Vida confinada
El acuario y la tortuga
Para recrear ese mundo emocional tan complejo de alguien que vive en absoluta soledad, Ágnes Kocsis, hace uso de una puesta en escena minimalista con influencias del cine de ciencia-ficción low-fi. El departamento donde vive Éva, interpretada de manera soberbia por la actriz Lana Baric, es un lugar aséptico. Sin apenas mobiliario y ningún objeto electrónico (¿podrías vivir hoy en día sin TV, nevera, microondas, ordenador o móvil?), las únicas distracciones de la mujer son un acuario y mirar por la ventana de un balcón al que no puede salir sin sufrir un ataque de asfixia. El fotógrafo Máté Tóth Widamon (Tutti i rumori del mare, Czukor Show) utiliza tonos neutros y grisáceos para iluminar la estancia. Mientras que la directora se sirve de planos generales, de larga duración y con la cámara bastante estática para mostrar ese aislamiento involuntario.
En contadas ocasiones, la mujer podrá salir a la calle enfundada en un traje especial similar al de un astronauta. Esas salidas dan lugar a secuencias de una extraña belleza. Nos puede recordar a aquél estupendo telefilme titulado El chico de la burbuja de plástico (Randal Kleiser, 1976) con John Travolta y que, posteriormente, tuvo un remake protagonizado por Jake Gyllenhaal.
Pero sus salidas son casi siempre a una clínica infernal en la que es sometida a todo tipo de pruebas y experimentos para valorar su condición física. Los científicos la tratan como a una cobaya humana, sin ningún tipo de miramiento ni empatía emocional con su sufrimiento. Se desprende un mensaje animalista que denuncia la experimentación que hacemos los humanos con los animales. El laboratorio es un lugar acristalado e impersonal filmado en base a tonos fríos. La vida de Éva es parecida a la tortuga que tiene en su acuario y a la que apoda Tortuga Falsa en referencia a un personaje que aparec en «Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas» de Lewis Carroll. En el cuento, la tortuga es alguien melancólico que añora los días en que era una tortuga de verdad. Otro simbolismo más.
La toxicidad humana
El mayor problema que tiene Eden es su larga duración. Entiendo que sí es necesario un ritmo aletargado y enfocado a los detalles para describir la personalidad de la protagonista y su derrumbe emocional. Sin embargo, 153 minutos son excesivos e innecesarios. La película se vuelve reiterativa y cuesta arriba en muchos momentos. La sensación final es que no se avanza hacia ningún lugar inesperado que acabe justificando esa desmesura. Y es una pena, perderá muchos espectadores por el camino siendo una película sumamente interesante. Además del retrato de la soledad humana en un mundo globalizado, la película también habla sobre la incomunicación y la toxicidad en las relaciones.
Para lo primero se introduce la subtrama personal del psiquiatra. Un hombre divorciado que intenta recuperar el cariño de su hija, un niña que tiene como amiga imaginaria a Kalea, una sepia gigante. Esta parte está menos desarrollada y acaba aportando poco a la trama principal. Mucho más desconcertante e inquietante es el modo en que la directora presenta el triángulo formado por Éva, su hermano cuidador y el psiquiatra. Entre los dos hombres surge una relación de celos y competitividad para pugnar por el cuidado de la mujer, por convertirse en su referente emocional. Y en muchas ocasiones, la responsabilidad en esos cuidados se impone a las propias necesidades que tiene la enferma, le limitan su capacidad de decidir sobre lo qué debe hacer con su cuerpo y su vida.
Eden tiene imágenes visualmente fascinantes. Es trágica, pero bella al mismo tiempo. Es una película de corte intimista sobre emociones humanas profundas. Tras la frialdad esteticista de su puesta en escena, esconde un relato con más tesoros ocultos de los que aparenta.
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