viernes, abril 19, 2024

Crítica de ‘Abracadabra’: Apoteosis de la España cutre

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
Abracadabra
 

No sé si habrá algún espectador de Abracadabra que se reconozca en los estereotipos cañís con los que Pablo Berger compone su tercera película y alrededor de los cuales hace girar la (disparatada) trama de su film. Todos hemos oído hablar de tipos que ven el futbol en su casa en camiseta de tirantes gritando al televisor al que se hace destinatario de insultos dirigidos al árbitro, al entrenador que no saca a fulano o al delantero que se embarulla en regates para acabar perdiendo la pelota. De vez en cuando gritan “más cerveza” para que su sometida esposa se la lleve bien fresquita y son capaces de desatender llamadas de teléfono o ignorar a su mujer, porteadora de las cervezas, que acaba de vestirse y peinarse como la mismísima Madonna (o eso se cree ella) y que ha pasado la última hora y media delante del espejo moldeándose los rizos mientras su hija, que mastica chicle con la boca abierta, le sostiene una revista con una foto de la célebre cantante para apostillar el parecido.

Insisto, todos sabemos que hay gente así pero ¿alguien se reconoce?, ¿alguien da un paso al frente para decir “sí, yo soy así” o “mi familia es así” o ¿incluso los aludidos serían capaces de reírse del fresco del natural pintado en Abracadabra incapaces de reconocerse a ellos mismos? Pero en este fresco, Berger no se detiene en el retrato de personajes, también ejerce de paisajista describiendo los entornos y el folclore apropiados a su fauna (ibérica). Esos salones de boda de decoración kitsch con mucho fucsia y mucho lazo, esa música hortera, baile de los pajaritos incluido o esa forma de vestir que podría elaborar un catálogo de pretenciosidad también está presente a lo largo de toda la película con apabullante coherencia estética.

Pablo Berger establece con estos mimbres un punto de partida desde el cual deriva hacia un film complejo, raro, incómodo y que flirtea con la comedia costumbrista, con el thriller light, y con el drama onírico sin saber muy bien a qué carta quedarse. Y es ahí, en la indefinición y en los constantes bandazos narrativos donde radica el punto de naufragio de un film fallido fueras cuales fueran sus intenciones. La dirección de Pablo Berger (firme y magistral en su anterior película Blancanieves) es aquí titubeante, como si continuamente dudase qué camino seguir o si incorporar o no la última ocurrencia que, a pesar de arrancar carcajadas, quede como un pegote en el conjunto del film. Por seguir con el símil de la pintura, en ocasiones utiliza una brocha demasiado gruesa por mucho que lo retratado y los retratados no merezcan un pincel más fino. El resultado final es una película que resulta imposible tomarse en serio pero que no es lo suficientemente divertida como para perdonarle todos sus excesos y salidas de tono.

Sí están sobresalientes, sin embargo, sus intérpretes. Empezando por una Maribel Verdú a la que cada vez que veo en una película me provoca la misma pregunta: ¿qué personaje no sería capaz de interpretar esta mujer? ¿Wonder Woman? Su personaje se salva del estereotipo precisamente por la cantidad de matices, de cambios de registro y de difícil equilibrio entre vis cómica y tono dramático en el que Maribel Verdú se sostiene durante todo el film como una funambulista de las emociones. Antonio de la Torre encarna con la misma credibilidad a la mala bestia de la que parte su personaje que al tipo sensible y atento al que deriva. Si en algún momento el contraste resulta excesivamente marcado no es tanto culpa suya como de los vaivenes narrativos anteriormente citados. José Mota hace ya tiempo que demostró que además de ser el mejor cómico imitador de su generación es un actor con posibilidades de desarrollar una sólida carrera cinematográfica. Aunque aquí su personaje se aleja menos de su habitual faceta humorística que su fabuloso trabajo en La chispa de la vida (Alex de la Iglesia, 2011) encarna con brillantez a ese primo hortera e improbable mago que accidentalmente desencadena el punto de ruptura de la cotidiana vida de Verdú y De la Torre.

Completan el reparto una galería de personajes secundarios, estrambóticos en su mayor parte, que sus intérpretes resuelven brillantemente. Sin duda el mejor es un Josep María Pou que transmite lo mucho que disfruta dando vida al Dr. Fumete, uno de esos personajes bombón para un actor pues le permiten hacer prácticamente de todo. También está bien Julián Villagrán (aunque su aparición sea el mejor ejemplo de “secuencia pegote” que funciona en sí misma pero no en el conjunto de la película), Quim Gutiérrez en su breve aparición o los divertidos cameos de Javivi y Ramón Barea.

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