Vivimos en un mundo en el que, ideologías políticas y creencias religiosas aparte, se acepta como máxima que todo puede ser comprado con dinero, una mayoría de los gobernantes se corrompen en cuanto tienen acceso a él y el poder económico se perpetúa porque la mayoría de la gente se somete al poderoso influjo de su posesión para tomar las decisiones más trascendentes de su vida. Se nos inculca desde pequeños que debemos elegir (cuando se puede) el trabajo en el que más nos paguen y no el que más feliz nos haga, atesorar bienes materiales que se revaloricen y medir nuestros actos en términos de rentabilidad. Dedicar el tiempo (incluso el libre) a cosas por las que no nos pagan no está bien visto, créanme, sé de qué les hablo.