Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Paradise is Burning
Desde los primeros minutos de Paradise is Burning se hace evidente que su directora Mika Gustafson no tiene ningún interés en establecer y desarrollar una línea argumental clásica. Esto no tiene, de por sí, nada de malo. El problema se presenta cuando esta ausencia no es suplida con una narrativa alternativa sugerente, con una propuesta estética singular o con la presentación de ideas originales, novedosas o nunca vistas.
Gustafson, coautora del guion junto a Alexander Öhrstrand, se adentra en el terreno de la transición entre la infancia a la adolescencia y entre esta y las responsabilidades de la vida adulta a través de tres hermanas de dieciséis, trece y siete años que, abandonadas por su madre y sin noticias de que exista un padre, viven solas tratando de salir adelante con ocurrencias que van desde travesuras infantiles hasta auténticos delitos como robos en un supermercado o allanamientos de morada.
Gustafson que, como dijimos al inicio, renuncia a una narración clásica, presenta a sus tres personajes a través de vivencias, más o menos cotidianas, tratadas con una mirada un tanto ingenua y filmadas con demasiada puesta en escena y unos planteamientos estéticos que remiten a algunas películas recientes sobre infancias a la deriva. Resulta difícil no acordarse de The Florida Project (Sean Baker, 2017) o Sweet Thing (Alexandre Rockwell, 2020) por poner solo dos ejemplos.
Entre las tres hermanas se establecen vínculos cambiantes según las circunstancias, la mayor de ellas, Laura (Bianca Delbravo) se ve obligada a ejercer el rol de madre ausente para el que, como es lógico, no está preparada al mismo tiempo que trata de lidiar con su propia etapa de autodescubrimiento personal y sexual. Es la suya una adolescencia interrumpida que la joven actriz interpreta con una equilibrada mezcla de sensibilidad y rabia, entre la resignación a perderse la diversión despreocupada que le correspondería vivir por edad y la ira, que no siempre puede contener, por tener que ocuparse de sus dos hermanas menores: Mira (Safira Mossberg) que vive su propia transición vital con la llegada de la regla y Steffi (Dilvin Assad) que, a sus siete años necesita aún más el cariño y la protección de un entorno más cálido que el que le ha tocado vivir.
El caso es que el hecho de que los tres personajes sean femeninos no confiere originalidad a una coming of age bastante rutinaria en sus sostenes argumentales y un tanto perezosa (tal vez deliberadamente) en la escritura: nada sabemos de la madre ausente, los servicios sociales son, tan solo, un ente amenazante por teléfono y todos los personajes están apenas abocetados en el guion, cuando no son auténticos clichés, salvo las tres niñas protagonistas y Hanna (Ida Engvoll), una joven vecina que acaba de ser madre con la que Laura establece una relación un tanto ambigua y de la que saldrá otra deriva argumental que Gustafson conduce tan erráticamente como el resto del film.
Entre los aciertos del film, que también los tiene, cabe destacar la brillante dirección actoral de tres jóvenes intérpretes debutantes en el mundo del cine. Las tres son situadas en momentos de encrucijada vital, de cambios obligados por las circunstancias que les hacen vivir, de forma prematura, situaciones para las que no están preparadas. Brilla especialmente Bianca Delbravo, dotada de un magnetismo especial, que es capaz de equilibrar la sensibilidad y la fuerza necesarias para un personaje francamente difícil.
Paradise is Burning fue presentada en la Sección Orizzonti del pasado Festival de Venecia en la que Mika Gustafson recibió el premio a la mejor dirección de la sección. También se alzó con el premio a la mejor ópera prima en el Festival de Londres y ha sido distinguida con el premio Guldbagge de la Academia de cine de Suecia a la mejor película sueca del año.
Paradise is Burning
