El cine nos tiene acostumbrados a que las secuelas de películas de éxito tienen que ser más grandes, mejores y se tienen que estrenar cuanto antes para amortizar la inversión y recaudar la máxima cantidad de dinero posible antes de que el público se olvide de ellas. De esta forma tenemos casos (a puñados) de insatisfactorias continuaciones donde volvemos a ver las mismas tramas repetidas o aburridos nuevos planteamientos escasamente desarrollados por la premura impuesta por el estudio.
El caso de T2 Trainspotting es (afortunadamente) opuesto a todo lo anterior, la secuela llega más de veinte años después a las pantallas de cine y nos ofrece una continuación lógica y estable, tanto en el argumento como en los personajes, dejando claro que la secuela necesitaba madurar. Trainspotting se estrenó en 1996 y supuso un golpe de aire fresco para el cine, con su ritmo frenético, su montaje al ritmo de canciones icónicas de décadas anteriores y su brillante reparto, excelentemente dirigido por un casi debutante Danny Boyle que se confirmaba como alguien a tener en cuenta.
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