Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 68 SEMINCI:
La imatge permanent
Ya hace tiempo que empecé a cansarme de ver películas interpretadas por actores no profesionales, pero ahora estoy empezando a hartarme. Creo que la Unión de Actores, los sindicatos o las asociaciones profesionales deberían decir algo al respecto porque la cosa se está saliendo de madre.
No voy a discutir que esta tendencia no haya alcanzado algún resultado notable en algunas (contadas) ocasiones, pero creo que de ahí a pensar que cualquier persona de la calle, sin talento ni formación, puede interpretar a un personaje en una película de ficción es tanto como pensar que el cuñado que hizo las fotos de la primera comunión de la sobrina puede ser el director de fotografía o la vecina que hizo una presentación de power point con esas mismas fotos y le puso música puede ser la responsable del montaje. No, ¿verdad? Pues con la interpretación tampoco. Las personas que hacen los papeles de La imatge permanent no superan unos estándares mínimos de dicción, interiorización del texto o presencia ante la cámara. Escucharlas declamar continuamente sus líneas resulta agotador, doloroso incluso.
Pero no nos engañemos, la interpretación no es lo único ínfimo del debut en el largometraje de Laura Ferrés. Me provoca estupor enterarme de que uno de los firmantes del guion es Carlos Vermut, alguien que ha escrito algunas de las películas más originales e inquietantes del cine español en los últimos años. Desconozco cuál ha sido su aportación, pero no esperen encontrar nada reconocible de su mano a lo largo del metraje de La imatge permanent. Ni en la estructura ni en la escritura.
La película tiene una visible partición en una especie de prólogo y un acto central. El prólogo se desarrolla en un pueblo andaluz hace varias décadas. Con un poco de predisposición y buena voluntad, el espectador puede intuir el dolor de la pérdida, la miseria económica, la asfixia de un costumbrismo rancio y una crítica a la religión escrita con trazo grueso alrededor de un cura cínico y una estampita de la Virgen del Carmen que, al mismo tiempo, es un pasquín publicitario de la aspirina.
El acto principal se desarrolla en la Barcelona contemporánea, en un presunto estudio de publicidad llamado “Nueva Imagen” que, en materia de decoración, apuesta decididamente por lo cutre. Carmen es una mujer en ese limbo entre la juventud y la mediana edad que trabaja como fotógrafa en dicho estudio. Las reuniones de marketing para decidir los eslóganes rozan lo delirante, aunque hay que reconocer que lo de “izquierdismo no practicante” como lema tiene cierta gracia.
Toda la puesta en escena es gris, plana y (quiero creer que deliberadamente) feísta para cobijar a las dos protagonistas en un montón de secuencias de relleno (en alguna hasta cantan) y otras muy forzadas que alargan el metraje innecesariamente (y la película es corta). Algunas de las localizaciones son muy de andar por casa y la filmación demasiado pedestre.
Tras su sonado y multipremiado cortometraje documental Los desheredados, no acierta Laura Ferrés con su debut en el largometraje. Durante los últimos años han iniciado su carrera cinematográfica varias jóvenes directoras (predominantemente surgidas de la ESCAC) que están generando una corriente cinematográfica importante en nuestro país, pero no podemos saludar con el mismo entusiasmo a cada una que salga porque flaco favor haríamos a Carla Simón, Alauda Ruiz de Azua o Pilar Palomero si hacemos tabla rasa y opinamos lo mismo de todas. La imatge permanent está a años luz de las óperas primas de las directoras citadas y no cumple estándares mínimos por mucho que se haya programado en la sección oficial de Locarno o, ahora, de Valladolid. Incomprensible. Como incomprensible sería que figure en el palmarés, algo que me temo que va a ocurrir. La corriente es favorable.
La imatge permanent
