de la prensa rosa de incógnito, Macaulay Connor (James Stewart) y Elizabeth Imbrie (Ruth Hussey).
A partir de este momento se complicarán los planes de boda que están amenazados por la publicación de un escándalo familiar. Para la magnífica labor de dirección, Hepburn exigió al director George Cuckor, «el director de mujeres», que aunque deseaba a Clark Gable y Spencer Tracy para los papeles masculinos protagonistas, hizo un magnífico trabajo con Stewart y Grant, en un rodaje ideal que no necesitó ni una sola repetición de toma.
La música le fue encargada a un exiliado alemán, Franz Wachsmann, que llegó a la meca del cine de la mano de Josef von Sternberg, para componer la banda sonora de El ángel azul. En su trayectoria destacan Un lugar en el sol o El crepúsculo de los dioses, ambas ganadoras del Óscar a la mejor banda sonora.
Historia de Filadelfia se basa en la obra de teatro del mismo nombre escrita por Philip Barry, de la que Katherine Hepburn poseía los derechos para cine porque se los había regalado su amante, el millonario Howard Hughes. Ya sabéis, el amor de un hombre está muy bien, pero un guión de cine dura para siempre. Ella buscó el dinero en Joseph L. Mankiewicz, que con poco más de veinte años, consiguió esta obra maestra para la MGM.
La adaptación del guión corrió a cargo de Donald Ogden Stewart, que ya había trabajado varias veces con Cukor en títulos como Vivir para gozar o Mujeres. En este caso, y según sus propias palabras, la obra era tan perfecta, que su adaptación a cine fue el trabajo más sencillo que hizo en Hollywood.
Como director de fotografía, otro exiliado, esta vez ruso, Joseph Ruttenberg, que destacó con títulos como Gigí, El extraño caso del Dr Jekyll o La Señora Miniver. En esta ocasión, todo su afán fue mantener la esencia teatral, procurando utilizar el primer plano sólo para las conversaciones de los protagonistas, y manteniendo un planos generales para las escenas con varios personajes.
Así, la sensación de estar viendo una obra de teatro es permanente durante la hora y media de película. Estamos ante uno de los títulos fundamentales del cine. Una película que más tarde se convertiría en el musical Alta sociedad, pero que ni el mismísimo Sinatra ni la bellisima Grace Kelly pudieron superar.
Es sin duda una de esas historias que se te quedan agarradas a los ojos, por el encanto de ese blanco y negro casi vaporoso que envuelve a todos los personajes en una ensoñación de lujo y champán, y al cerebro, porque cada gracia nace de un magnífico ingenio, y no sólo del humor fácil.
Sencillamente deliciosa.
Besos de cine…

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