jueves, abril 25, 2024

Centenario Ava Gardner: Crítica de ‘El gran pecador’ (1949)

Las críticas de Daniel Farriol:
Centenario Ava Gardner
El gran pecador (1949)

El gran pecador (The Great Sinner) es un melodrama estadounidense dirigido por Robert Siodmak (Forajidos, La escalera de caracol), con guion de Ladislas Fodor (El pequeño gigante, El beso revelador) y Christopher Isherwood (Alma en la sombra, Los seres queridos), adaptando una historia de Ladislas Fodor y René Füelöep-Miller (El gran momento) que, a su vez, tomaba prestada de la novela escrita por Fyodor Dostoevsky (El jugador). La historia sigue a un joven escritor que de camino en tren hacia París se encuentra con una hermosa mujer que le hace cambiar de idea para bajarse en Wiesbaden donde todos van a jugar al casino. Mientras investiga para escribir sobre el juego y los jugadores, acaba convirtiéndose él mismo en un jugador compulsivo. Está protagonizada por Gregory Peck, Ava Gardner, Melvyn Douglas, Walter Huston, Agnes Moorehead, Ethel Barrymore, Frank Morgan y Ernö Verebes.

Un proyecto mutilado

El gran pecador es una película extraña que fracasó en taquilla en el momento de su estreno y que, pese a tener un reparto solvente y una historia de fondo más que apasionante, la trama contiene importantes desajustes narrativos y nunca acaba de hilvanar un discurso del todo coherente. El guion, escrito por dos pesos pesados como Ladislas Fodor y Christopher Isherwood, se inspiraba libremente en la novela «El jugador» de Fiódor Dostoyevski, introduciendo elementos de la propia vida del escritor y de otra de sus icónicas novelas «Crimen y castigo». Con un material tan sensible y profundo en sus manos, las presiones comerciales de los estudios y algunos cambios en el montaje final acabaron por convertir el filme en una suerte de telenovela romántica con fugas hacia el cuento moral.

Esto se entiende mejor si tenemos en cuenta que la primera versión del montaje duraba más de 3 horas que fueron acortándose hasta los 110 minutos finales, es algo que se nota especialmente en las súbitas transformaciones que sufren los personajes centrales, Fedja (Gregory Peck) y Pauline Ostrovsky (Ava Gardner). El primero es un escritor escéptico y con cierto aire de superioridad que estudia las reacciones de los jugadores cuando se enfrentan a la ruleta del casino para escribir su nuevo libro. Su metamorfosis hacia convertirse él mismo en un jugador compulsivo resulta demasiado repentina y casual para hacerla del todo creíble, al igual que su posterior asunción de ser un adicto y la imperiosa necesidad de redención. También pasa algo parecido con Pauline, una aristócrata rusa que se nos presenta como una mujer poderosa y de fuertes convicciones, para convertirse en la segunda mitad del filme en una persona sin capacidad de decisión propia que vive bajo los designios de su padre y del apasionado amor (poco justificado) que siente por Fedja.

La oscuridad y pesimismo inherentes a la historia no debieron convencer demasiado a los peces gordos de la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM) que consideraron necesario incrementar el peso del romance entre Fedja y Pauline, para lo que se contrató al director Mervyn LeRoy (no acreditado) para limar el estilo más áspero imprimido por Robert Siodmak que se negó a hacer esos cambios. No sé cómo sería la versión inicial de la película, pero está claro que la historia de amor dulcifica en exceso una trama que requería de oscuridad tenebrosa para adentrarse en el infierno de las adicciones y la autodestrucción, solo hace falta contemplar ese happy end tremendamente forzado.

Un melodrama con estilo de cine negro

El gran pecador se sitúa en el año 1860 con la ampulosa frase de «un gran escritor que apostó su vida y ganó la inmortalidad». En la primera escena vemos a un Gregory Peck moribundo en la cama de una habitación cochambrosa, el viento abre una ventana y tira por el suelo unos papeles que recogerá Ava Gardner y se pondrá a leer a modo de flashback, es una novela autobiográfica donde el hombre encamado ha descrito su descenso a los infiernos del juego. Descubriremos que ambos personajes se conocieron durante un trayecto en tren en los que ambos se bajaron a su paso por la población de Wiesbaden. Ella es una misteriosa mujer que juega al solitario con las cartas y él un hombre que queda absolutamente prendado de su belleza y que decide seguirla, aunque su destino era París.

Wiesbaden es una ciudad-balneario alemana que fue cuna de la aristocracia europea durante gran parte del Siglo XIX y que aprovechó la llegada de la gente pudiente para operar negocios que requerían de grandes fortunas como es el Gran Casino que centra la historia. La presencia tras las cámaras de Robert Siodmak dota al filme de un estilo de cine negro clásico, tanto por las herramientas narrativas que usa (escenas retrospectivas), por la retórica de la imagen (la iluminación expresionista para describir los contrastes morales), como en la descripción arquetípica de personajes (Pauline como femme fatale, Armand de Glasse como antagonista mafioso). Eso acaba siendo uno de los aspectos más interesantes del filme, la adaptación que hay de la atmósfera escénica al trayecto vital que sufre el personaje principal, por ejemplo, eso se hace del todo evidente en el cambio de habitación en el hotel.

El demonio del juego

Menos conseguido está el debate moral que establece un paralelismo entre tentación/pecado con amor/salvación vinculado a un discurso que ensalza el cristianismo frente a la posesión demoníaca que encarna el juego del casino. En ese sentido la mejor secuencia es aquélla en la que vemos a Fedja acompañando a la estación a Aristide Pitard (Frank Morgan), un hombre arruinado y al borde del suicidio al que compra un billete para huir de allí y al que acto seguido vuelve a encontrarse en el casino jugándose nuevamente lo poco que tiene. Como en aquel dicho del refranero popular «afortunado en el juego, desgraciado en amores», así que cuando Fedja empieza a ganar apostando a la ruleta deja de lado el amor que siente por Pauline, otros personajes son aún mas rastreros siendo capaces de apostar a una hija o una abuela para seguir jugando, así que solo los perdedores tienen una posibilidad real de amor sincero.

El gran pecador es una película irregular que puede recuperarse como curiosidad y que tiene su gran baza en una intensa interpretación de Gregory Peck, mejor cuanto más pasado de rosca está, junto a la subyugante presencia de una Ava Gardner que aquí se siente desaprovechada tras una presentación prometedora y que fue escogida para sustituir a Lana Turner que estaba de luna de miel por Europa. El trabajo de Robert Siodmak tras las cámaras destaca en lo formal, pero no encuentra el tono adecuado que defina su historia, llegando incluso a abrazar la comedia de situación con la aparición de la abuela Ostrovsky (Ethel Barrymore), estando ya el personaje principal en plena deriva dramática.


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El gran pecador

6.6

Puntuación

6.6/10

1 COMENTARIO

  1. Lo que más me impresionó, fue cuando se vio él en el espejo… su cara refleja tanto…. me preguntó que se habrá imaginado Gregory Peck para hacer esa expresión tan desgarradora….

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