jueves, abril 25, 2024

Crítica de ‘El veredicto’: La ley del menor y la ley del mal menor

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
El Veredicto
 
No hace medio año que escribí a propósito de En la playa de Chesil, adaptación de la novela homónima de Ian McEwan, sin saber que faltaban pocos meses para el estreno de otra adaptación de una de sus obras, La ley del menor, que se estrena en nuestro país con el título de El veredicto. El propio escritor, como ya ocurriera con la anterior, vuelve a encargarse de la adaptación del material literario a guion cinematográfico y la dirección recae en Richard Eyre, todo un experto en dirigir adaptaciones literarias tanto para el cine como para la televisión británica. La fidelidad a la obra de partida y la calidad en la puesta en escena están, por tanto, garantizadas de antemano.

La ley del menor es una novela de imponente construcción literaria en torno a un peliagudo dilema ético y moral. Adan (Fionn Whitehead) es un joven menor de edad enfermo de una leucemia que precisa de una transfusión sanguínea para poder hacer frente a los graves efectos adversos de la quimioterapia y tener alguna posibilidad de sobrevivir. Hasta aquí nada que no pueda solucionar la medicina del siglo XXI a no ser, como es el caso, que el muchacho en cuestión sea Testigo de Jehová y tanto él como sus padres rechacen las transfusiones de sangre basándose en unos principios religiosos que, se compartan o no, merecen respeto y en el derecho que tienen todos los pacientes a rechazar un tratamiento médico, algo que no es debatible puesto que está legislado.

El meollo del asunto y la génesis del dilema ético que novela y película plantean estriba en que, basándose en que es menor de edad, el hospital en el que está ingresado apela a la corte británica para que la justicia decida si puede o no transfundir al muchacho incluso en contra de su voluntad y la de sus padres. La jueza Fiona Maye (Emma Thompson) es la encargada de decidir y dictar una sentencia que conlleva además el agravante de la urgencia, la vida del muchacho pende de un hilo y la decisión no puede demorarse más de unas horas. Acuciada por las dudas tras escuchar en el juzgado al hematólogo demandante y a los padres del muchacho, la jueza decide desplazarse al hospital para hablar personalmente con el paciente a quien únicamente le faltan dos meses para ser mayor de edad y conocer de primera mano tanto sus motivaciones como el grado de presión que puede tener procedente de sus padres y de la comunidad religiosa a la que pertenece.

Por si fuera poca la empresa de decidir sobre un asunto de esta envergadura, la jueza Maye se encuentra inmersa en una grave crisis matrimonial por la aventura extraconyugal de su esposo (Stanley Tucci) premeditada y confesada por él mismo antes de tenerla, es decir, la vida personal y profesional de la protagonista son abordadas al mismo tiempo haciendo que la trama discurra por dos caminos que se inician paralelos pero no tardan en colisionar.

Toda la segunda parte de El veredicto, la posterior al juicio, tiene (como ocurría en la novela) otro nivel de lectura, quizás menos seductor pero no menos inquietante. A pesar de que la película no alcanza la hondura trascendental de la novela al profundizar menos en la crisis existencial del personaje (más abordable literariamente que cinematográficamente), encuentro la misma turbación moral, las mismas dudas y el mismo interés que recuerdo haber sentido leyendo con avidez las páginas de un escritor al que admiro profundamente. En favor de la película juega la portentosa interpretación de Emma Thompson, una actriz a la que hacía demasiado tiempo que no veía haciendo un papel a la altura de su gran talento. Su demostrada capacidad para resultar al mismo tiempo fría y emotiva y para dotar a sus personajes de fuerza y fragilidad le va como anillo al dedo a esta jueza que ha labrado su reputación profesional a base de desatender su vida personal.

La preciosa partitura de Stephen Warbeck pone la emoción en una película que en todo lo demás se sujeta a una contención que responde al estilo y al espíritu de la obra de partida. No hay estridencias emocionales, gritos ni desgarros. Richard Eyre, de quien no cabe esperar ningún destello autoral, se ciñe a una dirección aséptica y profesional que a muchos les resultará excesivamente académica pero que es precisamente lo que una película como esta pide. No desdeñemos el academicismo per se, tiene que haber películas audaces y películas académicas, y de ambas opciones pueden salir películas buenas y malas.


¿Qué te ha parecido la película?

[kkstarratings]

 

8

Puntuación

8.0/10

1 COMENTARIO

  1. Fórmula magistral: buen guion + buenos actores + director por encima de su nombre= buena película. Infalible.

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